Los seres humanos hacemos la historia en condiciones independientes de nuestra voluntad.
Minutos de la basura
En baloncesto, juego al que son muy aficionados tanto Pedro Sánchez como Pablo Iglesias, se denomina minutos de la basura los que quedan por jugar una vez que el resultado del partido está decidido. No son recordados nada más que porque suelen ser utilizados por los entrenadores para toda clase de experimentos.
En el sistema político español les estamos dando un sentido completamente distinto tanto en los finales como en los comienzos del partido, esto es, de las legislaturas.
La legislatura que se abrió con las elecciones del 28 de abril estuvo integrada toda ella por minutos de la basura. No se hizo política seriamente para la formación de gobierno por parte del candidato designado por el rey, se produjo una brevísima negociación sin voluntad de llegar a acuerdo en el mes de julio y se dejó pasar impasiblemente los dos meses preceptivos para la disolución automática en el mes de septiembre. En términos deportivos se podría decir que fue una legislatura basura. En todo caso, lo fueron los dos meses finales, que estuvieron repletos de “ocurrencias”.
En la legislatura abierta con las elecciones del 10 de noviembre el candidato todavía no designado sí se ha movido con celeridad para intentar formar gobierno, pero la sentencia dictada por el Tribunal Supremo después de la jornada electoral con condenas muy severas para los encausados y la fecha del 19 de diciembre fijada por el Tribunal de Justicia de la Unión Europea para decidir la cuestión prejudicial sobre la inmunidad de Oriol Junqueras, han dificultado primero la digestión del resultado electoral y están imposibilitando después entablar negociaciones serias para poder formar gobierno.
Estamos instalados en la basura. Ahora no por voluntad deliberada del candidato ya designado por el rey, sino porque los actores del proceso político han perdido el control de la situación. Es un indicador claro de la degradación que se ha producido en el sistema político español definido en la Constitución de 1978, que ya no es capaz de garantizar la gobernabilidad del país. Con la composición del Congreso de los Diputados y el Senado que tenemos y con el sistema electoral para la designación de sus miembros, la sociedad española no es capaz de hacer una síntesis política de sí misma para poder autodirigirse democráticamente. Así viene ocurriendo desde las elecciones generales del 20 de diciembre de 2015.
Desde octubre de 2017 y la activación del artículo 155 de la Constitución, la operatividad del sistema político español ha pasado, además, a depender de la Justicia española y europea. Y en esas condiciones es prácticamente imposible hacer política por los órganos legitimados democráticamente de manera directa, que son los únicos que pueden hacerla. Los ciudadanos votamos el 10 de noviembre, pero después vino la sentencia del Tribunal Supremo y ahora estamos pendiente de la decisión del TJUE del 19 de diciembre. Hasta que el TJUE no despeje de manera directa la incógnita de la inmunidad de Oriol Junqueras e indirectamente la de Carles Puigdemont y Toni Comín, no hay posibilidad de negociar seriamente la investidura. Formalmente el partido ha empezado, pero materialmente, no. Minutos de la basura.
En función de cómo se despeje la incógnita por el TJUE, veremos qué y cómo se puede negociar. Navegamos sin controlar el rumbo hacia el que queremos dirigirnos, que ni siquiera sabemos con claridad cuál es.
Es posible que se acabe formando gobierno. Pero volveremos a caer en la misma situación en que nos encontramos, si no reformamos profundamente el sistema político diseñado en 1978. Con la composición de las Cortes y con el sistema electoral para la designación de sus miembros y con la Constitución territorial que tenemos, España no podrá gobernarse establemente de manera democrática.
Cuanto más tiempo tardemos en aceptar esta conclusión y actuar en consecuencia, en peores condiciones nos encontraremos para gestionar democráticamente la gobernabilidad del país.
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