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Crítica

La compañía Baro d’evel se enfrenta a la catástrofe ecológica y el fascismo con un canto de libertad en 'Qui som?'

Momento de la representación de 'Qui som?'

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Qui som? llegaba a España tras estrenarse en el sacrosanto festival de Avignon. Esta compañía de danza ha creado una obra que es un alegato, un acto de resistencia ante este presente donde convive el desastre ecológico con una clase política ciega y negacionista. La compañía se pregunta dónde queda el individuo entre esas dos realidades y para qué sirve el arte en este mundo donde la belleza puede incluso emerger del colapso. El resultado es una obra bella, desmedida, maniquea a veces, pero siempre entregada, con una pequeña llama de verdad y honestidad que el colectivo intenta salvaguardar y proteger con uñas y dientes. 

En Madrid agotaron entradas. El espíritu combativo y poético de la compañía consiguió conquistar a un público que se entregó sin fisuras a su nueva creación. Ahora, llegan dos días en Sevilla y diez en Barcelona en los que el público podrá acercarse al trabajo de esta troupe que reivindica, sin inocencia y con entrega, que el arte puede cambiar el mundo. Palabras mayores. Baro d’evel está dirigido por la francesa Camille Decourtye y por el catalán Blaï Mateu Trias. 

La obra mezcla con sabiduría, la compañía lleva en esto más de veinte años, el clown, la danza contemporánea, la música en vivo y la acrobacia. Su elenco se nutre no solo de artistas de diferentes disciplinas, sino también de orígenes diversos. Unos son músicos, como Alima Hamel de origen argelino; otros bailarines, como el español Guillemo Weickert; otros acróbatas, como la camboyana Voleak Ung. Pero todos hacen de todo: cantan, interpretan y bailan. Se instaura lo colectivo, un colectivo hecho de diversidades y donde, como en los antiguos circos y comediantes itinerantes en Europa, se habla una lengua hecha de retazos del inglés, el francés o el español, una especie de grammelot tras el cual se esconde un sueño de comunidad conquistada. 

Momento de la representación de 'Qui som?

La obra comienza con un número donde la compañía ya muestra sus señas de identidad. Camille canta el Cum Dederit, ese canto bello de la composición religiosa de Vivaldi Nisi Dominus. Los payasos también saben cantar las piezas de la alta cultura europea. Pero el número se trabaja desde el lenguaje circense y toda la compañía acaba arrastrada en un charco de barro. Entra la acrobacia y el clown, llega el humor hasta la sátira y la escena se carga de significado político. 

La alta cultura acaba embarrada. La sociedad se quiere chic y educada, pero está edificada sobre cimientos de barro, sobre un sistema que ya no se sostiene. Aunque uno gire el cuello, la devastación que ha hecho el hombre sobre la tierra nos llama y pide cuentas. Qui som? plantea una pregunta sobre la identidad, pero lo hace en plural. Y lo primero que afirma Baro d’evel es que para responder a esa gran pregunta no se puede obviar el “aquí”. El ser humano no es en el vacío, sino que es en relación a donde vive.

Pudiera alguien tildar a este espectáculo de catastrofista. A la compañía eso parece darle igual, no hay medias tintas y después de ese baile en la ciénaga se pasa a criticar a la clase política que bastardea el lenguaje y lo deforma hasta la náusea. El desastre hoy no solo es ecológico, sino también político. El espectador entrevé la figura del fascismo que se cierne sobre Europa. 

Ese es el paisaje, parece decir la compañía, que al individuo le ha tocado hoy transitar, ¿cómo podemos desde ahí construirnos y construir con los demás? Baro d’evel propone accionar sobre ese paisaje, no esconderse en paraísos artificiales, sino buscar ahí la belleza, la ternura y la comunicación con el otro. En ese espacio del desastre surgirán pequeñas danzas y cantos llenos de tristeza y poesía que irán percutiendo. Destaca una escena al final de la obra, con todo derruido, en el que dos seres atraviesan con un carro que parece robado a La Zaranda. Ahí surgirá un canto hermoso donde reinará el espíritu de la añorada Lhasa de Sela, esa india mexicana que también surgió del circo, alumbró el mundo con su voz y se fue demasiado pronto. 

Barro y verdad de vida

La gran metáfora de este espectáculo es esa masa informe, ese mamut móvil construido con tiras de tela que reina en el espacio durante toda la obra. A veces recuerda a un ser de Miyazaki o a esa oscuridad que se va adueñando del mundo en el libro de Michael Ende, La Historia Interminable. Como el Sin Cara de El viaje de Chihiro, ese mamut informe vomitará seres al escenario y se tragará a otros. Pero la metáfora va más allá del simbolismo ecológico. 

Ese ser amorfo está creado con material reciclado de una fábrica catalana de globos aerostáticos. Nailon y poliéster ligeros y resistentes al calor que el ser humano utilizó para elevarse, para volar, y que hoy son desechos. El sueño del ser humano convertido en pesadilla. El espectador no lo sabe, pero aun así es relevante. El espectáculo está fabricado con hallazgos, encuentros y maneras de hacer que han ido apareciendo en el proceso de creación largo y laborioso que duró más de dos años. 

Momento de la representación de 'Qui som?

El proceso da sentido a la obra. Como lo da la presencia del barro. Blaï Mateu lleva años trabajando el barro. El barro será la otra parte central de Qui som?. Simbólica y estéticamente. En el principio de la pieza el elenco se cubre las cabezas con macetas, pasan de ser intérpretes a seres surgidos de la propia pieza. El barro se convierte en símbolo de nuestra identidad, tan manipulable como cambiante, tan cercano como ajeno. Y al mismo tiempo dota al espectáculo de una identidad propia que recuerda a la estética mediterránea de Miquel Barceló. 

Al igual que pasaba en la pieza que el artista mallorquín creó para el festival de Avignon con el bailarín Josef Nadj, Paso Doble, el cuerpo en Qui som?, gracias al barro, se extraña, sale de sí mismo. El bailarín, a través de la máscara de barro, hecha de esa tierra a la que pertenecemos, pierde su identidad de intérprete, su movimiento cambia, se fragmenta en brazos que se alargan, en patas que se doblan. Surge otra danza, bella, extraña. Ahí, la bailarina francesa Noémie Bouissou y los españoles Guillermo Weickert y Lucia Bocanegra llenan el espacio de una danza hermosa, a la que se unen los cuerpos más acrobáticos pero capaces de una gran potencia delicada como el de la camboyana Voleak Ung o la portuguesa Rita Carmo. 

Una de las grandes potencias de esta pieza está en el trabajo con los materiales, con ese mamut reconvertido del vuelo a la destrucción y con ese barro telúrico que enraíza el espectáculo. Ahí, el trabajo de la compañía coge tierra, se asienta. Al final de la obra, la compañía enfrenta al público a una imagen: un niño atraviesa un mar de plástico. Las imágenes en teatro son complicadas. La reproducción en teatro de imágenes con las que el espectador está siendo bombardeado día a día a través de tabloides y pantallas es compleja. 

El texto es bello, pero explícito. El tono es enérgico, pero manipulador. Pero quizá es en eso mismo en lo que radica la fuerza de esta escena y de toda esta pieza

Paradójicamente, ya que en el teatro ese plástico suena, está ahí, presente, la imagen pierde fuerza, se vuelve inerte, por consabida y facilona. El teatro no es una cámara para reproducir la realidad, sino una cámara oscura donde a través del trampantojo y la transformación dejar ver lo que realidad esconde. Para más inri, la pieza acaba en meeting, con Camille en proscenio jaleando a la platea, declamando un texto político poético donde se insta al respetable a reaccionar, a hacer algo, a luchar por este mundo que nos ha tocado, ya que no va a haber otro. 

El texto es bello, pero explícito. El tono es enérgico, pero manipulador. Y cierto aire de maniqueísmo se cierne sobre la pieza. Pero quizá es en eso mismo en lo que radica la fuerza de esta escena y de toda esta pieza. En su anterior trabajo, Falaise, la compañía tendía más a la pirotecnia, a la escena bella pero espectacular que no llegaba a buen puerto porque quedaba un poco en el vacío. En esta ocasión, sin embargo, Baro d’evel se atreve con un registro que bordea el panfleto, pero que reclama un lugar, una verdad propia que se quiere compartir.

Los hallazgos siempre están en los bordes, en los intersticios. Hace cuánto tiempo no se nos espetaba así desde un escenario, desde este arte que se creó para la plaza pública y el encuentro. Sin ningún otro disfraz que la vida propia, sin ambages, sin lenguajes escénicos que medien, la compañía espeta a los espectadores, los reclama. Y para ello, pone en frente su verdad, sus vidas. Ternura, coraje, valor y resistencia. Aun sabiendo que se va a fracasar comenzar siempre otra vez. Ese es el salmo de esta compañía que ahora comienza nueva vida. 

Baro d’evel se ha mudado a un pequeño terreno cerca de Saint Michel de Vax, pueblo al norte de Tolousse. Ya lo han bautizado, La Baronne se llama. Lo primero que hicieron, antes de construir sus propias casas, fue construir un teatro. Comienzan una aventura como hace 24 años la compañía Mal Pelo creó lo que hoy es uno de los verdaderos centros de creación en España, L’animal a l’esquena. Hay otros modos de hacer, de sentir, de convivir y crear. Lucha hercúlea y colectiva en un mundo, el de las artes escénicas, donde las compañías sucumben ante el dominio de las reglas del mercado. Y eso es luz en estos tiempos oscuros. 

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