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La política troll y el periodismo

José Cervera

Aparentemente, 'trolear' se ha puesto de moda en la vida política española. Aunque el nombre nació en Internet, en realidad el 'troleo' (la actividad del troll) es viejo como el mundo: se trata de controlar las conversaciones mediante la disrupcióntroll, provocando a los participantes de tal modo que se consiga descolocar su argumentación y forzar una reacción excesiva.

El objetivo puede ser el mero gamberrismo, el placer nihilista de destruir por destruir. Pero en otras ocasiones se persiguen fines más concretos, como hacer quedar mal a un adversario que reacciona en exceso o controlar el objeto y la dirección de la conversación.

En política se ha hecho cada vez más común lanzar declaraciones provocadoras de tal modo que las redes sociales y los medios se incendien con protestas y que otros temas pasen desapercibidos. Algunos políticos se han especializado en esta función de cortina de humo mediante declaraciones incendiarias (Hernando, Aguirre, Wert); otras veces es el propio Gobierno el que lanza proyectos de ley/globos sonda (Ignacio González, ley Wert, Ley de Seguridad Ciudadana).

Como cualquier otra actividad de troleo a veces funciona, sobre todo cuando el resto de los participantes no siguen la regla de oro del trato con este tipo particular de bestias: ‘Do not feed the Troll’ (no alimentes al troll), que se refiere a la necesidad de ignorar las provocaciones para robarles su poder disruptivo.

Cualquier administrador de foros sabe que sin ignorar al troll es muy fácil que éste consiga su objetivo y reconduzca la conversación a su conveniencia. Hace falta mucha paciencia y fortaleza mental para evitarlo, y no poco zen. Quizá por eso es una técnica cada vez más extendida.

La cuestión es: ¿cuál es el papel de la prensa en un sistema político cada vez más ‘trollizado’?, ¿deben los medios limitarse a trasladar las declaraciones de los políticos y las reacciones que esas declaraciones provocan? De hacerlo así, se convierten en cómplices al actuar, en la práctica, como mamporreros de los políticos trolls y consolidando un modo destructivo de hacer política. Tampoco parece que bloquear los 'troleos', negándose a cubrir y publicar ese tipo de declaraciones e iniciativas provocadoras, sea una técnica útil. A no ser que sea completo, el silencio es inefectivo y se puede interpretar como una forma de censura.

Por otra parte, si los medios han sido incapaces de ponerse de acuerdo para forzar a los políticos a responder a sus preguntas, resulta harto complicado imaginar que se pongan de acuerdo para ignorar sus declaraciones más claramente provocativas.

Al mismo tiempo, al contextualizar y explicar los ataques troll, la prensa parece tomar partido al plantar cara al provocador y entrar así en su juego de enfrentar lealtades. Encontrar un equilibrio es muy complicado, especialmente en un momento en el que la política no sólo juega a confrontar, sino que redefine las reglas del juego.

Hoy los políticos tachan de enemigo a todo aquello que no esté explícitamente a su favor y la discrepancia con sus postulados se considera un ataque. De este modo, se puede mantener con facilidad la ficción que sustenta al troll: que al combatirle se le hace caso. Se le da de comer.

Es cada vez más importante, entonces, proporcionar contexto y elementos de juicio a las declaraciones de los políticos. Cuando éstas son falsas, intentan provocar o contradicen declaraciones anteriores o sus propios programas, es imperativo que los medios lo hagan notar.

La prensa no puede limitarse a transmitir lo que dicen los políticos, sino que ha de proporcionar las herramientas para comprender lo que esas declaraciones significan y destacar sus contradicciones. De lo contrario, estaría dejándose reclutar para sus aparatos de propaganda.

El hiperenlace es una herramienta especialmente poderosa para este fin que está a disposición de los medios digitales para cumplir con esta tarea de contextualización. Es necesario darle el mayor uso posible para desactivar y, por tanto, desanimar el uso de estas tácticas.

El periodismo de declaraciones, la radicalización de las posturas políticas y la crisis económica conspiran para que la política sea cada día un poco más troll; la prensa tiene el deber cívico de luchar contra esta tendencia con las armas a su disposición. Sin alimentar a la bestia, pero también sin dejar que se salga con la suya.

La salud democrática depende de ello: la política española no debería ser pasto de leyendas escandinavas.

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