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El Derecho de Pastos en los Montes de Triano
El nombre de Bizkaia parece evocar un pasado profundo, poblado por figuras e instituciones legendarias. Caudillos valientes que rechazan al invasor defendiendo la democracia más veterana de nuestra vieja Europa. Eso sí que es Silver Economy. Hablamos de una democracia tan original que incluso Rousseau y Humboldt la reconocen como tal. Aunque a este último parece que le gustaba más el txakolí. Al menos eso es lo que dicen los vídeos promocionales de la Diputación.
En ese parlamento de Bizkaia que son las Juntas Generales tenemos representación los de la siempre periférica circunscripción de las Encartaciones. Rezagada a la hora de incorporarse a la provincia y con una tendencia patológica a hablar en castellano. Es, además, una circunscripción frankensteiniana representativa de su aceleradísimo desarrollo: comprende una zona de corte más rural (Encartaciones propiamente dichas), otra urbana recientemente desindustrializada (Margen Izquierda) y la antigua Zona Minera, mediando entre las dos anteriores.
Son parte de esta última los montes de Triano, origen de la prosperidad del país con la exportación de hierro, que cimentará también la industria siderometalúrgica, y por qué no decirlo, lugar privilegiado de surgimiento y desarrollo del socialismo en la península. Pero los montes de Triano son también cuna de otra institución notable. Si bien no es milenaria, cristaliza en ella la historia reciente de la Zona Minera, que es la historia reciente de Bizkaia. Se trata del Derecho de Pastos de los vecinos y vecinas de los municipios que conforman estos montes.
Con las primeras explotaciones mineras, a finales del siglo XVIII, surgieron tensiones entre los ganaderos de la zona y aquellos “emprendedores” que pretendían explotar el mineral de hierro sobre el que pastaban los animales. La mediación entre ambas partes se consigue consignando un derecho de pastos, en términos de proindiviso, para los habitantes: Para los actuales municipios de Trapagaran, Ortuella y Abanto-Zierbena. Esta posibilidad de acceso y uso ganadero comunitario y extensivo de los pastos, apacigua a las partes y permite la convivencia de la actividad minera moderna con la ganadería tradicional.
Como no podía ser de otra manera, una institución nacida del conflicto no ha tenido una trayectoria fácil desde su formalización definitiva en 1884. Ya se ha hecho valer en varios juicios contra adversarios poderosos. Recientemente en 1965 contra la empresa minera Orconera, en 1975 contra Altos Hornos de Vizcaya y, ya en este siglo, contra el campo de golf que la Diputación nos plantó en la zona alta de Ortuella. Éste espacio alienígena se construyó, limitando los pastizales. Pero quedó claro, legalmente, que el derecho sigue asistiendo a la vecindad de los tres municipios, y que son sus ayuntamientos quienes están llamados a protegerlo.
Una tradición centenaria, ecológica y probablemente ecologista (ganadería extensiva), comunitaria y democrática, amigable, símbolica por su relación con nuestra historia reciente... En definitiva, una tradición realmente abierta y capaz de adaptarse al futuro. ¿Qué más puede pedir nuestro territorio foral y su luminoso pasado? ¿No es una oportunidad inmejorable de reactualizar y confirmar la épica de nuestra provincia? La Diputación, con el PNV y su vicario el PSE a la cabeza, tiene otros planes.
Más allá de ir acotando los pastizales en los que se podía ejercer este derecho, tratan ahora de degradar el mismo al rango de concesión. Concesión que no están en posición de dar a unos vecinos y vecinas que ya gozan del citado derecho.
Obviamente, el hecho probable de perder la posibilidad de pastar su ganado en las inmediaciones, ha llevado a gente a firmar unos pliegos (de dudosa oficialidad, al no estar publicados en ningún boletín) que liquidan en su contenido el derecho que venímos refiriendo. Una vez más, el miedo. El miedo que parece ser el leitmotif de la provincia en la que vivimos. Miedo a perder el infratrabajo que me han conseguido, miedo al caos tras las elecciones... Y miedo a ejercer un peculiar pero bello derecho que podría ser disfrutado de diferentes maneras por todo el mundo.
En ese camino de ir constriñendo el derecho civil con el administrativo (como acertadamente advirtió la juntera Arriola), el departamento de Sostenibilidad y Medio natural ha tomado hace tiempo el camino represivo con quienes, bajo el árbol de Gernika, vinieron a pedir la intermediación del Señor de Bizkaia. Dos veces se han presentado los ganaderos de Triano ante las Juntas Generales a pedir que no se eche por tierra el Derechos de Pastos, dos veces les han cuestionado el mismo y sus intenciones. Numerosas multas e incautaciones poco respetuosas para con los animales (dos en las últimas semanas) vienen a tensionar, desde las Diputación, la convivencia de una comunidad que ya estaba tensionada. Todo para hacer que los últimos ganaderos díscolos, valientes y generosos, que quieren hacer valer lo que les pertenece, tiren la toalla y se liquide, por fin, esta cuestión.
¿Qué es lo que está en juego, a parte de la pérdida de una tradición con capacidad de futuro? No está claro. ¿El reparto de las ayudas? No parece gran cosa. ¿La ordenación a placer del monte patrimonial 500, La Arboleda, que lleva años dejado de “la mano de Dios”? Probablemente. ¿Oscuros planes para rellenar las antiguas minas a cielo abierto con basura? No deja de ser un oscuro rumor popular sin mucho recorrido. No sabemos qué se busca con estas actuaciones, pero podemos asegurar que no tendrá en cuenta el interés general de la población de la zona.
Vista la pretensión del gobierno foral, sólo nos quedaría esperar que las alcaldías (responsables últimos de la salvaguarda del derecho), tomaran partido por sus vecinos y vecinas. Lamentablemente están pobladas por pusilánimes sumisos a los intereses de su partido. Desanima ver a mis compañeros concejales de Borobil-Podemos (Ortuella) estrellarse una y otra vez contra este triste muro desde la legistlatura anterior.
En este país el romanticismo tiene un recorrido corto y selectivo, como el futuro de sus gentes. Siempre habrá tradiciones, zonas y habitantes de segunda. Pero, como imaginaréis, lo que está en juego es algo más que el ocaso de una tradición.
Nuestro filósofo Ortiz-Osés, amonestaba con cariño a Gabriel Aresti su excesivo heroísmo en “Nire aitaren etxea”. La pérdida sadomasoquista de la vida en la defensa del hogar no sirve de nada. Porque si no permanecemos nosotros, no permanece ningún hogar común. Pero es que vosotros ni os esforzáis. El resultado será, eso sí, el mismo.
(*) Héctor Fernández Medrano, apoderado de Elkarrekin Podemos en Bizkaia
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