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Mujeres en el manicomio: “Locura genital”, “exageradamente cómica y enamorada”, “psicosis melancólica”

Una imagen antigua del interior del hospital psiquiátrico de Conxo expuesta en 'As voces esquecidas'

Daniel Salgado

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Hasta 1953 fue el único hospital psiquiátrico de Galicia. Todavía hoy funciona, con preocupantes zonas de sombra y una denuncia por vulneración de los derechos humanos, en las dependencias de lo que fue un monasterio en Santiago de Compostela. Su archivo histórico, que en 2012 el Servizo Galego de Saúde depositó en la Cidade da Cultura, esconde cientos de vidas sometidas a duros regímenes disciplinarios y un conocimiento científico insuficiente. Pero la peor parte, siempre había una parte peor, la sufrieron las mujeres. Una modesta pero sugerente muestra en la Biblioteca de Galicia, organizada a partir de los fondos del manicomio de Conxo, expone cómo “los patrones de género” condicionaron su funcionamiento. Y abre una pequeña rendija al interior de una de esas instituciones totales.

El psiquiátrico de Conxo se inauguró en 1885. Justo en ese año murió Rosalía de Castro, quien cuatro años antes había ubicado en la zona su singularísima novela –casi un relato gótico atravesado por las zozobras de la modernidad– El primer loco. El centro nació como obra pía de la catedral de Santiago, destinada a “la reclusión y tratamiento de personas alienadas de ambos sexos, clasificadas en pensionistas y acogidas”. Su primer paciente fue un cura. Pero el sesgo sexista se percibe ya en aquellos primeros tiempos: los diagnósticos para las ingresadas hablan de “locura genital”, “psicosis melancólica” o, con retórica pseudoliteraria, “exageradamente cómica y enamorada, de pasiones violentas”. Y la célebre histeria, tantas veces aplicada a las mujeres como argumento para menospreciar su malestar psíquico. “El término histeria viene del griego hysterion, que significa útero”, recuerda uno de los seis carteles de la exposición. El diccionario de la Real Academia Española solo cambió en 2018 la definición que la describía como una “enfermedad nerviosa crónica más frecuente en la mujer que en el hombre”.

“[El hospital de Conxo] también funcionaba con los patrones de género propios de la época”, señala la documentación de As voces esquecidas [Las voces olvidadas] –título de la muestra–, “donde mujeres consideradas en aquel momento enfermas eran ingresadas por el hecho de intentar transgredir los roles que la sociedad les reservaba en el ámbito del hogar”. Esa es una de las claves que sirve para interpretar otro de los documentos antologados por los comisarios y archivistas Miguel López y Mar García, una carta dirigida por Aparicio Domínguez al director del sanatorio: “Mi esposa se ha reintegrado a su hogar totalmente curada y se siente feliz con sus hijos, a los que siempre, por imperativo de su maternidad y por disposición natural de sus sentimientos, adoró exaltadamente. Y de esta suerte, mi casa, que antes era triste, ahora se ha trocado en alegre y feliz. // Debemos a V., señor director, esta felicidad que dudábamos de de disfrutar”.

“Ser mujer y loca suponía un doble estigma. Eran mujeres silenciadas por la sociedad, recluidas en la institución y con un contacto exterior estrictamente controlado”, añaden los responsables. La correspondencia intervenida, cuando no directamente requisada, de las internas lo prueba. “Querida prima Maruja: supongo que estarás enterada por Ernesto que me trajeron engañada para el manicomio”, escribe la paciente Rosario C.G. el 11 de febrero de 1936 –el Frente Popular a punto de ganar las elecciones–, “y como el día 12 de marzo finaliza el trimestre espero que me vendrán a buscar”. La mayor parte del correo nunca atravesaba los muros de Conxo y a menudo era utilizado por los médicos para evaluar a las internas. Que entonces recibían un trato diferenciado al de los hombres, según sostiene As voces esquecidas.

Ingresadas en un psiquiátrico por una depresión pos parto

“El menor número de ingresos de mujeres en estas instituciones estaría justificado por la aceptación social de que las mujeres son más proclives a sufrir cuadros depresivos y ansiosos”, indica, “limitando los ingresos a los casos más graves y a los relacionados con a disidencia frente a los valores establecidos por la sociedad patriarcal”. Los registros de Conxo lo corroboran: en un siglo de actividad, hubo menos mujeres que hombres ingresados en sus instalaciones. Sucedió en otros psiquiátricos gallegos. Existía la “firme aceptación” de que el sistema nervioso y reproductivo de la mujer “la hacía más propensa a desórdenes patológicos apartados de las conductas socialmente aceptadas”. Les ponían nombre, claro, adaptados a los usos terapéuticos de cada época: neurastenia, melancolía, histeria, esquizofrenia o bipolaridad. Hubo muchas internadas por cuestiones “entonces consideradas enfermedades mentales y que hoy no”. Es el caso de la depresión pos parto.

Era el 24 de septiembre de 1937, en plena Guerra Civil, cuando Clara Adela, de 44 años, “ingresó en estado calamitoso de abandono de su persona, al extremo que hace aproximadamente dos años que no se baña […] dormía constantemente entre varios animales”. No era la primera vez. Ya había estado en Conxo cinco meses entre 1929 y 1930. Entre medias incluso una huelga de trabajadores, liderada por los anarquistas, sacudió la institución. Su ficha hospitalaria, mecanoscrita y con anotaciones a mano –“habla siempre en tercera persona”– es una de las 57 piezas entre documentos (expedientes de ingreso, diagnósticos, cartas de internas o familiares, historias clínicas, libros de registro), fotografías y objetos repartidas en seis vitrinas en la entrada de la Biblioteca de Galicia, en la Cidade da Cultura. Estarán visibles hasta septiembre de este año.

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