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En este espacio se asoman historias y testimonios sobre cómo se vive la crisis del coronavirus, tanto en casa como en el trabajo. Si tienes algo que compartir, escríbenos a historiasdelcoronavirus@eldiario.es.

Nuestros hijos no recordarán esta primavera por la tabla del 4: no se trata de distraerles, sino de estar con ellos

Un niño en su bicicleta.

Oscar Escribano

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Desde que empezó el confinamiento pienso cada día en la situación de los niños. A ellos no se les ha preguntado “¿cómo estáis?, ¿qué entendéis de todo esto?”. Imagino que los padres y madres estamos mucho más preocupados por otras cosas que nos parecen más importantes.

A los maestros nos ha entrado el vértigo pedagógico y hay que tener a esos alumnos y alumnas ocupados, que no pierdan el hilo, ¿qué hilo? Llenamos las casas de propuestas pedagógicas para que los padres acompañen dichas actividades, no sea que pierdan el hilo, de nuevo. ¡Pero si ese hilo se ha roto! Ese hilo del contacto con el otro, del refugio en el juego social, del intercambio de miradas, del juego motriz compartido... Eso no lo suple ninguna pantalla.

No podemos negar a los niños y jóvenes que nuestra realidad ha dado un giro tremendo y a cambio proponerles seguir con el libro y las clases online como solución. ¿Dónde está la prioridad educativa? ¿En eso? Imagino que no se acordarán de la primavera del 2020 como el tiempo donde aprendieron la tabla del 4 o a restar llevando. Sino aquella en la que estuvieron muchos días sin ver a sus amigos, sin ir al cole, escuchando hablar de un virus cada día.

¿Otra primavera? La del 68 también trajo lo suyo en revueltas sociales o la del 2011, que supuso un movimiento de efervescencia colectiva fruto del descontento socio-político y una gran crisis. Pero esta primavera ha llegado a todo el planeta, sin entender de hemisferios o zonas climáticas diferenciadas.

Como padre asumo la responsabilidad de explicar y educar a mi hijo en esta nueva situación, pero también creo que tengo la necesidad de descubrirlo, de escucharlo, de jugar juntos, de ser salpicado por sus emociones tan enmarañadas ahora. Y no tratar nada más que de estar con él. Porque ese estar se había diluido en las rutinas de producción (como el trabajo o la escuela) de nuestra anterior normalidad.

Ahora nos escuchamos más y sabemos que el ritmo anterior no era un ritmo vital normal. Ni como maestro ni como padre estaba siendo honesto con ambas funciones. La educación productiva ya no está sirviendo para nada, nada más que para seguir pensando que esto será una ilusión y seguiremos el ritmo como si nada. 

Si nos hubiésemos preguntado cómo se sienten los más pequeños nos daríamos cuenta después de tantos días de que son las figuras más resilientes de nuestra sociedad y lo ignorábamos. Su refugio en el juego, en la fantasía y la imaginación es una gran lección de presencia para todos nosotros. Porque no se trata de distraerlos, sino de respetarlos, de quererlos como son y de ser conscientes de que ése es su mundo también, el de su imaginación y sus fantasías.

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