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Hallazgos terroríficos en la historia de Madrid: momia en la Complutense, los huesos de Tirso o la amante emparedada

Huesos y cráneos encontrados en unas obras de la calle Atocha, uno de los hallazgos que recopilamos

Nerea Díaz Ochando

Madrid —
1 de noviembre de 2025 06:00 h

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El terror no es solo cosa de películas, a veces se encuentra bajo nuestros pies. Madrid, ciudad de capas y siglos superpuestos, ha sido escenario de hallazgos que harían temblar incluso al más escéptico: esqueletos en el subsuelo, cráneos apilados en obras, momias olvidadas en tejados o cuerpos que la historia dio por perdidos y reaparecieron siglos después de forma inesperada.

Lo más inquietante no es solo la naturaleza de estos descubrimientos, sino la forma en que aparecieron. De pronto, una excavadora levanta el asfalto y aflora un hueso o una reforma destapa un osario. Madrid guarda dentro de sus muros (y en su subsuelo) una colección de misterios dignos de estudio, muchos de ellos recientes.

Cada hallazgo tiene su propia leyenda, pero todos comparten un mismo enigma: ¿cómo llegaron esos restos hasta allí? En algunos casos la arqueología aporta respuestas. En otros, el silencio del tiempo y la superstición mantienen el misterio intacto. Entre tanto ocultismo, la capital se revela como un escenario donde lo macabro y lo cotidiano conviven a apenas unos centímetros de distancia.

Aprovechando unas fechas tan propicias para el misterio como las de Halloween y el Día de Todos los Santos, hemos reunido siete hallazgos inusuales y terroríficos de Madrid que componen un retrato tan inquietante como fascinante de la ciudad y sus fantasmas. Desde la momia de la Complutense hasta la amante emparedada de la Casa de las Siete Chimeneas, pasando por los huesos de Tirso de Molina o los restos de Miguel de Cervantes:

Los fantasmas de la estación de Tirso de Molina

Excavar en Madrid es casi como abrir una cápsula del tiempo. Aunque a veces el contenido resulta más inquietante que fascinante. Así lo descubrieron los obreros que trabajaban en la construcción de la estación de Tirso de Molina de la línea 1 de Metro, cuando se toparon con los esqueletos de los frailes del Convento de la Merced, enterrados siglos atrás y olvidados bajo la plaza.

La estación, inaugurada en 1921 como “Progreso”, se levantó sobre el solar del antiguo convento, que había sido abandonado y derribado tras la desamortización de Mendizábal. El pequeño cementerio de la comunidad mercedaria nunca fue trasladado, y así, bajo tierra, quedaron los restos de religiosos que habían vivido y muerto en ese lugar durante siglos. Entre ellos, según la tradición, se encontraba fray Gabriel Téllez, más conocido como Tirso de Molina, cuya celda se situaba en la esquina de las actuales calles del Conde de Romanones y de la Colegiata (o calle del Burro).

El convento de la Merced, fundado en 1564, fue uno de los más importantes de Madrid: un complejo de tres plantas con claustros, capillas y obras de artistas renombrados como Vicente Carducho, Luca Giordano o Juan Antonio Frías y Escalante. Tras siglos de historia y saqueos, y con la llegada de la Desamortización, el convento fue derribado y sobre su solar se construyó la plaza que hoy conocemos, dejando el cementerio intacto, casi olvidado, bajo la ciudad.

Vestíbulo actual de la estación de Tirso de Molina donde se encontraron los huesos

Cuando los obreros descubrieron los restos durante las obras del suburbano, la imaginación popular no tardó en desbordarse. Comenzaron a circular historias de fantasmas y lamentos que aún recorrían los andenes, y aunque las autoridades retiraron lo que pudieron de lápidas y restos visibles, la mayoría quedaron sepultados bajo los azulejos diseñados por Antonio Palacios, a pocos centímetros de los viajeros que cada día hacen uso del metro.

Y apareció Cervantes

Encontrar a Miguel de Cervantes en pleno siglo XXI puede parecer imposible, y, sin embargo, los restos del autor más famoso de la literatura española se escondían durante siglos en pleno corazón de Madrid. En la iglesia de las Trinitarias, en el barrio de las Letras, arqueólogos e historiadores emprendieron la búsqueda de los huesos del genio de las letras, que había sido enterrado allí tras su muerte en 1616.

La investigación no fue sencilla: la iglesia sufrió múltiples reformas, y los enterramientos originales se mezclaron con otros restos humanos, dificultando identificar con certeza los huesos de Cervantes. Sin embargo, en 2015 los científicos anunciaron haber localizado fragmentos óseos compatibles con su edad y sexo, junto a restos que podrían pertenecer a su esposa, Catalina de Salazar. Los trabajos arrancaron en abril de 2014, casi 400 años después de la muerte del escritor de El Quijote, en la iglesia donde fue enterrado por su expreso deseo, ya que era gran devoto de la orden Trinitaria, que le rescató de su cautiverio en Argel.

La cripta de las Trinitarias en la que se encontró a Cervantes

La iglesia de las Trinitarias, fundada en el siglo XVII, había sido testigo de siglos de historia y, de hecho, entre sus muros escondía uno de los grandes misterios de la propia historia de España. Poco después del hallazgo, los restos del escritor se trasladaron a la iglesia de San Ildefonso del conventor de las Trinitarias, donde descansan en un monumento que le recuerda junto a unos versos de Los trabajos de Persiles y Segismunda: “El tiempo es breve, las ansias crecen, las esperanzas menguan y, con todos esto, llevo la vida sobre el deseo que tengo de vivir”.

Una momia en el tejado

Para aquellos que creían que a la universidad solo se iba a estudiar, esta historia confirma que no es del todo así. En la Facultad de Medicina de la Complutense, el estudio convive con misterios que hielan la sangre. Allí, los cadáveres son parte del material escolar. Nada fuera de lo normal, hasta que en 2014 un grupo de trabajadores descubrió que ese material estaba abandonado en los sótanos del edificio. Centenares de cuerpos donados a la ciencia en el más absoluto estado de hacinamiento y descomposición.

Pero el verdadero impacto llegó desde lo alto. Desde el tejado de la facultad, concretamente. En la azotea del edificio, un hallazgo dejó a alumnos y docentes con la boca abierta: una momia y dos esqueletos. Las prácticas de anatomía, que deberían haber comenzado semanas antes, quedaron suspendidas mientras se investigaba cómo estos restos habían terminado allí.

El Rectorado explicó que la azotea albergaba antiguas instalaciones destinadas al secado de cuerpos con fines docentes, aunque no aclaró cómo ni cuándo esa momia llegó hasta ahí. Además, un informe interno contradijo esta versión: en él se describía la sala como una “sala de maceración”, en estado de abandono, con restos humanos descompuestos, fetos, secciones anatómicas, y hasta pequeños peces y crustáceos secos junto a utensilios de laboratorio y una bombona de butano.

En su momento, el hallazgo desató un debate sobre la gestión de los restos donados a la ciencia y la seguridad en la facultad, pero nunca se terminó de aclarar cómo esa momia llegó hasta el tejado del edificio.

La fosa de Chamberí

Hay algún que otro hallazgo macabro muy reciente. A finales de agosto de este año, las obras de un futuro aparcamiento subterráneo en pleno corazón de Chamberí desenterraron algo inquietante: varios esqueletos completos yacían en lo que parece ser una fosa común del siglo XIX. A escasos metros de la glorieta de Quevedo y junto a un edificio de El Corte Inglés, los trabajadores se encontraron con restos humanos que parecían haberse dormido bajo tierra durante más de un siglo, ignorando el bullicio de la ciudad que creció sobre ellos.

El hallazgo se produjo en la calle Arapiles, un entorno ya familiar para arqueólogos y expertos en historia urbana, pues la zona corresponde al antiguo Cementerio General del Norte, mandado construir por Carlos IV cuando Madrid aún era un arrabal. El cementerio, diseñado por Juan de Villanueva, funcionó como espacio principal de enterramiento hasta su desmantelamiento, con sucesivas ampliaciones, hasta que sus restos fueron trasladados principalmente al Cementerio de La Almudena en el siglo XX.

Esqueletos descubiertos en las obras del parking de la calle Arapiles

El único material asociado que se encontró fueron tres monedas unidas, cuyo análisis podría permitir identificar su procedencia y quizá aportar pistas sobre la historia de quienes descansaban en la fosa. Los expertos apuntaron en aquel momento que estas fosas comunes u osarios eran habituales en los cementerios del siglo XIX, empleados para organizar y liberar espacio en periodos de gran mortalidad, como epidemias o crisis sanitarias.

Los otros huesos de las obras de Metro

Tirso de Molina no es la única estación asociada a un hallazgo macabro. Las obras para ampliar la línea 11 del Metro madrileño sacaron a la luz secretos del pasado que pocos esperarían encontrar. En mayo de 2024, en el parque de Comillas, en Carabanchel Bajo, los operarios descubrieron huesos humanos pertenecientes a uno o dos adultos y a un niño, mientras retiraban los derrumbes de los antiguos barracones construidos en la posguerra.

Los vecinos fueron los primeros en alertar sobre los restos, aunque la Comunidad de Madrid restó inicialmente credibilidad a sus testimonios, calificando los hallazgos de “solados de escaso valor patrimonial”. Sin embargo, un informe arqueológico confirmó la presencia de los huesos y situó su origen en las tierras utilizadas para colmatar y nivelar la Plaza de Comillas, posiblemente vinculados a cementerios históricos de la zona como el Cementerio General del Sur o de Puerta de Toledo.

Barracones construidos después de la Guerra Civil en el barrio de Comillas

El parque de Comillas se asentaba sobre un terreno de alta densidad arqueológica, con restos de asentamientos de distintas épocas. Durante la Guerra Civil, la zona fue testigo de enfrentamientos y, según vecinos, se habían hallado fosas comunes. Además, los hallazgos incluían vestigios de las casas de 40 metros construidas en la posguerra para acoger a familias desplazadas, muchas de ellas víctimas de la represión, controladas en sus primeros años por la Falange.

90 cráneos en la calle Atocha

En 2017, los trabajadores que excavaban para la construcción de un teatro en la calle Atocha descubrieron 90 cráneos y varios huesos humanos, que podrían datar del siglo XVII. El hallazgo tuvo lugar en un patio del edificio situado en el número 87, un corral compartido por la antigua iglesia de los Desamparados y la sede de la Sociedad Cervantina, donde en su momento funcionó la imprenta de Juan de la Cuesta, lugar en el que se imprimió el primer Quijote en 1605.

Durante las obras de excavación, llevadas a cabo con permiso arqueológico por encontrarse en una zona de especial relevancia, los cráneos fueron apareciendo de forma gradual, despertando la atención de arqueólogos y vecinos. El arqueólogo encargado llevó a cabo un primer reconocimiento, señalando que los restos podrían datar del Siglo de Oro y que probablemente provenían de la iglesia cercana.

En aquella época, los enterramientos se llevaban a cabo directamente en los suelos de las iglesias. Cuando los espacios se llenaban, los cuerpos se trasladaban a osarios cercanos, por lo que los restos hallados podrían formar parte de uno de ellos. La Comunidad de Madrid indicó que posteriormente se llevaría a cabo un estudio antropológico para analizar la fisonomía y las posibles causas de muerte de los individuos encontrados, antes de su traslado y conservación en el Museo Arqueológico Regional.

Además de los huesos, los operarios encontraron en el solar una antigua canalización subterránea de abastecimiento de agua y, en el extremo norte, un refugio de la Guerra Civil, protegido por la Ley de Patrimonio, que también quedó asegurado y conservado.

La amante emparedada

Terminamos este recopilatorio con una última historia que tiene más de leyenda que otra cosa, pero que ha acompañado al imaginario popular de la ciudad durante siglos. En pleno barrio de Chueca, en la Plaza del Rey, un edificio histórico guardaba uno de los relatos más inquietantes de Madrid: la Casa de las Siete Chimeneas. Construido en el siglo XVI durante el reinado de Felipe II, el inmueble había sido objeto de mitos, supersticiones y rumores durante siglos, pero uno de sus secretos más impactantes salió a la luz durante una reforma en el siglo XIX.

Los trabajadores que ejecutaban obras en el edificio descubrieron dos cadáveres emparedados en los muros, un hallazgo que no solo avivó las leyendas sobre fantasmas, sino que alimentó una de las teorías más oscuras. Los cuerpos podrían pertenecer a Elena, una presunta amante secreta del rey Felipe II, y a su propio padre. Según el relato popular, Elena habría mantenido un romance clandestino con el monarca antes de casarse con un militar, y tras la repentina muerte de su esposo, falleció en circunstancias sospechosas, que la versión oficial describió como suicidio, aunque los rumores hablaban de asesinato.

Los esqueletos descubiertos parecían encajar con la leyenda. Uno correspondía a una mujer joven y el otro a un hombre mayor, lo que reforzaba la teoría de que el padre había sido asesinado intentando vengar la muerte de su hija. Además, junto a los restos se hallaron monedas de oro de la época de Felipe II, que reforzaron la conexión con la monarquía y la idea de un secreto cuidadosamente sellado en los muros de la casa.

Casa de las Siete Chimeneas

El hallazgo no solo añadió un giro macabro a la historia del edificio, sino que consolidó su fama como lugar maldito y cargado de secretos oscuros. A día de hoy, hay varios testigos que dicen que el fantasma de una mujer vestida de blanco vaga entre las siete chimeneas del tejado. Por si fuera poco, algunos rumores apuntan que el Duque de Lerma, quien acumuló una gran fortuna durante su vida, escondió un suculento tesoro oculto en la casa o sus inmediaciones. No hay más evidencia que las habladurías populares, pero a veces son suficientes para alargar durante siglos un relato que fascina y aterroriza a partes iguales.

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