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Gregorio Pueyo: el editor de los bohemios al que la música de los cafés ablandaba el corazón

Gregorio Pueyo

Luis de la Cruz

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Cómo no dedicar un artículo a quien, se dice, pagaba las consumiciones de los poetastros que habitaban las calles del viejo Madrid en el café al que estos habían llevado porque sabían que la música le ablandaba el corazón. Y acababa publicando sus cuartillas.

Hablamos de Gregorio Pueyo (1860-1930). El editor, oriundo de Panticosa (Huesca) y de origen humilde, cogió sobre los veinte años el petate, camino de la capital, en busca de sustento. Allí se casaría, en 1899, aunque con una de Huesca, y allí viviría hasta su muerte, en 1913 por tuberculosis.

La figura de Gregorio Pueyo es rastreable en un sinfín de alter egos literarios de su época. Para aquellos escritores el librero y editor debía ser una figura insoslayable. El caso más conocido es el del librero Zaratustra en Luces de Bohemia, pero son muchos más, y aparecen mencionados en Gregorio Pueyo (1860-1913). Librero y editor, biografía escrita por su binieto Miguel Ángel Buil Pueyo, que usamos como principal fuente de información en este perfil.

Al principio, Pueyo vendía fotos picantes y libros sicalípticos en cafés cercanos a la Puerta del Sol, como El Continental, El Siglo o El Imperial. En realidad, el negocio de la venta ambulante de libros y afiches no debía ser una rareza, pues se sabe de más coetáneos que hicieron el mismo camino y acabaron montando casa editorial, como Rico o Novo. Hoy, como un rescoldo actualizado de aquella costumbre, tenemos a Marcelo López-Conde, autor, librero y editor en los cafés de Malasaña.

Afincado en su mítico establecimiento de la calle Mesonero Romanos 10 desde 1899, no muy lejos de aquellos cafés, se convirtió en librero de viejo, de nuevo y en editor. Tuvo, además de este conocido establecimiento, otras localizaciones. De hecho, algunos de sus intentos por salir de la precaria tienda original, hacia la calle de Atocha o la del Carmen, le supusieron descalabros económicos que le encaminaron de vuelta a la covacha de siempre.

En palabras del biógrafo de Pueyo, la de Mesonero Romanos (entonces del Olivo) era una calle “de sastres, de planchadoras y peinadoras, de tahonas, de carbonerías, de droguerías especializadas en postizos y añadidos, de almacenes de vinos, licores, de aguardientes y alcoholes, calle, en último término, en el que el maridaje entre casas de lenocinio, con hetairas desafiantes, y las librerías de lance era indisoluble”. Un barrio que quedaría partido en dos y, en parte, desaparecería los siguientes años con la construcción de la Gran Vía.

Estaba la librería en una casa vieja –entre las viejas casas que conformaban toda la calle–, con una puerta baja flanqueadas por dos vitrinas, expositoras de los libros de la librería. Dentro, con techo bajo y barricadas de libros por doquier, resonaban las voces de la bohemia literaria del momento. Otro librero de menor fama ayudaba a Pueyo: Ramón Giral, su cuñado.

Todas las descripciones de la librería abundan en su carácter estrecho y oscuro; una cueva frecuentada por aspirantes a escritores y por pesos pesados de la literatura (no todos aún maduros) como Valle-Inclán, Eduardo Barriovero, Francisco Villaespesa o Emilio Carrere, entre muchos otros.

 Fue cicerone de escritores jóvenes por los caminos de la literatura, editor y librero de los modernistas. Su ex libris, diseñado por el pintor Juan Gris, fue también pasaporte para autores latinoamericanos no editados en España, como Amado Nervo, José Santos Chocano o Enrique Gómez Carrillo.

Con todo, y a pesar de haber editado tantos, y tantos, proyectos, pronunció también noes, algunos erráticos, como con la colección El cuento semanal, de Eduardo Zamacois, que no quiso editar y alcanzaría luego un inmenso éxito de público.

De Pueyo se podrían decir muchas cosas, pero nunca negarle la dedicación y el trabajo con la que levantó su casa editorial. Se le ha tratado de agarrado, un rasgo que cualquier escritor que se precie de serlo atribuye siempre a un editor y que viste el Zaratustra de Valle Inclán, pero la amplitud de su catálogo y el ahínco con que sacó versos noveles y de difícil colocación también nos hablan de un editor entusiasta y con instinto. Secundario en la novela coral que escriben las vidas de los escritores modernistas – la bohemia–, víctima consciente de sus míticos sablazos, Gregorio Pueyo fue también puntal de la edición de principios del siglo XX español.

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