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Física de las migraciones. Estreno de 'Periplo' por La Aye cía

'Periplo', una producción de La Aye cía, llegó al Teatro Circo de Murcia el pasado viernes 28 de junio

José Antonio Fuentes

Teatro Circo de Murcia —

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Cierra los ojos. Te encuentras en el hall del Teatro Circo Murcia. Es verano, 28 de junio de 2019, hace calor. Una exposición fotográfica de Norberto Gutiérrez, a cargo del diseño e imagen de la última producción de La Aye cía,'Periplo', muestra retratos de personas migrantes acompañados con un texto sobre la motivación y avatares en su viaje a España. Fátima, Oumar, Abdoulaye, Lesia, Jamila, entre otros, con los ojos cerrados, te convocan. Un magnífico trabajo de Gutiérrez a modo de prólogo al entrar o de epílogo al salir del teatro.

En la portada del programa de mano Fran Ros y Susan Ríos, artífices e intérpretes de La Aye cía, aparecen con el mismo gesto y la misma posición ante la cámara que los migrantes de la exposición. De nuevo, los ojos cerrados. El verdadero viaje es hacia dentro, a eso te predispone.

Mientras esperas que comience la función, la ficha artística y extensa lista de agradecimientos te recuerda lo que cuesta levantar un proyecto teatral, lo que vale. 'Periplo' es una coproducción de los Teatros Circo Murcia y Romea, cuenta con el apoyo de la fundación Cepaim y una cantidad ingente de colaboradores.

Después de tres años, la joven compañía teatral murciana, La Aye cía, ha estrenado su nuevo espectáculo, 'Periplo', donde se aborda el reto de las migraciones desde la perspectiva de lo oculto y lo irresuelto como se señala en la sinopsis. Su anterior trabajo, 'La sabiduría de los pájaros', ganó el premio CreaMurcia en la categoría de mejor espectáculo teatral en 2016. Una obra, al igual que 'Periplo', basada en el teatro físico y gestual.

No hace falta poner palabras a la vida, escúchala y atiende la llamada parecen señalar Ríos y Ros con su forma de entender y presentar el trabajo teatral de la mano del director chileno, Iván Rojas. La vida es compleja pero el resumen es simple. Una casa, una familia, una cultura, un trabajo, unos amigos, algo con lo que soñar. Esté donde esté, muévete, ve por ella. Algo que sobre el escenario los dos jóvenes actores representan con una gestualidad y expresividad conmovedoras ordenada en secuencias de breves escenas. Un trabajo actoral brillante y cargado de emoción reforzado por una magistral dirección técnica. Emilio Manzano crea una atmósfera hipnótica. Cabe destacar la acertada iluminación que acompaña los incontables cambios de escena.

El espacio sonoro a cargo de Sergio Urcelay y la composición musical de Alejandro Bonatto recorre de principio a fin la función. Por momentos, al igual que sucede con la iluminación, complementan la escena y en otros la crean. Un doble juego entre el dentro y fuera de la ficción que se entreteje armónicamente con el movimiento escénico. Especialmente significativos son algunos de los paisajes sonoros que Urcelay logra como el sonido del mar antes de comenzar el espectáculo. Un mar que no suena a fiesta, ni a día de playa, ni a clase de mindfulness al aire libre. A modo de mensajero en la tragedia griega es portador de algo importante para cada uno de los espectadores que esperamos el inicio de la obra.

La original escenografía diseñada y construida por CartonLab y Yeray Pérez se despliega como un libro infantil que al abrirlo alza un mundo tridimensional de papel. Unas olas, una casa o una gaviota, entre otros muchos elementos escenográficos, facilitan la ficción escénica. Si 'Periplo' fuese un solo gesto sería el de dos actores gritando en silencio y al silencio. Gritos sordos que cavan túneles al silencio de tantos periplos vitales frustrados, apaleados o ahogados. En escena los escuchas andar, correr, saltar, besarse, respirar. No hay lenguaje verbal más allá del sonido de su propio movimiento o respiración. Una expresión corporal libre y despreocupada que también adquiere la forma de una cuidada coreografía para reforzar la poética desplegada. Un trabajo desarrollado junto a Gabriel Almagro.

El juego escénico deja espacio y tiempo al espectador que, conforme avanza la obra, es convocado a llenar el escenario de imágenes de tragedias de personas migrantes. No hay proyecciones audiovisuales ni ningún otro recurso teatral más que la imaginación del espectador. Tragedias reconocibles, como la reciente muerte de la niña Valeria y su padre, Óscar, al tratar de cruzar el río Bravo fronterizo entre Estados Unidos y México y de las personas que desconoces todo. Y, sin embargo, ahí están, sumando por miles cada año la lista de ahogados en un mar que huele a cementerio.

La apuesta es arriesgada. Un tema tan duro como la muerte de los otros llevado al teatro sin renunciar a la poética escénica, la coreografía o el despliegue luminotécnico y escenográfico. La coherencia de La Aye cía a la hora de afrontar un trabajo de esta naturaleza se transforma en fuerza cohesionadora de la propia propuesta escénica.  

Hay una novela del poeta y dramaturgo búlgaro Gospodínov que se titula 'Física de la tristeza'. En ella trata de ordenar los acontecimientos de infinidad de historias familiares que se presentan de forma caótica. Una descripción lógica y material de los hechos que describen, por sí mismos, lo que no alcanzan las palabras: La tristeza del propio autor y, sobre todo, la de una determinada época y sociedad. Hoy nos encontramos con más de 32.000 migrantes muertos en todo el mundo desde 2014, entre ellos casi 1.600 niños, como recientemente ha publicado este diario. Muertes contabilizadas en los últimos cinco años, un promedio de 17,53 muertos al día.  Los números hablan como hablan los cuerpos de Ríos y Ros sobre el escenario, que encarnan lo inefable en su bello y duro periplo a través de la física de las migraciones. Abre los ojos.

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