José Ovejero: “La imaginación es una herramienta para acercarnos al mundo y para intervenir en él”
José Ovejero es autor de una amplia obra literaria que abarca diferentes géneros: novela, ensayo, poesía, teatro, o relato. En el 2012 obtiene el Premio Anagrama de Ensayo con La ética de la crueldad, sobre las relaciones (siempre complejas) entre literatura, arte y ética; en el 2013 gana el Premio Alfaguara con su novela La invención del amor (traducida a diferentes idiomas); en el 2017 gana el Premio Gil-Albert de Poesía por su libro Mujer lenta. Tras la recopilación de relatos Mundo extraño (aparecida en Páginas de Espuma y con la que gana el Premio Setenil al mejor libro de relatos de 2018), vuelve a la novela y a la más candente actualidad con su obra Insurrección, publicada en el 2019 para la editorial Galaxia Gutenberg. El 13 de marzo presentará esta obra en Murcia. Entre varias citas, habrá un encuentro con el autor en Libros Traperos (19h., en Ronda de Garay, 39B).
En su ensayo La ética de la crueldad (2012) defiende la tesis de que el escritor cruel no es solo el que se regodea en la representación de la crueldad humana, sino también y sobre todo el que muestra la crueldad humana para que el lector tome partido o reflexione o se vea empujado a reflexionar. ¿Podríamos incluir Insurrección en este tipo de obras literarias? ¿Puede la literatura cambiar el mundo?
En La ética de la crueldad proponía, entre otras cosas, que el libro cruel es, también, aquel que no confirma nuestras certezas sino que las pone en tela de juicio y nos obliga a examinar nuestra complicidad con aquello que criticamos; y en ese sentido creo que Insurrección encaja en la crueldad ética: es una novela en la que la cómoda identificación con los personajes -los buenos y los malos, los justos y los injustos- es difícil y que, por lo que me dicen, obliga a los lectores no a tomar partido sino a obtener una conciencia crítica de la propia realidad.
¿Se cambia así el mundo? Pienso que la literatura, como el cine o como los discursos políticos, tiene influencia sobre el imaginario colectivo, y la imaginación es una herramienta primero para acercarnos al mundo y, a partir de ese acercamiento, para intervenir en él. No cambia la realidad de una manera tan directa como una ley o como un acto terrorista, pero sí contribuye a transformarla de forma indirecta.
Ana es una joven de 17 años que no acepta la realidad que la rodea; considera a su padre como un cómplice del sistema, porque no se rebela ni hace nada para cambiar las cosas: ¿se ha inspirado más en la literatura o en la vida “real” para retratar de forma tan realista y conseguida a una joven que no se quiere conformar? ¿Serán los jóvenes los que puedan cambiar el rumbo de la historia? (Estoy pensando en Greta Thunberg, que hoy tiene 17 años).
Los jóvenes siempre cambian el rumbo de la historia en el sentido de que toda generación corrige a la anterior, lo que no significa que lo hagan mejor . Pero los jóvenes carecen de poder real -salvo en momentos muy concretos y pasajeros-, su capacidad de actuación crece mientras ellos también crecen... y a menudo van pareciéndose más de lo que quisieran a sus mayores, es decir, cuando tocan poder ya no son tan jóvenes. Eso sí, la conciencia crítica de los jóvenes ejerce un contrapeso saludable al pragmatismo -a menudo interesado y acomodaticio- de la generación anterior.
Insurrección, como mis demás novelas, se nutre de lo que me rodea, de lo que veo y pienso cuando salgo a la calle. Pero para expresarlo, no sólo eso, para pensarlo de verdad, necesito la literatura. El ejercicio literario tiene una parte de placer estético y otra de comprensión; la comprensión es difusa, no podríamos hacer un discurso claro con las ideas de una novela -de ahí la debilidad de la novela de tesis, que subordina la complejidad de lo literario a la transmisión de ideas demasiado sencillas-, pero también es una comprensión profunda, y por eso a menudo nos emociona y sacude. De una buena novela salimos con la impresión de haber aprendido algo importante aunque no sepamos decir exactamente qué. Eso es lo que me gustaría que lograse Insurrección. Y por eso concedo tanta importancia a la forma: el estilo es una manera de acercarnos a la realidad con otros ojos.
Insurrección habla de un tema universal: el conflicto entre padres e hijos: ¿siendo hijos, tenemos que matar al padre para poder crecer y evolucionar? Pienso también en clásicos como Kafka y su Carta al padre.
En realidad, a mí me parece que Kafka no mata al padre. Lo que muestra su famosa “Carta” es cuánto sigue dependiendo de él, que necesita su juicio, su aceptación. Es una carta muy dura y quejumbrosa a la vez. En el caso de Ana, a pesar de separarse de manera tan radical de su familia, de negarse a hablar con su padre, de tomar un camino en la vida radicalmente opuesto, también mantiene un vínculo; pero en lugar de hacerle una lista de reproches busca una forma más original de transmitir el desencuentro esencial con él, una forma más... literaria. Para matar al padre es preciso olvidarlo, y eso es muy difícil (tampoco sé si deseable).
¿Cómo compagina su vertiente más “surrealista” – como en Mundo extraño, de 2018 – con su vertiente más “realista” – como en Insurrección? ¿O no se trataría, a lo mejor, de la misma vertiente, pero realizada a través de escrituras y estilos “diferentes”?
Sí, yo siempre estoy hablando de la realidad, pero uso herramientas distintas para hacerlo. Soy poco esteticista; me interesa mucho la forma pero no en sí misma, sino porque es un vehículo para llegar a lugares en los que no he estado. Mundo extraño usa más el disparate, lo grotesco, lo inverosímil -como también hacía mi novela La comedia salvaje- y por supuesto es muy excitante recurrir a esa forma de escritura, que tiene algo muy lúdico. Ortega decía algo así como que la novela no puede a la vez mirar el jardín y el cristal de la ventana (el medio por el que se mira); a mí me interesa hacer las dos cosas a un tiempo.
Uno de los personajes de Insurrección se pregunta: “¿dónde está el bien?” (p. 73), para luego añadir la siguiente reflexión: “una pregunta a la vez teológica y capitalista”. Y me atrevo a preguntarle, como ciudadano y como escritor: ¿dónde está el bien?
El bien está en el deseo, no en los actos. El deseo -o llamémoslo la voluntad- puede alcanzar una pureza que no le está dada a nuestras acciones. Así que el bien existe justo en ese momento en el que vamos a actuar con una voluntad constructiva, solidaria, generosa... como quieras llamarla. Pero nuestras acciones siempre dejan una rebaba, tienen un efecto no deseado (el mejor ejemplo son las revoluciones y las transformaciones sociales). Ser conscientes de las consecuencias negativas de nuestros actos -da igual con qué ánimo generoso los realizamos- es una forma de madurez.
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