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Mónica Ojeda: “`Nefando´ trata de comprender el dolor del otro”

Mónica Ojeda, autora de `Nefando´

Elisa Reche

Ojeda maneja diferentes registros del castellano y sus variedades de Ecuador y México con la precisión de quien construye una casa de muñecas de terror. `Nefando. Viaje a las entrañas de una habitación´ (Candaya, 2016) está contada con un ritmo por momentos insistente y frenético que permite abordar temas como el incesto, la pornografía infantil o el conflicto con la propia identidad sexual desde una extraña voz poética.

Hay temas muy oscuros en el ser humano, como de los que habla `Nefando´ que bien se omiten o son tratados de un modo morboso, tanto en los medios de comunicación como en el arte. En su novela, en cambio, lo saca a la luz de una forma extraña, indirecta y poética. ¿Por qué ese fondo y esa forma?

Lo más oscuro, lo abyecto y lo obsceno, son zonas de lo humano difíciles de explorar, no sólo por lo que entrañan, sino porque normalmente preferimos mirar hacia otra parte. Se trata de zonas en donde mirar resulta doloroso.

He intentado no cerrar los ojos en algunas de esas zonas y de cazar experiencias corporales extremas, tanto del lado del dolor como del placer, que son inefables y que, sin embargo, intentamos dotar de un lenguaje que articule un sentido. La literatura es una forma de mirar: no es lo que se ve, ni el acto de mirar, sino la forma en la que se mira. Por eso, la escritura de 'Nefando', en cada uno de sus registros, es una forma necesaria y verdadera de encontrar un lenguaje que desafíe el silencio que queda frente a lo abominable.

¿Ha pensado en cómo podrían recibir su novela personas que han sido víctimas de algún tipo de violencia o abuso?

Sí, lo he pensado e imaginado en muchas ocasiones, pero nunca podré saberlo del todo hasta que hable con una de esas personas, e incluso podría ser que ni aún así lograra saberlo, sólo intuirlo.

De eso también trata 'Nefando': del deseo por entrar en la experiencia del otro, de extender nuestra empatía y comprender el dolor del otro. Aunque sea una entelequia, es lo que nos mueve a poner en palabras nuestras experiencias y narrárselas a alguien. Pienso que una persona que haya sido víctima de alguna de las violencias que se tratan en la novela podría, quizás, identificarse con esta lucha con las palabras para contar el dolor.

Hay cierta tendencia ahora en la literatura de darle voz a las víctimas, el ejemplo que se me viene más rápido a la cabeza es `Instrumental´ de James Rhodes. ¿Por qué cree que existe esa corriente de la que me parece que forma parte?

En muchas ocasiones se suele decir que las víctimas no tienen voz. De hecho, el mismo hecho de llamar a alguien `víctima´, es ponerlo en un estado casi ontológico de fragilidad que no todos están dispuestos a aceptar.

Yo no creo que las personas que hayan sido víctimas de algo o alguien no tengan voz: creo que a veces no se las escucha y se las infantiliza; se las trata como si estuvieran tan rotas o dañadas que no pudieran ser concientes de sí mismas y necesitaran de un intérprete.

No quiero generalizar, porque sería una estupidez hacerlo: cada caso es distinto y único. Pero en el caso de 'Nefando' me interesó abordar el problema de poner en palabras lo que a veces es sólo un grito, y esa es una lucha de quienes han gritado, es decir, de quienes han sido víctimas, de alguna manera ¿no lo hemos sido todos alguna vez en distintos grados y ámbitos?

La globalización se palpa en cada página de su novela y también las desigualdades que conlleva y la posibilidad del racismo. ¿Se sigue mirando a España desde Ecuador o América Latina con una mezcla de rencor y admiración? ¿Ha sufrido alguna actitud racista durante el tiempo que vivió en Barcelona?

No en Barcelona, pero en Madrid tuve un encuentro desafortunado con un grupo ultra que estaba agrediendo a un inmigrante. No creo que se mire a España con rencor desde Latinoamérica. Tal vez con admiración y algo de envidia, porque han conseguido construir una sociedad más igualitaria, más segura, y eso es lo que nosotros queremos construir. Pero eso no significa que el racismo no exista.

Los conflictos se agudizan cuando hay crisis y de repente le tenemos un miedo infundado al otro. No es un problema privativo de España: en Ecuador también hay racismo y xenofobia, así como en cualquier país latinoamericano y del mundo.

Es difícil entrar en el tema de la novela hasta leídas bastantes páginas, ¿no piensa nunca en facilitarle la comprensión al lector?

Creo que es importante conectar con los lectores -como escritora es lo que más deseo-, pero es imposible conectar con todos. Es un reto demasiado grande que no me interesa asumir. Además, escribo pensando en las necesidades propias de lo que estoy intentando crear y respondo a ellas con lealtad y honestidad. Espero que eso sea algo que conecte con algunos lectores. Con eso me doy por satisfecha.

La novela se lee como una especie de mantra, con un ritmo muy marcado, ¿buscaba crear con esa forma de escribir un estado de ansiedad y angustia en el lector?

Creo que ese era mi estado mientras escribía y permití que esa ansiedad y angustia entraran en la escritura. Aún así controlé muy bien el estilo y las voces narrativas. Tuve que hallar el equilibrio entre la intensidad y el ritmo que me pedía cada capítulo, cada personaje, y a través de ello marcar el pulso de la novela. Ese pulso es su carácter.

Ha dicho en otras ocasiones que con `Nefando´ quería indagar sobre los límites del arte, ¿podría abundar en ello?

Quería pensar en varias preguntas: ¿Lo que consideramos pornográfico puede devenir en arte? ¿Se puede hablar sobre cualquier cosa en el arte, a costa de lo que sea y de quien sea? ¿Tiene sentido expresar lo que no debería ni siquiera haber ocurrido? ¿Quién estaría dispuesto a pensar en lo verdaderamente abominable a riesgo de salir manchado?

Coetzee, en 'Elizabeth Costello', piensa sobre este tema a través de una novela que Elizabeth encuentra obscena porque, a su entender, “viola” al lector. Un escritor no puede salir limpio cuando se introduce tan profundamente en el mal, pensó ella después de leerla. Pero si la literatura tiene un deber-ser, que no creo que lo tenga, ese sería el de abrir los ojos bajo el agua y mirar de frente todas las mandíbulas abiertas. El arte es ese lugar en donde todo debe ser visto y pensado, en donde no hay tabú. Es la zona de libertad sin límites y, a la vez, la zona de abismos más hondos.

¿Por qué introducir una novela erótica dentro de la novela? ¿Tiene alguna relación con su estudio sobre las novelas eróticas de escritoras latinoamericanas publicadas durante la dictadura?

Esa nouvelle pornográfica está allí porque es la escritura de un personaje de 'Nefando'; un personaje que explora los límites del lenguaje frente a sus experiencias de dolor y placer. Su pregunta sobre el deseo y el cuerpo la empuja a indagarlo a través de la escritura. Entonces yo diría que responde a una parte esencial de ese personaje y que abunda en preguntas de la novela que van sobre el cuerpo, su escritura y sus experiencias extremas. Mi investigación abrió en mi cabeza muchas de esas interrogantes que sólo podrían ser ensayadas en 'Nefando'.

En la novela hay varios personajes que estudian y hablan de literatura y hay bastantes citas literarias. La metaliteratura es muy característica de la posmodernidad, pero ¿considera que puede convertirse en excesivamente autorreferencial?

No creo que autorreferencial, ya que en la novela se hace referencia a textos múltiples, pero ajenos al propio texto. La cuestión es, en mi opinión, si estas referencias aportan o entorpecen la lectura. He intentado trabajar con esas referencias en un plano que no resulte como una piedra en el camino para el lector, sino como un disparador hacia conexiones importantes. La nouvelle pornoerótica, por ejemplo, es un pastiche de la literatura pornográfica europea y latinoamericana, y allí aparecen algunas referencias a esa tradición que sirven para revelar ese remake e, incluso, hacer una parodia.

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