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Murcia y aparte es un blog de opinión y análisis sobre la Región de Murcia, un espacio de reflexión sobre Murcia y desde Murcia que se integra en la edición regional de eldiario.es.

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El imperio de la ley

La balanza de la justicia | Pexels, Ekaterina Bolovtsova

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El 31 de agosto de 2022 OK diario publicó una reseña adjunta a un vídeo en el que un hombre cuya vivienda había sido “okupada” expulsa a los intrusos con la ayuda de otros dos varones armados con barras de hierro. Dicho diario cita al CGPJ como fuente de una estimación según la cual el tiempo medio para resolver este tipo de conflictos dentro de la ley es de unos 18 meses.

Ante la inoperancia del sistema judicial para defender la justicia (no sólo en la cuestión de los “okupas”), se produce una regresión a la acción particular. Así, el ciudadano capaz de reclutar acompañantes armados puede defender sus intereses legítimos (o ilegítimos), mientras que el que carece de estos apoyos queda indefenso. El pez grande se come al chico.

Esta situación conduce a la proliferación de mafias, de grupos de apoyo mutuo que funcionen no sólo al margen, sino en contra de la ley, del estado y de la sociedad en su conjunto. En una especie gregaria como la humana, la ley de la selva no determina exactamente la supremacía del pez de mayor tamaño, sino la de aquel que tenga una red de apoyo más poderosa.

No es casual que la república romana se colapsase, dando lugar al principado, en un momento en que el imperio de la ley no era consistente en Roma. Cuando Julio César fue cónsul, pudo impedir que el otro cónsul, Bíbulo, una de cuyas funciones era evitar la tiranía derivable de un consulado único de César, abandonase su domicilio y desempeñase su función. Para ello contó con una banda de matones que atacaban a Bíbulo cuando éste accedía al espacio público. La impunidad de la banda de Julio César era compartida por otras mafias en Roma, de manera que los ciudadanos fueron afianzando sus redes clientelares situándolas por encima del Estado. La situación derivó en una serie de guerras civiles que culminaron en la imposición de un hombre fuerte por encima de los demás, en una autocracia que al menos mantenía la paz.

El colapso de la ley lleva al caos, y a la tiranía para evitar éste. Por otra parte, es interesante ver el proceso contrario, la aparición de la ley a partir del caos, tal como la plantea Esquilo, de forma mítica, en su Orestíada.

Esquilo parte de un entorno mitológico en el que las Erinias (posteriormente llamadas Furias por los romanos) establecen una protojusticia reclamando el resarcimiento de la sangre derramada, la venganza de los asesinatos. En este contexto, Agamenón, el líder de la expedición griega que habría de conquistar Troya ofendió a la diosa Ártemis, que reclamó el sacrificio de Ifigenia, hija de Agamenón, como castigo.

Agamenón sacrificó a su propia hija, lo que provocó la venganza de Clitemnestra, madre de Ifigenia y mujer de Agamenón, que buscó un amante y con su ayuda asesinó a su esposo tras su retorno de la guerra de Troya.

Tras el asesinato de su padre, Orestes se vio obligado a vengarlo, aunque eso supusiera matar a su propia madre. El parricida se vio entonces acosado por las Furias, siendo acreedor de una nueva venganza por su horrendo crimen.

Con la ley de la selva, que se parece mucho al sistema implantado por las Erinias, la cadena de 'vendettas', a nivel individual o colectivo, no tiene fin. Lleva al conflicto y al derramamiento de sangre permanentes. Por ello es necesaria la ley.

Orestes fue a Atenas, donde fue juzgado por un tribunal de ciudadanos presidido por la diosa Atenea. Los designios de este tribunal nos sitúan en un nuevo escenario. Una condena, incluso una pena capital, emitida por este tribunal no es acreedora de una nueva venganza. A diferencia de una agresión por parte de un particular, la Justicia encarnada por un tribunal de ciudadanos, o por una diosa, o por un juez, se sitúa a un nivel diferente (lo que Lacan llama el registro simbólico), que pone un límite a la cadena  de actuaciones mantenidas por la acción y reacción perpetuas. En eso se basan la paz y la justicia que proporciona la ley. Por cierto, Orestes fue absuelto por el tribunal ateniense, acabando ahí la cadena de violencia en la que estaba atrapado.

En un momento histórico en que el imperio de la ley está en cuestión; en el que los abusos cometidos en su nombre invitan a asaltar la Bastilla o el Palacio de Invierno de Petrogrado; en el que distintos gobiernos tratan de deslegitimar la acción de los jueces; en el que los sistemas judiciales se encuentran sobrepasados e incapaces de realizar su función, las Erinias calientan en el banquillo. Si seguimos así, cualquier día salen.

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