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Murcia y aparte es un blog de opinión y análisis sobre la Región de Murcia, un espacio de reflexión sobre Murcia y desde Murcia que se integra en la edición regional de eldiario.es.

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La del “púlpito”

El sacerdote Pedro César Carrillo Martínez durante el pregón en Alcantarilla

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Últimamente mi pueblo es un no parar. En cuestión de semanas nos ha dimitido un alcalde que, en menos de diez minutos, ya estaba recolocado en una cómoda empresa ligada al Gobierno Regional - todo queda en casa-; ha jurado su cargo nuestra nueva primera alcaldesa y nos hemos hecho más que famosos por un pregón de fiestas que nos ha sacado los colores frente a todo el país. Sí, se podría decir que se ha liado la del “púlpito” porque lo que debía ser un pregón institucional en honor a la Patrona, se convirtió en un sermón ideológico y desde ahí, todo lo demás: el silencio, las excusas y la necesidad -sí, la necesidad- de no callarse.

No ha pasado ni una semana desde que el pasado sábado se celebró el pregón de nuestras fiestas patronales. Un acto público, celebrado en un centro cultural pagado por todos, con presencia institucional y retransmitido por los canales oficiales del Ayuntamiento. Lo que debía ser un momento de celebración colectiva se convirtió en algo muy distinto: en un discurso ideológico profundamente reaccionario e impropio de cualquier espacio financiado con dinero público. Quien tomó la palabra -el sacerdote designado por la Hermandad como pregonero- lo hizo para lanzar, desde ese escenario, un alegato contra la independencia de la mujer en detrimento del matrimonio, el aborto, el feminismo, los anticonceptivos, las familias diversas y prácticamente cualquier avance social de las mujeres en los últimos 50 años. Lo que allí se escuchó no fue un pregón, fue una homilía política disfrazada de tradición y más cercana a la retórica de la Sección Femenina que a cualquier visión moderna de lo que significa vivir en democracia.

Pero lo más grave no fue solo lo que se dijo, sino el silencio posterior. La recién investida alcaldesa estaba sentada en ese mismo escenario, presidiendo el acto sin hacerlo. Quiero creer que sintiéndose incómoda. Pero no hubo ninguna palabra de condena. Ninguna explicación. Ningún gesto. Solo silencio. Y después, excusas. Infinidad de excusas: que si el acto lo organizaba la Hermandad, que si no sabían lo que el pregonero iba a decir, que si el Ayuntamiento “solo estaba invitado”. Como si no se hubiera anunciado y retransmitido en directo desde sus propias redes o como si ese espacio no fuese público.

Yo no estuve allí. Estuvieron dos concejales de mi grupo que acudieron por respeto institucional, como es habitual. Y también, como es habitual, se quedaron hasta el final y participaron en la foto junto al resto de la corporación. Pero lo que vivieron fue otra cosa. Una intervención cargada de ideología que directamente atacaba los principios que defendemos cada día. Y al salir, lo primero que hicieron fue trasladarme su incomodidad y la necesidad de denunciar lo que acababan de escuchar. Eso hicimos. No por protagonismo ni por estrategia ni por hacer daño a nadie, por coherencia. Porque callar ante algo así no es neutralidad, es complicidad.

Y no, esto no va de mí, no va de nombres propios. Va de lo que se dijo, de cómo se dijo y de dónde se dijo. Va de entender que usar un acto oficial para lanzar un discurso contra derechos sociales no puede aceptarse como algo “normal” en 2025. Y va de tener el valor de decirlo, incluso cuando sabes que eso traerá consigo una campaña de difamación, ataques personales y mucha desinformación en tu propio pueblo.

A veces resulta inevitable volver la vista atrás y comparar el doble rasero con el que algunos miden la política. La diferente forma de hacer y ver las cosas. En este caso se personaliza la crítica y se nos acusa de buscar protagonismo, de crispar, de insultar a mujeres y de ensuciar. Sin embargo, cuando hace nada dimitió el anterior alcalde, tras diez años al frente del Ayuntamiento, hubo un raro silencio clamoroso entre los suyos. De esos silencios que en realidad son todo lo contrario. De los que invitan a pensar que todavía hay quien piensa que “los trapos sucios es mejor lavarlos en casa”. Nada en la página del PP de Alcantarilla, nada en las redes sociales de la gran mayoría de sus concejales, ni una sola foto junto a él después de tanto… Pasaron de un post sobre la Semana Santa al de la investidura de la nueva alcaldesa como si nada hubiese pasado de por medio, como si de lo que no se hablase nunca hubiese existido. Y qué es eso si no una forma de disimular que no hace más que lo contrario, generar más sospechas que cualquier crítica política legítima. Definitivamente, sí. Somos muy diferentes.

Lo ocurrido durante esta semana no es una cruzada contra nadie. Es una defensa serena pero firme de lo que no debe permitirse desde lo público. De un mensaje que excluye, que señala, que divide, que juzga, que pretende devolvernos a una época donde las mujeres no teníamos voz, ni voto, ni vida propia. Un mensaje que vuelve a juzgarnos, a declararnos culpables y a mandarnos directas a la hoguera. Como siempre se hizo, pero donde ya no vamos a permitir que nos devuelvan por mucho que Alcantarilla sea el pueblo de las brujas. No se trata de fe, de tradiciones, de la Virgen, de La Hermandad o de la religión. Se trata de respeto, de igualdad y de responsabilidad institucional. Porque si desde lo público no se defienden los derechos de todas las personas -especialmente cuando se atacan-, entonces ¿para qué estamos en política? Y si levantar la voz cuesta, que cueste. Porque mucho más caro nos saldría quedarnos calladas y eso ya lo sufrimos durante demasiado tiempo.

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