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No todo vale

Julio Barea

Doctor en Geología y responsable de la Campaña de Contaminación de Greenpeace —

En el texto publicado el pasado 29 de agosto en la sección “Zona Crítica” bajo el título “Los tres mayores patinazos del ecologismo sobre la salud humana (III): de espaldas a la química” la autora se esforzaba en tratar de justificar el titular con una visión muy sesgada de la realidad ambientalista y científica de hace 30 años, con un aparente único objetivo de desprestigiar a cualquier precio el trabajo de organizaciones como Greenpeace.

No nos cansaremos de repetir que el trabajo de Greenpeace siempre cuenta con el respaldo científico de personas e instituciones expertas en las temáticas que nos preocupan. De hecho la organización cuenta incluso con un centro propio de investigación en la Universidad de Exeter, en el Reino Unido, un trabajo que la autora demuestra desconocer en este y otros artículos.

El texto menciona una crisis humanitaria de cólera en Perú en 1991 y su posterior gestión como ejemplo de desvirtualización del principio de precaución sobre el cloro: “el principio de precaución se había desvirtuado hasta tal punto que, para estas personas, la cloración del agua suponía un peligro mayor que las enfermedades infecciosas que provoca su ausencia”. Como si todo valiera para justificar el titular, de forma desproporcionada e injusta se relacionan las campañas de sensibilización ambiental sobre el impacto de la producción del cloro y sus compuestos, con una crisis humanitaria tan compleja y desgraciada, donde miles de personas sufrieron las consecuencias de la contaminación del agua en un contexto local de grandes deficiencias en saneamiento y salud pública. Para hablar del problema en su visión global y no quedarse con un acercamiento simplista resulta muy útil leer el informe de la FAO (2002) sobre esta crisis, donde se concluye que: “La aparición de la epidemia del cólera en el Perú, sirvió para que se brindara atención a la problemática de la salud ambiental, tan venida a menos. Se replantearon los esquemas de inversión del Estado, posibilitando la ejecución de obras de saneamiento básico, educación sanitaria, acciones preventivas, curativas y de control del cólera”.

Por supuesto, en el texto no aparece publicado que el principio de precaución está totalmente extendido en la comunidad científica y sirve para ayudar a reducir cualquier riesgo potencial para la salud humana o para el medio ambiente cuando aparece un nuevo agente o método de producción, químico o biológico, que se introduce en el medio y del que, en un momento dado, se desconoce su comportamiento e interacciones. Es por tanto una cuestión de responsabilidad y nunca alarmismo plantear abiertamente estos riesgos y exigir a gobiernos y empresas que los tengan en cuenta.

Además, es precisamente en la problemática de la salud ambiental donde Greenpeace ha centrado sus esfuerzos durante décadas. Cabe resaltar otro dato importante no apuntado por la autora y que invita a la reflexión: la mitad de la fábricas españolas de cloro cerraron su producción en 2017 al no cumplir la legislación ambiental de la Unión Europea (sistema de producción con mercurio, altamente contaminante, y ya descartado en Europa). Y recientemente, el pasado mes de junio, la Guardia Civil destapó graves casos de contaminación por mercurio de la industria del cloro.

Es curioso que las ideas que aparecen en el texto para tratar de justificar el titular ya eran usadas por la industria de producción de cloro hace años y habían quedado en desuso por su falta de rigor científico, hasta que han sido rescatadas en este escrito, que hace un flaco favor a la divulgación científica seria.

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