Apuntes sobre el ‘caso Salazar’: siempre nos quedará mañana
Se acabó. Las denunciantes de Francisco Salazar acatan la respuesta del PSOE y dan por finalizado el procedimiento. En mitad del aluvión de teorías de la conspiración sobre sus aviesas intenciones, ellas deciden pasar página y no hacer más sangre. Y motivos para ello les sobraban, porque gran parte del informe que les remitió el órgano antiacoso de su partido está compuesto por una retahíla de excusas, algunas insultantes, sobre la investigación frustrada.
Entre ellas, que en cinco meses no pudieron concertar una cita con Salazar para interrogarlo porque viaja mucho fuera de España y porque el único día que encontraron libre en el calendario coincidía con la Almudena, festivo local de Madrid. O que ni siquiera le dieron acuse de recibo a una de las denunciantes porque querían protegerla de la presión mediática. Argumentos insostenibles si se tiene en cuenta que la cúpula socialista mantuvo contacto directo y permanente con Salazar hasta principios de diciembre y que, además, mucha gente en el partido trabajó desde el verano por intentar sacar del anonimato a las denunciantes.
Pero más allá de la descripción de los hechos que hace el PSOE y que las mujeres han recibido como una falta de respeto, el informe también recoge lo único que, en realidad, perseguían. El reconocimiento de que lo que denuncian es cierto, que los comportamientos de Francisco Salazar no resultan tolerables y que, en consecuencia, nunca más volverá a formar parte de ese proyecto político. O lo que es lo mismo: que no están locas, que no son unas histéricas y que no exageran ni actúan por despecho. Y con eso ya les vale, porque no aspiraban a más que a la empatía y al respaldo de la formación en la que militan. Justo el que no tuvieron durante todo este tiempo en el que, si hubo fuego amigo, solo fue el que dirigieron contra ellas quienes debían protegerlas.
A principios de verano, elDiario.es informó de los primeros casos de comportamientos compatibles con un presunto acoso sexual por parte de Francisco Salazar, que iba a ser empoderado al frente de dirección del PSOE. Fue esa decisión, la de su ascenso en el partido, la que provocó la reacción de muchas mujeres. Militantes de base o incluso trabajadoras sin carnet y sin cargos orgánicos ni institucionales de relevancia fueron quienes dieron la voz de alerta. Ninguna de ellas formaba parte de ninguna conspiración, pero las teorías engendradas en las obtusas salas de máquinas del PSOE y de Moncloa fueron variopintas.
Parte de esas teorías tuvieron su propio recorrido posterior en algunas tribunas que, entre metáforas bélicas rimbombantes, pretendían darle una pátina de intelectualidad al mero intento de echarle un cable a Salazar. En el fondo, caricaturizar el caso como una operación política ajena a las denuncias de acoso sexual es el mecanismo que se activa tantas veces para otorgar protección e impunidad a los hombres que se encuentran en aprietos. Resulta revelador el retrato de esa red de complicidades masculinas que hace la película ‘Una joven prometedora’, especialmente recomendable para quienes anden atrapados en ‘Salvar al soldado Ryan’ y ‘Call of Duty’.
Concluir que las denunciantes forman parte de una estrategia ajedrecística para derribar al sanchismo desde dentro no busca el descrédito del medio o los periodistas que publican el caso, por mucho que sean señalados. El objetivo es otro y es doble. Primero, atacar la credibilidad de las que levantan la voz, las que dicen basta ya, las que dan el paso y denuncian. Y segundo, borrar cualquier huella de las situaciones de violencia laboral o sexual que hayan tenido que afrontar para poder retratar al hombre señalado como una víctima atacada por mujeres francotiradoras, maléficas, amargadas, retorcidas, que no tienen otra cosa mejor a la que dedicarse que arruinar la vida de sus jefes o de los hombres de su entorno.
¿Pero Salazar le hablaba de la ropa interior a sus subordinadas? ¿Les proponía citas intempestivas? ¿Se sobrepasaba incluso con mujeres jóvenes que eran familiares de sus compañeros de partido? ¿Escenificaba felaciones en su despacho? ¿Humillaba y vejaba a las mujeres de su equipo con interrogatorios sobre sus relaciones sexuales o su aspecto físico? ¿Les ponía la bragueta desabrochada a la altura de la cara? Menudas preguntas impertinentes y desenfocadas, como si las denuncias de las mujeres fueran lo importante. La única clave del asunto es que Page, Lastra o Susana Díaz intentan aprovechar ahora el escándalo para saldar cuentas orgánicas pendientes con Pedro Sánchez. Eureka.
Pero, ¿y el de Torremolinos que comentaba el escote de su compañera? ¿Y el de Valencia que le ofrecía “comerle la almeja” a su subordinada? ¿Y los de Galicia? ¿Y lo del alcalde del PP de Algeciras? ¿Y los que no han salido porque ellas aún tienen demasiado miedo? ¿Tan grande es la operación política orquestada por los enemigos del sanchismo? Lo peligroso no es que existan conspiranoias de este calibre, sino que un gobierno y un partido de gobierno las promueva y se las crea. No ya por el boquete moral que supone traicionar los principios con los que se presentan ante su electorado. Lo grave, sobre todo, es que alimentar la conspiración implica no creerlas a ellas. Y en el PSOE se envolvieron de feminismo, entre otras cosas, para prometerles que sí lo harían.
Por eso, el error más profundo de Pedro Sánchez y del Partido Socialista fue equivocarse de bando. Pensar que, al proteger a Salazar, protegían a uno de los suyos. Porque las suyas son las militantes del PSOE que les pidieron ayuda y que ellos ignoraron y no el que las violentó con actitudes machistas y misóginas. Lo explica bien una de las denunciantes que responde a la pregunta de por qué no se dio de baja del partido. “Perdona, pero no. Es que mis valores son los de este partido y quien actúa contra esos valores es él. El que tenía que irse era él”.
Las dos militantes que registraron sus denuncias el 8 y el 28 de julio estuvieron cinco meses calladas. Acudieron a los canales internos, tal y como les pidió su partido. Solo al comprobar que sus denuncias desaparecían del sistema sin ser siquiera tramitadas y tras ver a la portavoz del Gobierno rehabilitar públicamente a Salazar con una comida a ojos de todo el mundo, decidieron tener fuera la voz negada dentro.
Son mujeres jóvenes que trabajaron a las órdenes de Salazar, que no tienen ascendencia orgánica alguna y que, obviamente, no participan en operaciones de oposición interna a la actual dirección del partido, si es que tal cosa hoy existiera. Ambas explican que, si se animaron a denunciar, fue porque antes otras mujeres habían dado el paso en el mes de julio de hacer públicas situaciones idénticas a las suyas. No se conocen entre ellas ni saben de la identidad de las otras denunciantes. Y aun así, todas se cruzan agradecimientos mutuos. “No sé quién hay detrás de las primeras denuncias que lograron poner el cascabel al gato, pero les estaré siempre profundamente agradecida”, reza uno de los escritos registrados en verano.
Tras el caso de Francisco Salazar, un goteo incesante de denuncias de mujeres ha sacudido la política española dentro y fuera de las filas del Partido Socialista. Mujeres que dan el paso porque encuentran el impulso en los pasos de otras mujeres y se sienten menos solas. Se explica bien ese otro reguero de complicidades en una película imperdible de Paola Cortellesi. Se llama ‘Siempre nos quedará mañana’. También sale algún soldado, pero lo que cuenta es que, cuando ellas ya no pueden más, lo único que las salva es que se tienen las unas a las otras.
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