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Opinión - Vivir sobre un polvorín. Por Rosa María Artal
ZONA CRÍTICA

La baraka de Pedro Sánchez

Pedro Sánchez a su salida de la sesión de control celebrada este miércoles en el Congreso de los Diputados

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Puede ser resiliencia, suerte o camaleonismo político y sea por una cosa, por otra o una combinación de las tres, el resultado es que Pedro Sánchez ha vuelto a salirse con la suya. Acumula heridas y ni sus socios en el Consejo de Ministros se fían de él. Lo tenía todo en contra, había reaccionado tarde y con pocos reflejos al malestar en la calle y aun así jugó bien sus últimas cartas y eso que la partida en Bruselas había entrado ya en tiempo de descuento. 

Sin llamar al jefe de la oposición, sin reunirse con los grupos que le ayudan a sobrevivir en el Congreso (aunque sí lo hicieron en su nombre las vicepresidentas Calviño y Díaz y el ministro Bolaños), anunciando las medidas del plan de choque en un desayuno organizado el lunes por Europa Press en vez de pasar antes por el Parlamento y contando con que el resto de formaciones actuarán con la responsabilidad que les es exigible en una situación de excepcionalidad como es una guerra. 

El presidente del Gobierno acudió este miércoles al Congreso sabiendo que los aliados parlamentarios están dispuestos a apoyar su plan y que, si Alberto Núñez Feijóo quiere demostrar que no es Pablo Casado, no puede oponerse. No era una comparecencia de trámite, pero le faltó la solemnidad que merecen las circunstancias. Sabemos que puede hacerlo porque en la pandemia encadenamos su presencia en nuestros televisores a la hora del telediario, también en fines de semana, incluso cuando no nos explicaba nada nuevo. Nos sirvió para asumir colectivamente el alcance de la situación.

En su discurso ante los diputados, Sánchez reclamó a la oposición que los partidos estén a la altura del momento y tras recordar que la guerra ha llegado tras dos años de pandemia les interpeló directamente: ¿Qué más tiene que ocurrir para que respondamos unidos? La pregunta era pertinente y la respuesta debería ser evidente. El presidente del Gobierno alertó de que la seguridad europea peligra y eso obliga a países como España a aumentar su presupuesto en Defensa. Aclaró que no será un incremento de golpe pero es poco cuestionable que si la UE quiere ser de verdad una potencia global tiene que poder y saber defenderse.

El debate de este miércoles no era un debate cualquiera pero no tuvo la trascendencia que merecería, comparable a otros momentos de la historia europea. En la biografía colectiva sobre Winston Churchill editada en España por Crítica y coordinada por el profesor Richard Toye, un grupo de historiadores analizan la trayectoria personal y política del político británico y en algunos fragmentos de sus intervenciones se comprueba cómo era plenamente consciente de la repercusión de sus palabras. Sabía que estaba haciendo historia aunque no siempre estuviese a la altura y suya es la frase que diferencia a los políticos de los estadistas en función de si piensan en las próximas elecciones o en las siguientes generaciones. Cuesta ver entre los actuales mandatarios europeos esa visión. Churchill la tenía incluso cuando estuvo en la oposición, algo que tampoco se aprecia en estos momentos en los políticos que no están al frente de los gobiernos. 

En el famoso discurso que pronunció el 5 de marzo de 1946, siendo entonces líder de la oposición británica y cuyo título oficial era ‘Los pilares de la paz’ (aunque ha quedado en la memoria colectiva como la disertación sobre el “telón de acero”) alertó con toda la gravedad que se requería de la expansión política y militar de la Unión Soviética. Fue también él quien ya antes, tras salir derrotado en las elecciones de 1945, predijo un futuro para Europa del este “lleno de oscuridad y amenazas”. El británico combinó su anticomunismo con el pragmatismo si entendía que una decisión podía convenir al Reino Unido y ejerciendo un liderazgo que a nivel europeo ahora nadie ostenta reclamó a franceses y alemanes que intentasen enterrar sus enemistades. En mayo de 1953 insistió en que había que celebrar una cumbre al más alto nivel en el Kremlin y de su intervención en la Cámara de los Comunes quedará esta reflexión: “Bien podría ser que no se llegaran a alcanzar acuerdos exigentes” pero “podría haber una sensación generalizada entre los allí reunidos de que quizá puedan hacer algo mejor que destrozar a la raza humana, incluidos ellos mismos”. Ahí Churchill actuó sin tener en cuenta a Estados Unidos e incluso discrepando de su propio Gabinete, que no veían con buenos ojos una maniobra de distensión.  

Hay incluso quien ha trazado un paralelismo entre Zelensky y Churchill, algo que el presidente ucraniano intentó alimentar en la videoconferencia que protagonizó hace 20 días ante los parlamentarios británicos cuando se comprometió a “luchar hasta el final”, emulando el conocido discurso “Lucharemos en las playas” que Churchill pronunció allí mismo en 1940. Zelensky no es un “Churchill con camiseta” pese a que haya quien, como el periodista estadounidense Lou Dobbs, lo haya bautizado así. Pero sí se echa de menos en Europa y por la parte que nos toca también en España a alguien que no solo hable a las generaciones actuales sino que les diga a las próximas que se ha hecho todo lo posible para paliar el desastre pero también para cambiar el rumbo del país. Y eso obliga a abordar reformas estructurales en ámbitos como el fiscal, también el que afecta a las grandes corporaciones o las principales fortunas, o en la regulación del alquiler de la vivienda que vayan más allá de las paliativas urgentes que se han incluido en el plan de choque presentado este miércoles en el Congreso. Eso sería pensar en las próximas generaciones. 

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