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Las barbaridades de Vox ya estaban en el PP

Santiago Abascal, hijo político de José María Aznar y de Esperanza Aguirre

Ruth Toledano

El mayor problema no es que suelten basura por la boca. Eso solo demuestra que hay un grave problema estético en la derecha del Estado español. Cuando digo derecha, incluyo a Vox, que exuda de las filas del PP y, por tanto, se entiende y hace pactos con el PP: Dios los cría y ellos se juntan. El mayor problema, gravísimo, que tenemos con esa derecha española y muy española a la que la España españolista ha permitido empoderarse, el problema ético, es que las personas que la representan en las instituciones políticas o ante los medios de comunicación están recurriendo a una basura verbal que ya tiene, a su vez, representación, al reflejarse en la vida común, política y social. Así, no solo se somete a la sociedad a la repugnancia de oír que “el feminismo es un cáncer”, sino que aboca su vida, la vida social, a romper la unidad institucional sobre asuntos como la violencia machista, por ejemplo.

Pretende después una derecha, la del PP, desmarcarse públicamente de su derecha, la de Vox, cuando por la boca ultra no salen más que las mismas aberraciones que, por ejemplo, llevaron al PP a recurrir ante el Tribunal Constitucional la ley de matrimonio igualitario que aprobó el gobierno de Zapatero en 2005. Discriminar con desprecio a las personas LGTBIQ no es solo una barbaridad extremista que suelta a lo loco gente como Alicia Rubio, diputada de Vox en la Asamblea de Madrid. A ella, de hecho, la aplaudieron en el pleno madrileño diputados y diputadas del PP y de Ciudadanos, que luego quieren echar balones fuera por más que no se pueda estar en misa y repicando.

Lo preocupante de esta estrategia de la política de la barbaridad, estéticamente asquerosa, es que tiene un reflejo en los hechos políticos que va más allá del espectáculo en la cámara y de atraer el foco de la prensa. Es decir, es aún más asquerosa éticamente. Porque quienes producen esa política han puesto en práctica sus barbaridades siempre que han podido. En los tribunales, en los colegios, en los centros de salud, en los puestos de trabajo, en los organismos de la Administración. No solo eso: con sus barbaridades, alientan la cultura del odio que se extiende, ese sí, como un cáncer y alimentan los delitos que ese odio provoca en la calle.

El reflejo puede ser tan aberrante como ha sucedido en Murcia, donde la Asamblea Regional no ha aprobado una declaración institucional propuesta por UNICEF para celebrar los 30 años de la creación de la Convención de los Derechos del Niño, por la potencial protección que reclama hacia los menores inmigrantes no acompañados. Hay que ser malas personas. Incluso hubo quien recurrió al argumento de que la protección de la infancia que promueven estos organismos deja fuera a “los no nacidos”.

Todas estas barbaridades no han salido de la nada: la mayoría de ellas ha salido del PP. Como la hemeroteca también es memoria histórica, basta recordar lo que sobre el matrimonio igualitario, por ejemplo, decían José María Aznar, Ana Botella, Mariano Rajoy, Jorge Fernández Díaz, Ángel Acebes o Manuel Fraga cuando lo recurrieron ante el TC. “Las uniones gays no deben ser equiparadas ni al matrimonio ni a la familia”, resumió Aznar. Su santa esposa Botella se puso más verdulera, con aquel lío suyo de las peras y las manzanas que ha quedado para los anales de la vergüenza dialéctica. Rajoy lo tenía clarísimo, al considerar el matrimonio como “una institución entre un hombre y una mujer para la procreación”, mientras que a Fraga las igualitarias le parecían, directamente, “leyes asquerosas”.

No sé si alguien recuerda a Montserrat Nebrera, aquella diputada del PP catalán que afeó “el acento” de la ministra de Fomento socialista Magdalena Álvarez. Sobre el matrimonio entre personas LGTBI Nebrera dijo que era “como la unión entre dos hermanas, un perro y una señora, o una señora y un delfín”. ¿No parece sacado de cualquier boca de Vox? De hecho, esta mujer abandonó el PP en 2009 y no sería de extrañar que eligiera ahora tales afinidades, tras su candidatura en 2014 por Convergència Democràtica de Catalunya (CDC). ¿Hay, acaso, alguna diferencia entre sus barbaridades de entonces y las actuales de la diputada Rubio?

Basta con seguir el árbol genealógico político de Santiago Abascal para encontrarse con Aznar y su familia. Y, por tanto, con Pablo Casado. Atención, pues, a la derecha y a su derecha. Lo que nos parece barbaridad de Vox estaba en el ADN del PP. Por eso no se repugnan entre ellos, por eso pueden colaborar y hasta gobernar juntos. Y de manera conjunta hay que combatirlos, si queremos conservar las libertades y derechos largamente luchados, conquistados y recuperados. Los ataques estéticos que esas libertades y derechos están sufriendo son, en última y peor instancia, gravísimos ataques a la ética de nuestro tiempo.

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