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Hostias tan grandes y tan cotidianas

Barbijaputa

Si hay algo que llevo mal de gestionar un perfil como el mío no es ni los insultos ni las amenazas ni el acoso. A eso aprende una a acostumbrarse, soy perfectamente capaz de disociar la persona del personaje y no acordarme siquiera de Barbi cuando estoy de cañas.

Pero hay algo de lo que no soy capaz de distanciarme: los mensajes y correos que me llegan de mujeres pidiendo ayuda. Eso sí traspasa el escudo que no consiguen arañar los demás, porque la impotencia ante algunos relatos es tal que no soy capaz de discernir dónde acaba Barbi y empiezo yo. Sobre todo porque yo no tengo nada que ofrecerles más que información que, en la mayoría de los casos, no servirá de nada. Y apoyo. Apoyo a través de unas frases escritas en una pantalla a mujeres que sé que me escriben rotas.

Historias repetidas hasta la saciedad, experiencias comunes que se cuentan a cientos, traumas exactos por vivencias idénticas. Y tras la violencia física o psicológica viene la violencia institucional: no son escuchadas, no son creídas... o sí lo son, pero no hay nada que hacer contra leyes que más que protegerlas las ponen en peligro.

Mujeres que han sido violadas por hombres de su entorno (la mayoría de veces son sus propias parejas) y, tras narrarte el horror, preguntan: “¿Crees que esto es violación?”. Mujeres que describen maltrato en sus textos sin usar la palabra “maltrato” y te piden opinión para gestionarlo, para sobrellevarlo. Mujeres que se culpan porque “yo también le he devuelto los golpes”. Mujeres cuyas ex parejas han sido condenadas por ejercer violencia machista sobre ellas, incluso estando embarazadas, y que usan a las criaturas para seguir ejerciendo otro tipo de violencia: la psicológica, a través del miedo que saben que ellas tienen a dejarles sus hijos e hijas a un maltratador condenado.

Ayer mismo me escribió una mujer que volvió a helarme a la sangre con una historia repetida. Ex pareja condenada por maltrato físico y psicológico, y a la espera de un nuevo juicio. Una niña que no ha sufrido patadas una vez nació, pero sí que las vivió cuando aún estaba en la barriga de su madre, pero como a la niña no le ha pegado nunca directamente, el padre tiene derecho a verla, llevarla, traerla, cogerla y soltarla cuando quiera. Por supuesto, no quiere nunca. Pueden pasar meses sin que la llame siquiera. La niña es sólo un arma que usa para hacer daño a su madre. Ahora, después de tres meses y varias trifulcas a cuenta del juicio que viene, el señor ha decidido reclamar a su hija unos días.

Creo que con estas palabras cuya dueña, por supuesto, me ha dado permiso a publicar, se resume el sentir de la madre: “Tengo miedo, temo por mi vida y por la de mi hija. La niña es ahora lo único que nos une, es lo único que tengo y créeme, no dudará en hacernos daño por haberlo denunciado y por hacer públicas sus acciones. Lo tiene muy fácil, si me quita del medio, ¿qué va a ser de mi pequeña? Y si le hace daño a ella, me matará en vida.”

Ella no sabe ya a qué organismo dirigirse, imagínense la desesperación para que decida escribirme a mí, una extraña con una foto de una Barbie que se limita a escribir sobre feminismo. Más allá de darle la información que creo que puede ayudarle en este caso, no puedo hacer más. Ni por ella ni por ninguna otra.

“Bajaré a entregarle a la niña. Me compraré una grabadora y rezaré para que me dé una hostia tan grande que salve la vida de mi hija”. Así acaba su último mensaje. Así acaban casi todos los mensajes. De una u otra forma.

Y aun así, la sociedad sigue creyendo en su mayoría que la ley es injusta con el hombre. Que si una mujer quiere, acabas en el calabozo. Que si una mujer quiere, no ves más a tus hijos. Que aunque ella no tenga pruebas, estás condenado. Que la custodia es siempre para la madre, etc.

Y si esta creencia está tan extendida no es por otra cosa que por el machismo en sí y la misoginia interiorizada en la sociedad: las mujeres mienten, las mujeres son malas, las mujeres fingen, son falsas y peligrosas.

Da igual que las cifras de denuncias falsas sean anecdóticas, siempre que oigamos “denuncia falsa” sabemos que se habla de violencia de género y no de cualquier otro delito, aunque las cifras en otros delitos sean mucho más altas. Da igual que sean ellos quienes matan por motivos de género, las malvadas para con los hombres somos las mujeres. Da igual que más de mil hombres violen cada año a mujeres en España, el problema es que nosotras podemos llegar a ser muy “calientapollas”, si lo dicen hasta presentadores de TV (sólo los valientes, los que dicen lo que piensan, los “políticamente incorrectos”, esos transgresores).

Da igual todo, porque como escribió Khaled Hosseini “como la aguja de una brújula apunta siempre al norte, así el dedo acusador de un hombre encuentra siempre a una mujer. Siempre”.

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