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Esto no es una columna de opinión

Elena Gisbert

Raquel Ejerique

René Magritte pintó una pipa y llamó al cuadro 'Esto no es una pipa', para señalar que la pintura no es la realidad ya que su óleo no se puede fumar. El Gobierno emula al artista con los Centros de Internamientos de Extranjeros (CIE) y los titula 'Esto no es una cárcel'. TVE, en un arrebato amoroso, retitula 'Esto es un centro de acogida'.

Los CIE los creó el PSA, Partido Socialista Auténtico, cuando gobernaba Felipe González, antes del “pá, tá, pá”, como parte del Acuerdo Schengen firmado en 1985 para la libre circulación de personas en Europa. Uno de ellos está en Madrid, en el barrio de Aluche.

En esta cárcel que no es una cárcel hay habitaciones que se parecen a celdas sin serlo, claro. Se abren y cierran con llave manualmente, contraviniendo cualquier protocolo de desalojo en caso de emergencia. Entre 6 y 8 ciudadanos de otras nacionalidades distintas a la española y en trámite de expulsión, a los que podríamos llamar internos, comparten un espacio, o agujero, en el que no hay más mobiliario que una estantería compartida. Sus pertenencias están custodiadas en otra habitación y tienen que pedir a los guardias –monitores, ya que esto no es una cárcel– que les abran cada vez que quieren coger su peine o sus zapatos.

Este centro de Aluche se distingue de las prisiones por varios motivos. Por ejemplo, para acabar allí no hace falta haber cometido ningún delito: no disponer de permiso de residencia es suficiente. Como es un lugar democrático, ahí comparten tiempo y espacio los que han delinquido y los que no, ya que pertenecen a la misma categoría “de fuera”.

Otra de las características que lo distingue de las cárceles es que en estas últimas puedes ver la luz del sol deslizada entre barrotes. Sin embargo, en el CIE de Aluche las ventanas están cubiertas por paneles azules opacos que convierten el interior en una cueva oscura y fría.

Esta morada para migrantes, céntrica y comunicada por el metro línea verde, se distingue de las prisiones en otros aspectos básicos como la atención médica. No hay enfermería y es una empresa subcontratada, no médicos funcionarios, quienes atienden a los huéspedes, que no pueden salir aunque no están detenidos. El sistema médico lo conocía bien la ciudadana congoleña número 3106 –que tenía el nombre de Samba Martine– y que murió hace 5 años después de 10 visitas al médico del CIE, nueve de ellas sin intérprete, en las que no se le diagnosticó más que cuento.

De esta cárcel que no es una cárcel se sale, sí o sí, a los 60 días, así que sería injusto compararla con Alcalá Meco. Y a diferencia de las prisiones clásicas, en Aluche no se puede estudiar, trabajar o entretenerse. No hay actividad programada porque, al fin y al cabo, no es una cárcel, sino una sala de espera a la deportación o a volver a salir a la calle. Hay que destacar que las mamparas que impiden tocar a amigos y familiares durante las visitas reguladas sí se parecen bastante a las de una cárcel, sin ser las mismas, obvio.

Otra diferencia entre ambas instituciones es el modo de amotinarse. Mientras en las cárceles la rebelión suele acabar en novela y luego en película, el motín de Aluche fue más Bambi. “No tenían reivindicaciones muy específicas”, según el propio director de la Policía, “no hubo violencia” y “los internos que permanecieron en la azotea tuvieron una actitud pacífica”. Eso no les va a librar de ser deportados en el próximo avión, como ya ha anunciado el ministro de Interior inspirado siempre por su ángel Marcelo. Mientras, la vida seguirá en el hostal Aluche, que no es una cárcel, como la pipa de Magritte no es una pipa.

* Los datos sobre la vida en Aluche están recogidos en el informe anual de la ONG Karibú informe anual de la ONG Karibú 

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