Has elegido la edición de . Verás las noticias de esta portada en el módulo de ediciones locales de la home de elDiario.es.
La portada de mañana
Acceder
El TC afronta un año clave con la renovación de su presidencia que bloquea el PP
Ya no basta con tener propósitos, ahora también hay que medirlos
Opinión - 'España no es un país de derechas, sino uno desmovilizado', por A. Garzón

Y allá al fondo está la muerte

Calendario de enero.
31 de diciembre de 2025 20:00 h

0

Una de las tantas cosas que mejor hizo Julio Cortázar fue dar cuerda a un reloj y explicarnos cómo funciona. «Allá, al fondo, está la muerte, pero no tenga miedo (…) y allá en el fondo está la muerte si no corremos y llegamos antes y comprendemos que ya no importa». Un reloj no es un objeto inocente. No sirve para saber la hora, sirve para saber cuánto de uno ha pasado ya de largo. Su utilidad real empieza cuando le das cuerda, la aguja avanza, entras en su cadencia y dejas que te ordene. El resto, como pudo ver Cortázar, es literatura.

El tipo, qué genio, lo que hizo con ese cuento fue desactivar la idea de neutralidad con la que asociamos al tiempo, porque solemos pensar que caminamos junto a él y no que lo llevamos atravesado, incrustado en la espalda, e ignoramos que funciona sin nosotros, que sigue en habitaciones vacías, en cajones cerrados, ajeno a todo excepto a su propia inercia. O sea, que el tiempo existe, pero que no le importamos un carajo. Tratamos de medirlo como medimos el frío y el calor o el viento o la probabilidad de que llueva, en esencia para saber a qué atenernos y a veces qué ropa ponernos.

La única diferencia fundamental entre un reloj y un calendario está en la sofisticación de sus mecanismos; ambos organizan la misma cosa con distintas ingenierías. El reloj impone una cadencia constante y el calendario distribuye el tiempo en bloques, pero ambos le dan forma y lo vuelven manejable. A partir de ahí empiezan las fechas, a las que atribuimos el poder de dar un sentido al paso del tiempo y se convierten en el andamiaje que necesitamos para poder decir “hasta aquí” y “desde ahora”; la mitad de los adverbios se los debemos al tiempo.

Y es en estas fechas cuando más nos decimos que hasta aquí, o desde ahora, las cosas van a ser distintas. Nunca entendí por qué nos cuesta tanto empezar un propósito entre semana, o un día veinte, o un mes de abril; nunca entendí por qué los lunes, los días uno y el mes de enero cargan con tanta responsabilidad, casi como si el tiempo tuviera la gentileza de ofrecernos umbrales redondos donde dejar atrás lo viejo y estrenar lo nuevo sin que pese el lastre de los días anteriores. Qué tontería tan importante es la costumbre. Supongo que tiene sentido narrativo y que con eso basta para servir de combustible a los propósitos, que a veces necesitamos ver tres estrellas apiladas en el cielo para sentirnos bendecidos por la divina providencia.

Supongo que ya hay suficiente superchería por ahí como para sumarme a la marabunta del uno de enero, que bastante tiene encima, así que dejé de fumar el día treinta por si acaso. Supongo que el tiempo es lo que es, y la única forma honesta de vivirlo sea aceptar que no hay lunes mágicos, y que allá en el fondo está la muerte.

Etiquetas
stats