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Cuando 1 marco deja de valer 20 pesetas

Lara Hernández

Quizás a poca gente de mi generación le evoquen algo estas palabras. A muchos otros, en cambio, le traerán a la mente la imagen de un joven Alfredo Landa que escuchaba atentamente las palabras de José Sacristán, interpretando a Angelino, el emigrante de Peralejos que recién llegado de Alemania y ante una mesa repleta de productos patrios narraba las mil maravillas del país teutón en la famosa película Vente a Alemania, Pepe, de nuevo de impuesta actualidad. Unas mil maravillas que el personaje de Landa comprobará que no son tales. El otro día, sin ir más lejos, regresaba de Madrid y en el avión me encontré con un compañero de trabajo. Ya en Berlín, entrando al metro elegimos la rampa en vez de las escaleras por aquello de la maleta, y durante ese trecho curiosamente me contaba cómo el primer día que puso un pie en Alemania, cargado de ilusiones y proyectos, al ver esa misma cuesta, le comentó a su compañera: “¡Fíjate en Alemania! Lo tienen todo pensado, construyendo para las personas con accesos para los viajeros y personas con discapacidad”. Y él mismo añadía: “Tardamos poco más de un mes en darnos cuenta que contadas estaciones de Berlín tienen rampa”. Al lector le reservo la certeza de saber que donde pone rampa, podríamos hablar de salarios, costumbres, empleos, educación, formación y un largo etcétera que cobra tantos sentidos como personas migradas. Y es que muchas personas no necesitan ver esa película para saber de qué estoy hablando.

Mucho se ha dicho de los procesos de acogida de los países de destino a las personas migrantes, sin embargo, yo hoy aquí quiero hablar de cómo las personas migrantes acogemos la nueva realidad que se nos pone enfrente. Podría hablar de Alla, de Clara, de Rafa, de Morat, de lo que es emigrar dos veces, de lo que es limpiar habitaciones de hotel mientras escribes la tesis doctoral en tus ratos libres, de lo que es no poder pisar tu país en 20 años, llámese Kurdistán o Chile, porque sigues defendiendo ideales de libertad y lucha; también podría hablar del que triunfa en la gran empresa y tiene casa con perro y coche antes de aterrizar, pero de eso ya se ocupa Españoles por el mundo. Cada palabra de este texto remite a una historia anónima que merece ser leída porque es en sí misma un matiz de sentido a lo que significa sentirse extranjero y extranjera en un lugar al que no perteneces. Nunca nadie sabrá qué pasaba por la cabeza de esos hombres y mujeres que se acercaban a las playas de Ceuta. Pero conocer las experiencias de quiénes se van, ayuda a entender la de aquellos que vienen.

Tasas de paro maquilladas (en Alemania más de ocho millones de contratos son minijobs), la precariedad convertida en ley, la barrera de un idioma como el alemán, el proceso de enfrentarse a una búsqueda de trabajo partiendo con desventaja. La realidad aquí nos da una bofetada a cámara lenta que empieza a doler con el tiempo. Un malestar que, como el que produce la bofetada, no es sólo físico. Los jóvenes de Erfurt no son una excepción. Su caso es el de muchas personas anónimas que se enfrentan a falsas llamadas de empleo, a trabas burocráticas para acceder a lo que te corresponde por derecho, a de repente caer en la cuenta casi como por iluminación de que el hecho de que te apellides “Hernández” influye en que te hayan denegado varios contratos de alquiler, a situaciones embarazosas en las que te sientes de nuevo pequeña. La cotidianidad se impone.

E pur si muove. Y sin embargo se mueve: espacios como las asambleas del 15M, la Marea Granate, las redes de apoyo a migrantes, el contacto con las colectivos y organizaciones locales, el trabajo político en definitiva, nos hace ver que lejos de tener problemas individuales o achacables a nuestras capacidades personales –incapacidad de encontrar un trabajo mejor o más adecuado a nuestra formación o simplemente menos precario–, se trata de una cuestión general. Esta es la gran diferencia que marca el trabajo colectivo. No se trata de un mal de muchos, consuelo de tontos. El trabajo político que surge cuando nos organizamos en estos espacios nos hace ver que no es “que hayamos venido por un espíritu aventurero”, sino que lo que nos sucede está mediado políticamente, que hay un denominador común. El trabajo político, sea en el nivel que sea, señala ese marco en el que nos encontramos. Nos dice que sí, somos individuos, pero en un determinado marco, en una sociedad con unas determinadas reglas de juego. Y lo que es más importante: nos dice que ese marco de juego, si bien dado, es contingente. Y eso nos da la certeza de saber que si todas juntas luchamos, podremos cambiarlo para empezar a tomar decisiones conscientes y libres, pero no en el sentido de la no-interferencia de la libertad liberal, sino decisiones libres en la medida en que las condiciones materiales que las determinan, al contrario de lo que ocurre hoy, serán, por fin, cosa de todos y todas.

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