Opositando a la Corte del Rey Felipe
Es hijo de Juan Carlos de Borbón, el rey que nos trajo la democracia, y de esa discreta, hábil, leal, cultivadísima mujer que es la reina Sofía, esposa legítima del primero. Precisamente por su condición de varón e hijo de ambos, Felipe de Borbón va a ser entronizado nuevo Rey de España y, por tanto, jefe del Estado. No solo es el más preparado de la historia de España, es que además posee “una cercanía contagiosa”, según leo. La inminente reina, Letizia, también. Gracias a eso, sabrá salvar los escollos que se encuentre en su camino, porque no va a ser para ella un camino de rosas, según le anuncian con respeto y entusiasmo: “ va a estar sometida, todavía más, a un escrutinio feroz que pondrá a prueba su capacidad de autocontrol. El juicio de valor permanente e insaciable que escudriñará e interpretará desde el vestuario al rictus, será una constante en su reinado. Su cuerpo hablará. Sus ojos, serán sus palabras; su gesto, la ortografía; su pose, la sintaxis”. Qué cruz.
La sentida loa le otorga a nuestra antigua compañera periodista alguna capacidad más que la mayoría de quienes escriben sobre ella. Letizia es una percha, la más cotizada de hecho, según leo en El País. Una “delgada mujer de 41 años, tipo de garza y piel traslúcida de puro tirante”. ¿Cómo? ¿No será una crítica? No, no puede esperarse tal cosa de un periódico volcado súbitamente en la causa monárquica. Y, lejos de mostar algún reparo, la comentarista está entusiasmada con “la imagen de España en el mundo” que, en su opinión, representan Letizia y su vestuario. No es para menos si atendemos a la descripción de uno de ellos: “Un vestido de gasa liviana, unos decían que gris perla y otros que gris piedra, pegado a los flancos, la cintura marcada por una hilera de lentejuelas, perdón, pailletes que se desparramaban luego en listas hasta tocar el bajo”.
En buscan también los mejores atuendos de Letizia (y lo que es peor, los “más divertidos” de su hija mayor de tan solo 8 años). Iniciando la muestra con el “intelectual” de su primera aparición junto al príncipe, antes de que aparentemente cambiara sus prioridades vitales. Todo el comentario que -en diferentes medios- suscita su papel en la ceremonia del 19 de Junio es saber qué vestido llevará.
En ABC con una mano regalan un reloj sumergible por elegir –de nuevo- el mejor estilismo de Letizia. Con la otra, pasan a mayores al considerar la República un experimento fallido, en clara apología del golpismo y la tergiversación de la historia. Dónde va a parar con los logros de los cuarenta años de dictadura –tras el preceptivo levantamiento militar y consecuente guerra civil-.
En se inventan entrecomillados en portada que atribuyen “al entorno” de la princesa. Un nuevo fraude de periodismo al que tan acostumbrados nos tiene la publicación que dirige Marhuenda. Leer en ese medio que “el nuevo Rey tiene por delante la apasionante e histórica tarea de impulsar un nuevo periodo en la historia de España y afrontar los retos de una sociedad moderna, exigente y multiforme” da idea de la esquizofrenia que vivimos, que viven en las camarillas del poder. Sea. Para empezar a hablar, para empezar a andar, emprendan masivas abdicaciones voluntarias en los más altos estamentos del país e incluso una fumigación higiénica posterior a su abandono del cargo.
Aterrados por el aliento de la calle, harta de tanto atropello, los poderes han reaccionado en bloque para taparlo con kilos de merengue monárquico. Se ve que a la sombra de se vive mejor. Y por ello se han lanzado a la mayor campaña de marketing y publicidad que se recuerda en España desde hace muchos años, y mira que las ha habido descaradas. Impagable de hecho. Al menos con sus facturas bien a las claras. Es cierto que la apreciación de la Corona sube pero no en la proporción del despliegue político/mediático emprendido.
Resulta extraño, de cualquier forma, esa pasión por adular a los nuevos reyes hasta producir sonrojo, vergüenza ajena, dado que –según no dejan de insistir- su papel decisorio es mínimo si no nulo. Felipe VI sancionará sin duda alguna las leyes misóginas de Gallardón o los atropellos a la salud, a la educación o cualquier cosa que el PP le lleve a la firma. Pero que retorna aceleradamente al caciquismo -que nunca abandonó- sabe que aquí lo que cuenta es arrimarse al sol que más calienta. Nutrir redes clientelares. Y qué más bonito y tradicional que una corte palaciega. Ahí está y estuvo la clave. Lástima que viniera un tal Locke en el siglo XVII a cuestionar el origen divino de la monarquía y que llegara esa plaga de los Estados modernos, el contrato social y la división de poderes. Y, pasado el tiempo, hasta el sufragio universal con lo cómodo que resulta que manden los hijos de alta cuna sin más requisitos.
Cuantas más personas evidencian ser ciudadanos, más se lanzan a exaltar el paternalismo de la monarquía para vasallos. De un rey que no responde ni ante las leyes, lo que secundan como lo más natural quienes apoyan esta forma de organización del Estado. Y que a la vez “reina, pero no gobierna”, hace pero no hace o viceversa. Nada sustancial ha cambiado, nada en absoluto en ese terreno.
Han obrado con prontitud y pericia, pero –en su avidez- se les ha ido la mano. No hay tarta monárquica para todos y con la propaganda no se come, ni se sana, ni se aprende, ni se paga la luz y la vivienda, ni se detiene el expolio de nuestro patrimonio, derechos y libertades, ni se siembra el futuro. Porque lo saben, se emplean tan a fondo en tejer las redes que preserven sus privilegios.