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El pacto Franconstein

Franco, entre Heinrich Himmler y Ramón Serrano Suñer.

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Mariano Rajoy, líder de la derecha en 2018, y gallego de Santiago de Compostela, definió como 'pacto Frankenstein' la unión de fuerzas que pretendían echarle del poder. No era nada nuevo, hasta Francisco Franco, líder de la derecha en 1936 y también gallego, pero de Ferrol, armó su propio 'pacto Franconstein' para perpetuarse en el poder. Seguro que Mariano las vio venir en aquellas horas infaustas de la moción de censura, lo que no sabemos es si recordó el pacto promisor del dictador.

Ese pacto Frankenstein al que se refería Mariano Rajoy en el transcurso de la moción de censura que acabó con su presidencia, comienza a navegar en las procelosas aguas del año 2021 con el salvavidas de los Presupuestos Generales aprobados, lo que abre una nueva singladura para los dos socios. Llegan aquí bregados en la guerra de desgaste abierta por una oposición que ha utilizado la pandemia para machacar sin piedad, y hasta límites insospechados, al Ejecutivo, cosa inédita en una Europa en la que el objetivo principal ha sido la lucha contra el virus. En España, por contra, lo primero ha sido la lucha contra el Gobierno.

Uno puede ser de izquierdas o de derechas, de centro o radical, pero cuando se encuentra en el interior de una patera en medio del Atlántico, azotada por vientos salvajes y olas gigantescas, parece lógico que sus tripulantes remen en la misma dirección y con el mismo objetivo. Cuando lleguen a tierra cada cual tirará hacia dónde le venga en gana, pero al menos se habrán salvado. Es una lógica de salvación, pero aquí parece haber triunfado la ilógica del cuanto peor, mejor.

El líder del PP Pablo Casado, anunció en enero de este año, antes de la eclosión universal del virus, que era necesaria la reconstrucción y el reagrupamiento del centro derecha porque “este Gobierno va a durar poco”. Vino después la pandemia, y el vergonzoso tiroteo a todo lo que se mueva. El Gobierno de coalición, increíblemente, se mantuvo unido y decidido en su políticas sustanciales. Cualquier observador independiente colegirá que tras haber vivido el acoso constante y la dinámica diaria de ese cuanto peor mejor, en 2021 se vislumbra un horizonte de completar la legislatura que en los primeros meses del año recién acabado parecía imposible.

A partir de aquí, el único problema, lo que puede provocar serios movimientos tectónicos para la coalición, será la necesidad de cada partido de esa coalición de marcar su propio territorio y, en el caso del PSOE, tratar de expandirse en el vasto territorio centrista. La búsqueda de votos en territorio expandido va a iniciarse ya en las próximas elecciones catalanas con el candidato Salvador Illa eternizado, inopinadamente, en su puesto de ministro de Sanidad de la pandemia, al que las prospecciones de Moncloa ya desde agosto pasado señalaban como un valor seguro para un proceso electoral catalán especialmente inestable.

La política que es el arte de lo posible y propicia extraños compañeros de cama como sabemos, permite el pragmatismo del pacto que ayuda a la gobernación en situaciones aparentemente ingobernables. Cuando la derecha lo hizo resultaba aceptable, cuando la izquierda tuvo que navegar en las aguas del pragmatismo al que obligaba un intrincado resultado electoral, algunos lo consideraron inaceptable. 

Grupos políticos como el Partido Popular o Vox parecen olvidar que ese concepto de pacto Frankenstein, creado como el personaje de Mary Shelley con trozos tomados de aquí y allá, no es nada nuevo en nuestro ámbito de juego político, y menos para una derecha recalcitrante. José María Aznar, como líder del Partido Popular, se apoyó en la Convèrgencia i Unió de Jordi Pujol para lograr su propia investidura como presidente.

Vamos a recordarlo una vez más. El 4 de mayo de 1996, dieciséis diputados de la CiU de Pujol en las Cortes Españolas votaron a favor de la investidura de José María Aznar como presidente del Gobierno. En la actual praxis política de Rajoy, Casado y Abascal esto suena a pacto Frankenstein.

Ese año de 1996 el PP se había impuesto al PSOE de Felipe González en las elecciones generales pero, con 156 escaños, quedaba lejos de la mayoría absoluta. Así que comenzó a negociar y, en el camino, encontró además del apoyo de Jordi Pujol, hoy anatema, el de Xabier Arzalluz, anatema al cuadrado, a la sazón líder del PNV. Dos políticos cuyo objetivo fundamental, interesados por las “pujas separatistas”, era la ruptura de España, como diría hoy Pablo Casado. Frankenstein a tope.

Pero eso no es nada si lo comparamos con el pacto Frankenstein que armó la misma derecha tras el levantamiento militar contra el gobierno de la República Española de la mano del “irrepetible”, según lo calificaban los famosos militares jubilados del WhatsApp. El “irrepetible”, que no era sino el dictador Francisco Franco, fue el visionario creador del pacto Franconstein. Franco venía de dar un golpe militar contra el gobierno legítimo de la república en 1936 y de desangrar el país en una guerra incivil como la denominó Unamuno.

Su cuñado, Ramón Serrano Suñer, ejerció sin saberlo de spin doctor, y le susurró al oído que con aquellas reuniones ejecutivas de generales y militares en el mando supremo, su régimen no era más que un contubernio cuartelero y que, si quería perpetuarse en el poder tenía que crear un partido político, un partido único, el del régimen.

La idea del cuñado le pareció fetén. Así que se pusieron manos a la obra y, como imaginó Mary Shelley para su personaje de Frankenstein, corta aquí y cose allá, nació la Falange Española Tradicionalista y de las Juntas de Ofensiva Nacional Sindicalista, más conocida por sus siglas FET y de las JONS. En el proceso de corta y cose, Franco se encontró con algunos problemillas, pero estaba acostumbrado a solucionarlos por la vía rápida y expeditiva.

Uno de estos problemas fue cuando Manuel Hedilla, quien había sucedido a José Antonio Primo de Rivera al mando de Falange, le dijo al dictador que no le gustaba nada aquel pacto Franconstein y que no contara con él para refrendarlo. Así que Franco le mandó a un tribunal de los suyos, que le condenó a muerte. Así, con dos. Las intervenciones del embajador de la Alemania nazi y la del propio Serrano Suñer, lograron aplacar la ira de su excelencia que conmutó la pena y lo envió al penal del Puerto de Santa María.

FET y de las JONS se convirtió en la base sustancial del Movimiento Nacional, el partido único que dirigió la unidad de destino en lo universal que pretendía el dictador. Sus miembros vistieron la camisa azul de la Falange y la boina roja de los carlistas. Eso sí que fue un pacto Frankenstein: unir a los falangistas con monárquicos legitimistas y católicos ultraortodoxos. En esa mezcla entraban los falangistas de Primo de Rivera, los carlistas navarros y demás, las JONS que habían creado Ramiro Ledesma Ramos y Onésimo Redondo, la Iglesia católica apostólica y romana y todo el entramado militar e institucional del franquismo.

De esa organización salieron los alcaldes de pueblos y ciudades, los presidentes de las diputaciones, los ministros, los jefes de la BPS, la temida Brigada Político Social, los directores de empresas públicas, todo aquel entramado militar, policial e institucional que dominó con mano de hierro el país durante casi cuarenta años y se disolvió como un azucarillo en la Transición. Un pacto Franconstein de larga duración.

El hombre que hizo caballero a Casado y lo situó en el liderazgo del PP, José María Aznar, sí que sabía de pactos Frankenstein. No sólo era capaz de hablar catalán en la intimidad para acercarse a Pujol, de sacar a relucir a su abuelo del PNV para engatusar a Arzalluz, sino también de jugarse unos chatos de Vega Sicilia al dominó con el alcalde comunista de Quintanilla de Onésimo. Allí, en plena Ribera del Duero, en medio de la ancha y austera Castilla, en el pueblo que vio nacer al fundador de las Juntas Castellanas de Actuación Hispánica, Onésimo Redondo, Aznar logró que Antonio Castrillo alcalde del PCE, se convirtiera en alcalde del PP a fuerza de chatos y partidas de dominó. Un artista del pacto.

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