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Perros que duermen

Aznar escuchando una pregunta de Gabriel rufián sobre José Couso. Captura de pantalla.

Montero Glez

Dice Eduardo Mendoza que, leyendo la última novela de Juan Madrid, por poco pierde un tren. A mí me pasó algo parecido pero, en vez de ser un tren, fue un autobús que cubría la línea San Fernando-Cádiz. Iba dentro y me pasé de parada, absorbido como estaba en la lectura.

Descubrí las novelas de Juan Madrid en los 80, cuando la ciudad empezaba a ser una fiesta subvencionada por los de abajo y las rayas de heroína cruzaban las calles, anestesiando la lucha política. Juan Madrid contaría como nadie aquella época. Lo hizo a tiempo real, cargando de balazos novelas de acción directa donde su protagonista, Antonio Carpintero, alias Toni Romano, encajaba los golpes de un presente ensombrecido por la realidad de aquellas calles. Desde que leí su primera aventura -Un beso de amigo- me dije: “Yo de mayor quiero ser Juan Madrid”. Cosas de la edad.

Ahora, que han pasado los años, reconozco que para contar historias como lo hace Juan Madrid, se necesitan muchas vidas. Abrir la mirada más allá de las calles, enredarse en el juego sucio de los tahúres, las lumis y sus chulos, y vivir para después contarlo, no es asunto fácil. Por si fuera poco, en esta última novela, Juan Madrid lo vuelve a hacer pero trasladándonos a la guerra civil; en un escenario donde los ecos de un Tolstói ibérico se dejan oír junto a los ladridos de los perros que recorren la tierra de nadie, hozando entre los cadáveres.

Juan Madrid da muchas pistas en Perros que duermen, desde el juego sucio que se traía Franco con los yanquis lo más parecido a un tahúr con las cartas marcadas de sangre, hasta el desarrollo de los Servicios de Inteligencia de nuestra “modélica” Transición. Porque Juan Madrid sabe de lo que escribe.

Acabados los ochenta, la literatura se convirtió en mercancía. Los grandes grupos se dedicaron a mercantilizar la cultura, realizando una purga editorial que sufriría Juan Madrid, quedándose orillado en beneficio de otro tipo de novelas carentes

de denuncia social y escritas con el estilo cuartelero que caracteriza a las fuerzas de represión directa, bendecidas por el régimen monárquico, que es como decir bendecidas por la herencia franquista. Los mismos perros de entonces que hoy siguen ladrando a la libertad desde la fascio-ficción. Pero no me quiero pasar de

parada todavía.

En estos días de septiembre, en los que Pablo Iglesias ha conseguido poner a tartamudear al Aznar, recomiendo la lectura de Perros que duermen, sobre todo para no despistarnos, para no perder las pistas de un pasado que se hace presente cada vez que un tipo como Aznar habla de “democracia” mientras señala con el

dedo inquisidor y con desprecio a los de abajo.

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