El pesimismo es de izquierdas
Vox es la estrella mediática del momento. Y seguramente va a seguir siéndolo durante algunas semanas más. A muchos, empezando por sus dirigentes, les interesa que eso ocurra. Pero no es para nada el protagonista de la escena política. Hoy por hoy, otra cosa puede ser en el futuro, es como mucho el actor que incomoda a todo el mundo. En el centro del panorama están, en cambio, los partidos de la izquierda. De lo que hagan o dejen de hacer, y de cómo lo reciba la gente, depende lo que vaya a ocurrir en los próximos tiempos. Porque, aunque parezca todo lo contrario, siguen teniendo la sartén por el mango.
Los batacazos que el PSOE y Unidos-Podemos sufrieron en Andalucía y las encuestas que han venido después han llevado la congoja al mundo de la izquierda. El que más o el que menos cree que la derrota en las próximas convocatorias electorales es poco menos que inevitable y ya está viendo a la derecha instalada nuevamente en La Moncloa.
Aunque el ambiente mediático, menos neutral que nunca, lo favorece bastante, también hay motivos serios para ese pesimismo de izquierdas. El principal es que la iniciativa política del PSOE y de Podemos brillan por su ausencia. Ambos partidos parecen haberse plegado a los vientos que les llevan al desastre, sin capacidad alguna de hacerles eficazmente frente. Y esa actitud lleva a la gente al fatalismo.
Pedro Sánchez sigue sin transmitir una idea clara de lo que quiere hacer y de cómo va a hacerlo. Sus contadas propuestas generan bastante más dudas que certezas. Su reiterada declaración de que pretende agotar la legislatura resulta cada vez menos creíble a la luz de las crecientes dificultades que se oponen a ese supuesto proyecto. Además, el presidente del gobierno ha cambiado demasiadas veces de dirección en sus siete meses de gestión como para creer que ahora haya conseguido trazarse un rumbo claro.
Tampoco es fácil descubrir hacia donde quiere ir Podemos. Su fracaso en Andalucía es tanto o más grave que el que cosechó el PSOE y la primera reacción de Iglesias y los suyos, sacándose de la manga un frente antifascista contra Vox del que nunca más se ha sabido, indicó que el golpe les había sumido en el desconcierto. Y todo indica que aún no han salido de ese estado de ánimo: la única noticia relevante que ha dado este partido en las últimas semanas es la de que Pablo Iglesias se retira de la escena durante tres meses para atender a sus obligaciones como padre.
El imprevisto éxito de la moción de censura ofreció a la izquierda, y en particular a Pedro Sánchez, una oportunidad que se presenta muy pocas veces en la vida política. Siete meses después, da toda la impresión de que la ha desaprovechado. Por sus errores y porque no ha tenido un criterio claro sobre lo que tenía que hacer con el poder que había caído en sus manos. Lo cual al final viene a ser lo mismo.
Y sin embargo el camino estaba muy claro desde el primer momento. Sánchez no tenía más que gestionar la mayoría parlamentaria que le había dado el gobierno. No era tarea fácil teniendo en cuenta que una parte no pequeña de ese apoyo provenía de un independentismo catalán que estaba el pie de guerra por culpa del proceso judicial contra sus dirigentes.
Pero en las primeras semanas ese entendimiento no chirrió. Fue la campaña desaforada del PP y de Ciudadanos, y de sus medios afines, la que colocó ese problema en el centro de la vida política, la que lo convirtió en un drama en el que decían que se jugaba el futuro de España. Y Sánchez acusó esa presión. Cuando el gobierno socialista podía perfectamente haber mirado para otro lado, dejando el conflicto catalán aparcado hasta el momento en que no hubiera más remedio que hacerle frente, ocupándose mientras tanto de poner en práctica urgentemente una agenda social y de reformas en sintonía con Podemos.
Esta última aún no ha llegado salvo en puntos tan concretos como el salario mínimo a 900 euros. Que, por cierto, fue una medida que Pablo Iglesias arrancó a un gobierno que no la quería. Y, a la espera de que el texto presupuestario que se presentará la próxima semana no provoque tensiones con un Podemos que crea que no se ha respetado su pacto al respecto, ahora son los sindicatos los que protestan. Diciendo que Sánchez se ha olvidado de sus promesas, que no ha hecho nada para cambiar la reforma laboral, ni para garantizar la capacidad adquisitiva de las pensiones. Y que sólo escucha a la CEOE y a los grandes inversores.
Empezó alentando la perspectiva de que el gobierno socialista iba a revertir la política económica y social de Rajoy, y eso sí que habría generado ilusión y adhesiones, y ha terminado soportando las mismas críticas que se le hacían a su predecesor. Habrá muchas razones que lo expliquen, pero todas ellas seguramente se resumen en una: la de que no ha tenido el arrojo de alterar, siquiera mínimamente, el statu quo.
Con Cataluña, tres cuartos de lo mismo. Pero peor. Porque ahí las idas y venidas han sido constantes, a veces hasta ridículas. Tenía que haber apostado por el entendimiento mínimo con el independentismo. Sin ceder en lo fundamental. Pero haciendo cosas como que la abogacía del Estado no acusara de sedición a sus líderes. El mundo no se habría venido abajo si lo hubiera hecho. Y la derecha no se habría crecido con ese éxito y con otras concesiones de Sánchez, que han enardecido al anti-catalanismo y animado a los barones socialistas a plantar cara a su líder. Otro gallo habría cantado si el presidente del gobierno se hubiera mostrado más firme. Y no pocos de sus electores habrían visto algo de luz.
¿Tiene aún tiempo Sánchez para revertir el pesimismo que manda en la izquierda? En principio sí. Porque aunque la derecha tenga la corriente a su favor –en conjunto, claro está, porque el PP lo tiene cada vez más negro- sigue sin tener la mayoría. Digan lo que digan las encuestas y la mayoría de los medios. Pero para que la izquierda vuelva a creer que aún existe una oportunidad sería necesaria una nueva actitud por parte del propio Sánchez. Y otras muchas cosas que por ahora ni se atisban. Lo malo es que sin esos cambios a lo mejor no tiene mucho sentido seguir aguantando.