Plantilla de mail para saturadas
Hola (insertar nombre),
Disculpa que no haya respondido antes a tu correo. Llevo viéndolo en mi bandeja de entrada cinco días y pienso que cada día que pase hará más ridícula mi respuesta y más difícil decirte que no. Si te contesto el fin de semana que viene diciendo que al final no cuentes conmigo voy a quedar muy mal.
Me ha saltado incluso la aplicación maldita de Gmail que te avisa que hace tres días que recibiste el correo y que deberías responder. En mi mente lo he leído así “hici tris diis qui ricibisti il quirrii”. No me gusta que me presionen y esto, que una máquina me dé ordenes sobre aspectos que ya sé que debería estar haciendo mejor, no lo llevo bien. El móvil dice que debería andar más, la alarma dice que no voy a dormir suficientes horas y Gmail que debería responder los mails. Perfecto.
En cualquier caso, lo siento por contestar tarde. Sé que te dificulto la organización del evento/revista/publicación/conferencia y ahora me estoy agobiando pensando en que quizás piensas que soy una persona horrible, pero te prometo que no quería complicarte el trabajo. No eres tú, soy yo. De verdad, te prometo que no tiene nada que ver contigo.
Ya me pasó hace meses. Durante semanas dejé de responder correos. Coincidió con el post 8M, esa época del año en la que, irónicamente, las mujeres andamos más cansadas que nunca. Hacemos demasiadas cosas, nos apuntamos a mil temas y cuando nos queremos dar cuenta han pasado tres semanas, entre artículos, conferencias y entrevistas, no hemos descansado. ¡Viva la reivindicación! El caso es que cuando por fin me puse a responder correos decidí que, a las personas con las que más confianza tenía, les contaría lo que había pasado: les dije que me había bloqueado de cansancio, de agobio, de no poder llegar a todo.
A ti no sé qué decirte. Creo que te diré lo típico: “Ya sabes, la vida, el trabajo…”. Respuesta prefabricada para que me contestes: “Bueno, lo importante es tener trabajo”. Cuando me digas eso sonreiré mientras por dentro pienso: no, lo importante es tener tiempo. Pero al fin y al cabo soy de la generación que aspiraba a tener muchos proyectos porque así se medía (y se mide) el éxito.
Pero esta vez es la última, ya no me pasa más. ¿Sabes cuál es el problema? Me cuesta decidir si acepto o no. Yo crecí con el mantra de que hay que trabajar duro para conseguir las cosas. Hay que hacer el doble. Luego llegó lo de “Girl Power”, las mujeres podemos con todo. Si nos dejáis, podemos estar en una tertulia por la noche, otra por la mañana, entregar un artículo y seguir con nuestro trabajo, vida familiar y amistades. La casa impoluta, la ropa planchada y la sonrisa perfecta.
¿Tú sabes la de veces que cito a Byung Chul Han? Creo que lo hago para decir “oye, esto del agobio no es cosa mía, lo dice un filósofo de verdad”. Dice que lo que nos enferma “no es el exceso de responsabilidad e iniciativa, sino el imperativo del rendimiento”, la necesidad (que es casi una obligación) de hacer más, de producir más, de generar más y llegar a más. Necesidad autoimpuesta, por cierto. Podríamos decir que escogida. Realmente creo que el problema es mío, que no sé cuándo me voy a ver superada y tampoco sé como poner el límite. Te lo prometo, nos explotamos en nombre de la perfección y no sabemos parar.
La cosa es que yo no sé si aceptar esto que me propones o no. Hago lo que me gusta y eso es una maldición. Además, está el otro tema, he reivindicado tanto el espacio para gente como yo que, ahora, ¿cómo te voy a decir que no? Vas a pensar que soy una notas. Además, ¿son sólo unas horitas no? Y un sábado por la mañana en el que lo único que iba a hacer era tirarme en el sofá con un café y la tele de fondo.
Pero es que realmente no tengo tiempo, además estoy cansada, no sé si podría hacerlo bien. Leyéndolo bien, ni siquiera sé si es útil o si voy a poder aportar algo.
Bueno no sé, ¿me das más detalles? Te respondo dentro de un mes.
Saludos y, de nuevo, disculpa por el retraso.