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Pasó el 8M, por fin

Manifestación del 8M en Barcelona.

Míriam Hatibi

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Como todas, sentí la presión de hacer un artículo antes del 8 de marzo para explicar mi postura ante la manifestación. Como muchas, no tuve tiempo ni calma para hacerlo en los días anteriores al domingo. Es ahora que encuentro el rato que necesito para poder escribir lo que pienso.

En el prólogo de “Vindicación de los derechos de la mujer”, Bebi Fernández afirma que “el suspiro que deviene al hartazgo es una constante en la Historia de las mujeres.” Y aunque ella empieza así lo que acaba convertido en un elogio al hartazgo, entendido como un motor de cambio, me voy a permitir coger esa frase para hacer todo lo contrario. Lo mío es hartazgo sin más, sin ningún elogio al motor de cambio, sólo el consuelo de saber que no soy la única.

Llevaba unas cuantas semanas deseando que llegara el 8 de marzo, recordando la intensidad con la que lo viví el año pasado. Sentía las ganas de repetirlo, pero también la prisa de querer saborearlo bien por no saber si podía ser la última movilización masiva, por si pasa la moda. La jornada se nos presenta como el clímax de la lucha feminista: las calles son nuestras, literal y metafóricamente hablando. Recuperamos con seguridad y confianza el espacio que a veces, de formas muy invisibles, se nos niega.

Aun así, la semana anterior es un horror. Nuestros correos electrónicos se llenan de campañas de marketing en nombre del empoderamiento femenino, purplewashing directo a tu bandeja de entrada, segmentado para tu perfil: aquí tienes un 20% en cosmética para que te quieras como eres. Mejor aún, para que quieras a esa versión ligeramente mejorada de ti, y lo hagas como si realmente fueras tú.

Durante varios días, los medios de comunicación se han llenado de mujeres, cansadas, repitiendo lo invisibilizadas que estamos y lo importante que es que se tenga en cuenta no sólo nuestra voz sino también nuestra perspectiva, y no sólo hoy sino también el resto del año. Me declaro culpable: repetitiva y cansada. El colectivo OnSónLesDones (¿Dónde están las mujeres?) ya recoge la vuelta a la normalidad el 9 de marzo, cuando las secciones de opinión de los medios de comunicación vuelven a ser mayoritariamente masculinas.

La semana antes del 8M es muy difícil esquivar la presión de estar, sí o sí, respondiendo a un feminismo vacío que ya no controlamos, que responde solo a los intereses del momento y que ni siquiera estamos liderando nosotras. En nombre del empoderamiento nos vemos de nuevo explotadas, consumidas, cansadas. Repetimos que la revolución del feminismo empieza en los cuidados. Ja. Bailamos al son del amo. En este caso, el amo es la exposición mediática disfrazada de visibilidad del mensaje. Al intento estéril de simplificar realidades complejas para que queden bien en televisión lo llamamos “pedagogía”.

Pero por fin ha pasado. Ha acabado la peor semana para el feminismo, la del merchandising, la autoexplotación y el consumismo descontrolado. La del paternalismo que “nos da voz” y los especiales en los que hablamos nosotras. La de estar más cansadas que combativas. Menos mal que ya podemos volver a ser feministas.

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