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Pongamos que hablo de María, la accionista involuntaria del Popular que va a perder 1.000 euros

Banco Popular.

José Precedo

La historia de cómo el Banco Popular se ha desmoronado hasta caer en manos del Santader a cambio de un euro –después de que la entidad de Ana Patricia Botín asuma sus 7.000 millones de deuda– está contada en la sección de Economía. Así que esto va de hacer un poco de memoria sobre una de esas 300.000 personas a las que los periódicos salmón despachan como “pequeños accionistas”. Las que no verán un céntimo de su dinero.

Retrocedamos medio siglo y viajemos al interior de Galicia. En 1958 Isolina Reboredo se había cansado de ejercer como ama de casa en Sigüeiro, una pequeña aldea pegada a Santiago de Compostela. Dos años antes había dado a luz a su hija, María, y junto a su marido, José Nouche, decidió probar suerte y montar un bar con parada y fonda para dar camas a las cuadrillas que trabajaban en la ampliación del aeropuerto. Sin saberlo ellos, el negocio empezaba a prosperar apoyado en las obras que los planes desarrollistas de la dictadura habían puesto en marcha para levantar la economía de posguerra.

Pero la desgracia se cebó pronto en la familia: el marido de Isolina enfermó y todos los ahorros y la caja del bar se fueron en médicos y tratamientos que no sirvieron de nada.

De aquella época quedaron una huérfana de ocho años, muchas deudas y repetidas amenazas de embargo de la caja de ahorros y el monte de piedad reclamando su dinero y los intereses. También quedó un nuevo nombre para el bar: Viuda de Nouche. Las tres décadas siguientes fueron de jornadas de sol a sol en el negocio entre Isolina y María, que empezó a poner vinos cuando su cabeza todavía no asomaba sobre el mostrador. Las sábanas se cambiaban en dos turnos y en cada cama dormían dos obreros, uno por el día y otro durante la noche. Nada heroico: lo mismo que hicieron tantos miles de mujeres en la España de la miseria para sacar a sus familias adelante.

A principios del año 2000, Isolina decidió retirarse y su entorno le recomendó mantener los ahorros de toda la vida, 30.000 euros, en el Banco Pastor. A fin de cuentas tenía un director de confianza y la entidad llevaba ahí 200 años. En plena burbuja inmobiliaria llegó una llamada desde la sucursal para comunicarle que habían comprado 1.000 euros en acciones del Pastor a su nombre porque esa era la forma de evitar que la cuenta tuviese gastos o comisiones. Y así, sin firmar papeles, confiando en la palabra del director de siempre, se convirtió la jubilada Isolina en accionista del Banco Pastor.

Cuando murió, en 2006, las acciones y la cuenta de ahorro pasaron a su hija María. Y cinco años más tarde, en 2011, quien heredó el Pastor fue el Banco Popular, dentro de una operación que según contaron los diarios iba a servir para sanear el balance de la entidad coruñesa muy dañado por los destrozos del ladrillo. “Una buena noticia para Galicia”, saludó el presidente de la Xunta, Alberto Núñez Feijóo, la operación que había contado con la aprobación del Gobierno de Zapatero.

La prensa local se entretuvo unas semanas con el debate habitual sobre dónde iba a ubicarse la sede y si la fundación Barrié, un importante polo de actividad cultural, seguiría funcionando.

María, autónoma y sin demasiado tiempo para consultar información de la Bolsa –y mucho menos las autorizaciones del Banco de España– siempre aguardó que sus 246 títulos volvieran a sumar 1.000 euros, porque eso es lo que le explicaban que pasaría en la sucursal. Pero los extractos del banco siguieron en caída libre: el primer desplome dejó las acciones en 750 euros y los últimos meses rondaban ya los 200 entre rumores de todo tipo.

Con la agonía del Popular en todos los telediarios María se preguntaba esta semana para cuándo las acciones que le colocaron volverían a valer 1.000 euros. Tenía incluso el cálculo hecho: para recuperar lo invertido cada título debía subir hasta los cuatro euros. Leyendo un poco más estos días que está de baja y tiene tiempo, se ha enterado después de ver que todo el banco se ha vendido por un euro de que el responsable de llevarlo a la ruina, Ángel Ron, se retiró hace meses con una pensión vitalicia de un millón de euros al año. La accionista involuntaria del Pastor que supo muy de niña que cuando las cosas le van mal al cliente los bancos aprietan de verdad ha aprendido ahora que cuando son las entidades las que lo tienen peor, la factura la siguen pagando los de abajo. Y se siente víctima de una estafa, igual que les pasó antes a los de las preferentes. Aunque, como ellos, ya empieza a escuchar en las tertulias que pensar así es populismo y demagogia.

PD. El caso de María, que es mi madre, representa un ejemplo más de lo que ha pasado con los bancos en España. Sin ser millonaria, al menos ella no necesita los 1.000 euros para subsistir. Entre los 300.000 accionistas que se quedarán sin nada y ahora amenazan con pleitear muchos no tendrán esa suerte.

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