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¿10.000 votos más para Vox?

Abascal, en el Congreso de los Diputados.

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Para sorpresa de nadie, parece que los jóvenes cachorros de Vox —tan patriotas ellos— se quedaron con parte de lo que recaudaron para los afectados por la dana. Tampoco hacía falta ser vidente para olerse que, cuando se produjo la tragedia, más de uno acudió, banderita en ristre, a rasgarse las vestiduras más que a ayudar. Muchos fueron a otra cosa que nada tenía que ver con la solidaridad y mucho con los videos de Tik Tok. No se puede negar que algunos —como el übercuñado Ángel Gaitán— sí que, a su manera, echaron una mano mientras la ayuda llegaba, aunque, con la otra, vendía productos en su tienda haciéndolos pasar por donaciones. Mala fe o que le falta un verano, no se sabe.

Pero en el caso de La Revuelta —los jóvenes de Vox que Vox dice ahora que no eran suyos, aunque sí eran jóvenes— es distinto. No solo se llevaron crudo parte de los “cientos de miles de euros” que recaudaron, sino que las grabaciones que han visto la luz estos días dejan meridianamente claro que los capo di tutti li capi, el presidente Abascal, y el europarlamentario Buxadé eran plenamente conscientes de lo que ocurría. Eso no quiere decir que estuvieran en el pastel, aunque hicieron llamamientos para recaudar, pero sí que, cuando estalló el escándalo, miraron hacia otro lado, como hacía hasta hace bien poco hacían todos los partidos cada vez que le salía un acosador en sus filas. Ahora son tantos que va a acabar por tirar a los que no se han afiliado para follar.

En todo caso, que se hayan dado más prisa en abrir expediente al secretario general de Revuelta, Pablo González Gasca, por haber hecho las grabaciones incriminatorias, que en buscar dónde está el dinero, refleja hasta qué punto están más preocupados por apagar el incendio que por detener a los pirómanos. A Javier Esteban, otro que largó, ya le ha salido una denuncia por acoso sexual a un militante menor de edad, porque esto son homófobos para lo que quieren, pero a heterocuriosos no les gana nadie. Comen jamón y lomo, y no les afeo el gusto. A Javier la tenían guardada, cual bote de crema a Cifuentes. Eso también lo sabían y eso también lo callaron hasta que les ha venido bien hacer memoria.

Aunque lo fácil es asociar a Vox con la corrupción —quizá por su bisoñez o porque carece de mando en plaza, aunque mande mucho donde gobierna el PP—, lo cierto es que hay poco que reprocharle que no se pueda atribuir a otras formaciones (PP y PSOE, principalmente). Tampoco se puede olvidar que quienes se han encargado de denunciar lo ocurrido son de la casa, como González Gasca. Se puede ser chorizo y ultra —en su caso, filonazi, como apunta su vinculación con Noviembre Nacional—, pero también ultra y honrado (o, al menos, menos manolarga que el resto, que en España ya es virtud). De hecho, entre un comunista corrupto y un franquista honesto, Julio Anguita recomendaba votar al segundo. Pero por un justo en Sodoma tampoco vamos a decretar un día de fiesta nazional. Para otros, los de la parroquia, acodados en la barra del bar, igual te salen con aquello de “10.000 votos más para Vox”, que les sirve lo mismo para un roto que para un descosido.

El problema es en qué se va a traducir la chorizada. Tal y como está el patio, si normalmente la corrupción no suele pasar factura a los votantes de ningún partido —al menos, de manera significativa—, habrá que ver si afecta a las perspectivas electorales de Vox entre los afectados, que incluyen tanto a quienes donaron generosamente pasta como a quienes esperaban recibir la ayuda. De momento, la estrategia de no hacer nada —o lo menos posible— no solo es fiel reflejo del tarannà de la cúpula del partido, sino la clave para no haber dejado de subir en las encuestas. La mejor manera de dejar de parecer tonto es abrir la boca y confirmarlo; también es mejor ponerse de perfil que hacer algo y confirmar la inutilidad. Solo hay que ver las propuestas que le han planteado a Pérez Llorca para gobernar con su permiso para darse cuenta de su poco trellat. Medidas para hacer memes, las que quieras; que vayan a ayudar a los ciudadanos a mejorar su situación, ni media.

Vox, además, es un partido volcado en el altruismo. Abascal, campeón del mundo en tomarse vacaciones, es presidente del partido y, temeroso de que algún día se le acabe el chollo, también lo es de la fundación Disenso. Además, a perpetuidad. En los últimos años, Vox ha transferido hasta 10 millones de euros a la fundación, rozando el límite legal, donde el dinero queda a resguardo de la supervisión del Tribunal de Cuentas. Es innegable que el ADN del partido es poner el cazo. Ilegal o no, aún no lo sabemos. Esperemos que algún día la justicia intervenga: huele peor que mal.

Vox, desde su fundación, se ha caracterizado por dejar —metafóricamente— un cadáver político a cada paso. No hay desde el inicio de la democracia ningún partido tan vertical ni en el que haya habido más purgas, dimisiones, escisiones o abandonos. Vidal-Quadras, Javier Ortega-Smith, Cristina Seguí, Ignacio Camuñas, Iván Espinosa de los Monteros, Macarrona Olona, Juan Luis Steegmann… casi se acaba antes contando a los que quedan. Pero, en las encuestas, no para de subir. A lo mejor, al ser menos, van más ligeros y llegan más alto, pero seguro que hay algo más. ¿Hartazgo de los partidos tradicionales? ¿La rebeldía ha cambiado de bando y ahora quiere hacerse el hara-kiri? Ni idea, pero a ver si hay suerte y esta vez sí les pasa factura. Aunque si en vez de 10.000 solo gana 5.000 votos más por chorizos, ya podemos darnos con un canto en los dientes.

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