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Por qué nos sorprende entrar en recesión cuando nunca hemos salido de la crisis

Más de 10.000 estudiantes marcharon en La Haya contra el cambio climático

Economistas Sin Fronteras

Beatriz Fernández Olit —

En las últimas semanas hemos asistido a una multiplicación en los medios de comunicación de noticias sobre el riesgo de recesión en la economía europea, encabezado por la debilidad de la economía alemana, y coreado por los riesgos de la británica a raíz de la incertidumbre del Brexit. También se ha celebrado a finales de septiembre la Cumbre del Clima y paralelamente se ha informado intensivamente sobre las movilizaciones sociales, encabezadas por las generaciones más jóvenes, pidiendo una mayor responsabilidad política, con actuaciones rápidas, efectivas y globales, para poder limitar, en la medida de lo posible, los efectos del irreversible cambio climático.

Lo que me sorprende de estos debates no es su intensidad, sino la desconexión que observo entre ellos. En general, se les trata (en los medios, en la política, en la sociedad, y por supuesto, en los organismos económicos) como dos fenómenos separados, aislados. Y no sólo me sorprende la falta de análisis y relación entre estas dos cuestiones, también respecto a la guerra comercial entre EE.UU. y China, los ataques a las refinerías de Arabia Saudí, la crisis migratoria y humana, y por supuesto, la crisis política en las democracias occidentales, de las que son ejemplo el Brexit, o la inestabilidad de la política española.

¿Por qué nos empeñamos en tratarlos -y en analizarlos- como si fueran hechos aislados? ¿Podemos ser tan ingenuos para pensar que no están interrelacionados? Podemos ser tan, tan necios de pensar que el menos grave de estos problemas es el cambio climático y los efectos negativos sobre el medio ambiente que está provocando el actual ritmo económico, que no queremos ver decrecer.

Las manifestaciones de jóvenes y niños por su futuro quedan bien. La juventud portando pancartas es ‘refrescante’, ‘muy decorativa’, representa ‘lo que tiene que hacer a su edad’…Todo esto está muy bien si a partir de los 25 empiezan ya a pensar en otras cosas, como comprar vivienda o un vehículo y pedir préstamos para ello. No me cabe duda de que esta es la visión tanto de los gobernantes como de la élite empresarial y financiera. Estas manifestaciones por el clima no son muy dañinas, puesto que -aún- no han generado violencia y la sociedad está encantada de tolerarlas (las manifestaciones, que conste...que los movimientos migratorios y las guerras generadas por la escasez de recursos ya son otro cantar).

Esta juventud bien cuidada y alimentada, de países ricos, que se preocupa por su futuro, está dentro de lo políticamente correcto, se le alaba: ¡qué compromiso, qué voluntad! ¡Qué bien les hemos educado para pensar en la sostenibilidad! Que sigan así, porque así da la sensación de que el mundo se preocupa por el planeta, mientras las generaciones que actualmente están ocupando los ámbitos de poder y decisión pueden preocuparse de lo realmente grave: de que la economía alemana esté en recesión y de que el PIB español vaya a crecer unas décimas menos de lo esperado.

Estoy leyendo un concienzudo trabajo -Playa Burbuja- de los periodistas Ana Tudela y Antonio Delgado, en el que diseccionan las principales aberraciones urbanísticas en la costa española. Es un excelente ejemplo para analizar a pequeña escala el problema 'economía vs. medio ambiente y derechos sociales'. Me genera sonrojo leer que promotores o grandes propietarios de tierras junto a la costa o en lugares donde se planeaba el enésimo campo de golf en el seco y estepario Mediterráneo español, hayan reclamado indemnizaciones por la paralización de planes urbanísticos. Estas paralizaciones se han debido, generalmente, al mayor sentido común de los nuevos gobiernos, que han destapado y desbancado la corrupción de los anteriores, y a la aplicación de la ley ambiental por los tribunales. Pero los promotores reclaman ser indemnizados en base a sus antiguas ‘expectativas’ de beneficio: compraron esas tierras con afán de lucro y, si la legislación ambiental finalmente hace que no puedan conseguirlo -pese a las numerosas inversiones adicionales en sobornos y presiones-, insisten en los tribunales.

Me genera aún mayor sonrojo que en ocasiones lo hayan conseguido: una indemnización pública para compensar que el negocio no salió bien. Por otro lado, con fuerte presencia en la prensa debido a las intensas riadas de septiembre de 2019, están por ejemplo los propietarios de viviendas que compraron durante el boom del ladrillo, algunas edificadas con frenesí urbanístico y recalificador sobre zonas inundables, que actualmente reclaman ayudas públicas. Y es lógico que así lo hagan, porque se les supone terceros afectados, frecuentemente por los errores y la corrupción campantes entre anteriores gobiernos locales y empresas constructoras. Pero esto no es más que la punta del iceberg que se nos echa encima.

Pienso que, con muchísima más razón, los jóvenes que hoy se manifiestan, podrían reclamar indemnizaciones sobre lo que van a perder (salud, entorno natural, aire y ecosistemas limpios) y sobre sus expectativas (salarios dignos, reparto de la riqueza…¡un futuro!). Podrían reclamar por la inacción -en muchos casos- de los legisladores y gobernantes, por la complacencia de la sociedad en una economía financiarizada y plastificada… Lo malo será que muy probablemente no podrán reclamar ‘de facto’. ¿Habrá un Estado fuerte que pueda ofrecerles las mínimas garantías? ¿Habrá una economía realmente sostenible, un modelo distinto, que pueda haberse desarrollado bajo las anacrónicas directrices actuales? Creo que la respuesta es clara: seguimos actuando como en el siglo XX, las premisas económicas y de desarrollo siguen siendo fundamentalmente las mismas (la producción y el consumo deben crecer, a ser posible, más que en el trimestre anterior, construyendo, por ejemplo, más casas en el Mediterráneo). Y así, es dudoso poder adaptarse a un nuevo entorno.

¿Deberá sorprendernos que la economía europea no se recupere bajo las expectativas que se tenían en el siglo pasado y, si acaso, en los primeros años del actual? ¿Es la recesión económica -la disminución del consumo y la producción- realmente negativa, si hablamos a nivel global y no desde las economías nacionales? ¿Podemos esperar algo más? Si la economía no paga la cuenta, la paga el planeta. Buena parte del banquete ha sido ya pagado a costa del medio ambiente. Pero me da la sensación de que se ha acabado la fiesta…

Llevamos siglos en una crisis ambiental, que ahora está mostrando su cara más cruda. Querría creer que Angela Merkel o Boris Johnson han incluido este factor en la ecuación de sus problemas nacionales, aunque tengo serias dudas. La política española está tan absorta en asumir que se acabaron las mayorías absolutas y tiene tantos problemas en aceptar la diversidad política, que para qué hablar de, por ejemplo, diversidad ecológica. Y Donald Trump directamente ha optado por la extorsión al medio ambiente para que siga pagando la ronda, al menos la de EE.UU. ¿Realmente creemos que la economía y la sociedad -globalizadas- pueden salir de la crisis? Deberíamos comenzar por replantear lo que entendemos por crisis económica y si podemos seguir permitiéndonos el lujo de disociarla de la crisis ambiental.

Economistas sin Fronteras no se identifica necesariamente con la opinión del la autora y esta no compromete a ninguna de las organizaciones con las que colabora.

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