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¿Quién teme a los pactos?

Sánchez lanza un mensaje de tranquilidad: juntos superaremos el coronavirus

Joan Coscubiela

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En un principio, las resistencias se expresaron en forma de supuestos agravios perpetrados por el gobierno español. Pablo Casado y el president Torra estuvieron compitiendo durante días en ver quién acumulaba más ofensas, hasta rayar el esperpento. Mientras unos se indignaban por la negativa a colgar crespones negros en las banderas, otros por la supuesta provocación del envío a Catalunya de 1.714.000 mascarillas, queja ridiculizada incluso por los suyos. Fue la semana de la pinza de los agraviados.

Poco a poco el Partido Popular y los independentistas han ido puliendo sus argumentos para intentar hacerlos más creíbles. Lo de Vox es cosa aparte, se regodea en el placer nihilista de la destrucción por la destrucción como medio y como fin en sí mismo.

A pesar de los esfuerzos por disfrazar sus temores partidistas de argumentos políticos, Pablo Casado ha dejado claro que va a hacer todo lo posible y más por hacer naufragar el Pacto. Una Mesa de negociación entorpece su estrategia de erosionar hasta el límite al Gobierno, convencido como está de que el impacto de la crisis, bien manipulado, puede provocar la caída del Gobierno.

Casado sabe que unos acuerdos podrían consolidar políticamente el actual estado emocional de la ciudadanía a favor del reforzamiento de todo lo público y de políticas, como la renta mínima vital, que no comparte, pero que no se atreve a combatir directamente en estos momentos.

Cuando el PP habla del riesgo de que los pactos comporten un cambio de régimen no se refiere, como algunos piensan, al modelo territorial del estado sino al cambio de un sistema socio-económico, que la crisis ha dejado al descubierto y evidenciado como insostenible. Saben que la corriente de fondo generada en estos momentos en la sociedad arrastra hacia unas políticas que en absoluto comparte y necesita tiempo para que este estado emocional de la ciudadanía se enfríe y la desmemoria colectiva juegue en su favor.

La oposición a una reforma del modelo socioeconómico es una razón que el PP comparte con los post-convergentes, no en vano la derecha española y catalana coinciden en políticas económicas y fiscales o de privatización de esferas importantes del sector público, como se puso de manifiesto durante la recesión del 2011.

Es evidente que no todas las resistencias de las fuerzas independentistas catalanas son de la misma naturaleza ni calado. El mayor temor de Torra, Puigdemont y los suyos es que esta crisis provoque un cambio en la agenda política en Catalunya. No estoy hablando de que el conflicto político catalán vaya a desaparecer de la escena, cosa impensable, pero si que deje de monopolizar el debate. Saben que una Mesa de negociación, mucho más si acaba en un pacto, consolidaría ese cambio en la agenda y les dejaría sin harina para su relato.

Es tal el pánico que sienten ante este cambio de escenario, que Torra y los suyos se revuelven y contorsionan estos días hasta superar todos los límites del ridículo y de la falta de ética. La necesidad de explicar que el gobierno español lo hace todo mal le ha llevado a una oposición infantil de oponerse cada día a una cosa y su contraria. Incluso con algunos tintes cómicos como que el mismo día que se exigía un confinamiento absoluto en un comunicado oficial del gobierno catalán se incentivaba a los padrinos a comprar la mona de pascua y hacérsela llevar a casa de los ahijados por los “riders”, para así no romper el confinamiento.

Todas las actuaciones de Torra van orientadas a afianzar entre los suyos el imaginario de que con la independencia todo iría mejor. Nada que objetar a este argumento un tanto simplista, si no fuera porque en esa estrategia se han deslizado peligrosamente hacia un terreno éticamente muy peligroso, el de imputar la culpa de los muertos a sus opositores, o a hundirse en el fango del supremacismo nacional populista. Las palabras del presidente de la Cámara de Comercio de Barcelona son un buen ejemplo de ello: “España es paro y muerte, Catalunya, vida y futuro”. Afortunadamente no son mayoría pero tampoco una anécdota ni una salida de tono, porque este mensaje es impulsado desde la presidencia de la Generalitat y de otras instituciones de Catalunya.

Los temores de ERC son de otra naturaleza y bien conocidos. No le temen a una Mesa de negociación, escenario que en principio les reforzaría en su supuesta y guadianesca – aparece y desparece- estrategia de descompresión. Lo de ERC es el pánico atroz que les genera el miedo a perder de nuevo su pugna insomne con los post-convergentes. Y eso es lo que les lleva a hacer seguidismo hasta, en ocasiones, ser más torristas que Torra.

El PNV también ha expresado sus temores – no olvidemos que las elecciones en Euskadi están suspendidas-, pero los del nacionalismo vasco son, al menos de momento, muy controlables por su reconocida profesionalidad política.

En las próximas semanas asistiremos a una constante mutación de todos estos temores que irán adoptando todo tipo de ropajes. Me parece intuir que las complejas y seguro que controvertidas decisiones que habrá que tomar en relación a cómo ir adaptando el confinamiento a la evolución de la epidemia van a ser un buen caldo de cultivo para otra tanda de ofensas y agraviados. Lo de combinar el interés general con los intereses de cada persona y colectivo que se le exige al Gobierno es casi la cuadratura del círculo.

Quienes tienen el objetivo de hacer fracasar cualquier negociación cuentan con un aliado poderoso, haber trasladado esas negociaciones a una comisión parlamentaria. Me gustaría equivocarme, pero solo conozco una cosa menos operativa que una comisión del Congreso y es una comisión del Parlament de Catalunya o de otros parlamentos autonómicos.

Para ser útil a los objetivos de reconstrucción del país, las negociaciones no pueden obviar que vivimos en un estado de estructura de poder compleja, en el que CCAA y Ayuntamientos juegan un papel importante en aspectos clave de las condiciones de vida de las personas. Además, no se puede situar a las organizaciones sindicales y empresariales, que tienen reconocidas por el artículo 7 de la CE las funciones de representar los intereses que les son propios precisamente en situaciones como esta, en una posición de meros comparsas de las negociaciones. Una parte importante de las negociaciones les afectan directamente y muchos de los posibles acuerdos requieren de la participación de sindicatos y empresarios para materializarse en centros de trabajo y sectores económicos.

He expresado ya mi opinión sobre las razones que avalan la necesidad de un gran pacto social. Es la mejor o quizás la única manera de minimizar los impactos de esta multicrisis y de evitar que sus efectos sean profundamente desigualitarios.

Harían bien Pedro Sánchez en no jugárselo todo al acierto o la suerte de sus habilidades tácticas. Si se quiere que esta propuesta de pacto no naufrague hay que movilizar a la ciudadanía en su favor y esa es una tarea de todas las personas, entidades, fuerzas sociales y partidos y favorables a un Pacto Social de Reconstrucción del País.

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