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La viola de gamba y la charanga

El violagambista Jordi Savall celebró en 2013 los 40 años de su formación de instrumentos históricos Herspèrion XXI y el 25 aniversario de la orquesta de cámara barroca Le Concert des Nations. / Efe

Ruth Toledano

El músico Jordi Savall ha dicho que rechazar el Premio Nacional de Música es doloroso para él. Cómo no va a serlo. Cualquiera que haya dedicado su vida al arte, a la creación, al difícil y solitario desarrollo de un talento exquisito como el suyo, es natural y humano que aprecie un alto reconocimiento. Renunciar a ello sólo puede estar motivado por razones más altas: en el caso de Savall, la dignidad y la coherencia.

Savall se ha convertido en nuestro espejo. Porque su dolor es el de cualquiera con la sensibilidad herida por la gestión cultural de este Gobierno, y porque en su renuncia se refleja también nuestra indignación. Es muy triste que los mejores se vean abocados al enfrentamiento contra la dejación y la incompetencia de las instituciones. Aunque es alentador, pues redignifican, por así decirlo, la indignación.

Dice Jordi Savall que ha rechazado el Premio Nacional de Música porque el Ministerio de Educación, Cultura y Deporte, que lo concede, maltrata a la música y a los músicos. Y tanto: la ley Wert se ha cargado la enseñanza musical en Primaria, en la ESO y en el Bachillerato. Wert escupió que quería dar más importancia a las materias “instrumentales” porque el arte y la filosofía “distraen”. Y ahora viene a premiar a un violagambista. Más le valdría a este país de países que los estudiantes acabaran sus ciclos conociendo la viola de gamba, sabiendo que es un instrumento que nació en la España del siglo XV y que para ella se han compuesto, y con ella aún se interpretan, las piezas mayores de la música antigua española.

Qué va. Lo que le pone a Wert es el pasodoble. Porque, mientras elimina la enseñanza musical, mientras se carga los conservatorios (cerrándolos, limitando plazas, despojándolos de profesorado y encareciendo las matrículas), se dedica a parir el plan Pentauro para el fomento de la tauromaquia. Savall sí que es un maestro y no los torturadores de animales a los que Wert está llevando de paseíllo por los colegios. Wert, que prefiere enseñar a los niños cómo violar los derechos básicos de un animal, viene ahora a hacerse el fino premiando a un violagambista. No sea hipócrita, ministro, mejor márquese un pasodoble, que es lo suyo, ese compás pringoso de sangre, baba de puro y miseria moral.

Dice Savall que nunca ha visto a Wert en sus conciertos. Qué lo va a ver. Estaría en los toros, aplaudiendo cómo defeca de pánico un animal. Dice que nunca lo ha recibido “para escuchar propuestas encaminadas a preservar, difundir y grabar el maravilloso patrimonio musical antiguo”. Qué lo va a recibir para proteger maravillas. Está muy ocupado recibiendo a individuos como el Juli, Ortega Cano o Carlos Núñez, el empresario de la Mesa del Toro, e inventándose el Premio Nacional de Tauromaquia, 30.000 euros del ala pública para reconocer las faenas de un maltratador. Wert, el del maltrato a los músicos y el del maltrato a los toros.

Ahora salen voces gruñendo que Savall ha rechazado el premio por razones soberanistas. Ya. Son las mismas voces oportunistas que vinculaban al nacionalismo catalán con la prohibición de las corridas de toros en Catalunya: como advirtió Confucio, cuando el dedo del sabio señala a la luna, el necio mira el dedo. Y el nacionalista español también. Necedad. Ignorancia. Ha hecho más Savall por España (tiren de Wikipedia, sin ir más lejos, ya que el colegio no lo enseña y el Ministerio no lo promueve) de lo que podría hacer Wert en todas las mañanas del mundo.

Es más, resulta asombrosa la falta de vergüenza, de pundonor, de amor propio, de respeto a su trabajo que, como patriota, como español con responsabilidad política, demuestra un ministro de Educación en cuyo desempeño se niegan a darle la mano los estudiantes más brillantes, y al que desacredita la comunidad educativa en su conjunto; un ministro de Cultura que no asiste a la gala de los Goya, cita máxima del cine español, para no dar la cara dura; un ministro de Cultura que sí dio una estocada de muerte al mundo de la danza.

Ni siquiera ha sido capaz este ministro de sacar adelante la Ley de Mecenazgo, que prácticamente era lo único que tenía que hacer para no estropear más las cosas, y a lo que se había comprometido en firme. Otro incumplimiento más de contrato electoral del PP. Y es tal la vulgaridad del ministro del 21% del IVA cultural que se ha referido a ello, al tan necesario mecenazgo, como a un solomillo en un plato sopero.

A Wert sólo lo quieren los toreros, los ganaderos, la España de charanga y pandereta.

Porque, en realidad, cuando Savall dice que su renuncia es un “acto revulsivo”, el violagambista (elegante, sublime) se está revolviendo contra esa charanga, contra esa España que desprecia la música, el arte, el saber, que condena a los jóvenes a la fealdad de la pobreza, a la torpeza de la ignorancia, a la servidumbre del desconocimiento. Qué cine ni qué danza: sangre y arena. Qué música antigua ni qué viola de gamba: pasodobles. Y a olvidar el patrimonio cultural, por cuya memoria clama Savall, porque memoria es perspectiva y, por tanto, libertad.

“Quien destruye la cultura no puede premiarla”, resumió en un tuit la diputada madrileña por IU Tania Sánchez. Quien la maltrata, ha venido a decir Savall en nuestro nombre, no puede ser ministro de Cultura y Educación.

Porque si se destruye la cultura, se destruye la vida, lo mejor de la vida, su misterio no sólo humano. Y el mundo no podrá disfrutar de todas sus mañanas porque a los jóvenes se les habrá robado la belleza de cada despertar, esa serie de cosas que apuntó en un poema Bertolt Brecht, las únicas por las que todo esto merece, misteriosamente, la pena:

La primera mirada por la ventana al despertarse

el viejo libro vuelto a encontrar

rostros entusiasmados

nieve, el cambio de estaciones

el periódico

el perro

la dialéctica

ducharse, nadar

música antigua

zapatos cómodos

comprender

música nueva

escribir, plantar

viajar

cantar

ser amable.

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