Con la llegada del verano, no será raro si alguno de nosotros, en alguna terraza y cerveza en mano, nos vemos involucrados en alguna conversación en que se glosen las ventajas de vivir en un país como España. ¿Quién no se ha visto en alguna discusión en que los logros de otros países se contrarrestan con el argumento de que, como en España, no se vive en ningún lado?
Una manera de analizar esto es mediante el índice para una vida mejor, recientemente publicado por la OCDE. Este índice, elaborado para 36 países (los 34 países miembro de la OCDE, más Brasil y Rusia), intenta medir las condiciones de vida, más allá del PIB, mediante varios indicadores en once ámbitos distintos (vivienda, ingresos, empleo, comunidad, educación, medio ambiente, compromiso cívico, salud, satisfacción ante la vida, seguridad y balance vida-trabajo).
Los resultados son desalentadores para España. Ocupamos el puesto 20 de 36 en condiciones de vida. Además, el indicador muestra un salto importante entre nuestro país y la mayoría de aquellos países con los que nos solemos (o queremos) comparar. España se asemeja más a Polonia, Israel o la República Checa que a países como Alemania o Bélgica. Otros como Australia, Suecia o Canadá, que encabezan el índice de condiciones de vida, parecen inalcanzables.
El elemento más obvio que limita las condiciones de vida en España es el desempleo. Nuestra tasa de paro, por encima del 25%, no tiene parangón y supone más del doble que la media europea. La situación es aún más comprometida si tenemos en cuenta que el paro de larga duración es el más alto de los 36 países y tres veces más que la media de la OCDE, y que España es el campeón del paro juvenil. Por si esto no fuera poco, la OCDE destaca también otros aspectos negativos en el ámbito del empleo. Nuestro país tiene una tasa de actividad femenina muy baja y se sitúa en el puesto 26 en seguridad en el empleo.
El drama del paro a veces nos oculta el drama del empleo, y, en concreto, el bajo nivel de ingresos de los hogares. Quienes tienen empleo lo suelen tener en condiciones precarias, con intermitencia y con salarios muy bajos. La situación no se limita a trabajadores jóvenes en su primer contacto con el mercado laboral, como habitualmente se piensa. La realidad es que muchos españoles arrastran esta situación de temporalidad, precariedad y baja remuneración a lo largo de muchos años de su vida.
A los niveles de paro y la precariedad laboral se añade la desigualdad. Aunque en la época de la burbuja inmobiliaria y del boom del crédito vivimos la ficción de que los ciudadanos de menores ingresos escalaban en sus condiciones de vida, la realidad es que la población que ocupa el 20% superior de la escala de ingresos gana 6,4 veces lo que percibe la población que ocupa el 20% inferior. Además, la crisis, debido a las circunstancias ya citadas del mercado de trabajo, es particularmente virulenta con los trabajadores de menores ingresos. Esto nos sitúa en términos de desigualdad solo un puesto por debajo de Estados Unidos y con un nivel mayor que países como Reino Unido, Irlanda o la mayoría de países del Este de Europa, que en el imaginario colectivo tenemos como muy desiguales.
El resultado es que España es un país desigual, donde tener un empleo para muchos ciudadanos es un lujo, y tenerlo bien remunerado es una quimera. Un país donde las expectativas y planes de vida para mucha gente están continuamente postergados. No es casualidad que los españoles tarden tanto en emanciparse, o que tengan pocos hijos (y tarde).
Los datos de la OCDE destacan también otros aspectos negativos. Existe una creciente desconfianza hacia las instituciones políticas. La educación, aunque equitativa, proporciona rendimientos por debajo de la media (aunque aquí sería importante mencionar, como señala aquí José S. Martínez, que los malos resultados en España se deben al bajo rendimiento académico de las clases más aventajadas) y las condiciones medioambientales son mejorables.
No todo es malo. Existen ámbitos en que nuestras condiciones de vida son buenas. La salud es uno de los aspectos más destacables (importante recordarlo ahora que la salud está en el centro del debate en lugares como Madrid). La fortaleza de los vínculos sociales y familiares es otro. Y el balance vida-trabajo también es positivo. España está a la cabeza en horas dedicadas al ocio y al cuidado personal. Probablemente es a esto último a lo que nos referimos cuando se dice que en España se vive bien. A esto y al sol. Y a la cocina. Y a otras muchas cosas que, obviamente, nos hacen la vida mejor, pero que no definen por sí mismas las condiciones de vida que un país ofrece a sus ciudadanos.
Aunque ahora somos más conscientes de las debilidades de nuestro país y de cómo éstas lastran la calidad de vida de los ciudadanos, la realidad es que aquellos aspectos en los que España sale peor parada definen a nuestro país desde antes de la crisis. Una realidad que ha estado relegada durante demasiado tiempo, quizás también por cierta complacencia y falta de autocrítica que bien pueden resumirse en la frase: “Sí, pero como en España no se vive en ningún lado”.