Es difícil predecir qué ocurrirá en la política sueca a partir del lunes, con un parlamento extremadamente fragmentado en el que convivirán 8 partidos: 3 en el centro-izquierda, 4 en el centro derecha, y, además, el partido de extrema derecha, los Demócratas Suecos. Durante los últimos años se han ido alternando una coalición de izquierdas y otra de derechas, ignorando a la ultraderecha. Pero, con los resultados obtenidos por los Demócratas Suecos en las elecciones de este domingo, eso ya no es sostenible.
Pero sí podemos extraer algunas conclusiones de una campaña y unas elecciones ciertamente históricas en Suecia. En un país pionero en tantos aspectos, estos comicios contienen lecciones para el resto de Europa. Los demás deberíamos tomar nota porque, muy probablemente, nos enfrentaremos pronto a retos parecidos:
Lección #1: El votante busca seguridad
Ha sido la palabra clave en la campaña electoral: seguridad. Estaba en el slogan de los socialdemócratas. Hagamos una Suecia más segura. Pero también en los carteles de los conservadores. Y, sobre todo, del partido de ultraderecha: los Demócratas Suecos.
Obviamente, cada partido proponía una forma muy distinta de seguridad. Para los socialistas, la seguridad se consigue aumentado el estado de bienestar. Para la extrema derecha, reduciendo la inmigración. Y es que la población sueca ha aumentado en un millón de personas (de 9 a 10) en poco más de una década. A diferencia de oleadas anteriores, en esta ocasión la ultraderecha ha sabido capitalizar políticamente el asunto de la inmigración. Y, muy en particular, la llegada de refugiados del conflicto de Siria. En términos absolutos, sólo Alemania ha acogido a más refugiados que Suecia. En términos relativos, los suecos han sido los más generosos.
Los políticos mainstream han defendido esta política de “corazones abiertos”, usando la expresión de un antiguo líder del partido conservador (sí, conservador). “Si te cuesta separarte de tus hijos durante una semana, imagina cómo deben sentirse los miles de padres separados de sus hijos durante meses, años o toda la vida”… dijo en campaña la líder de los Verdes, justificando la política de puertas abiertas característica del país escandinavo.
Los políticos antisistema han atacado esta política por provocar problemas de integración. “Los que vengan tienen que adaptarse a los valores suecos… No pueden venir a construir mezquitas”, se quejaba el líder de la ultraderecha en el debate de fin de campaña.
Por el contrario, para las izquierdas y sobre todo para el gobernante partido socialista, la seguridad se consigue ampliando la protección que ofrece el estado de bienestar. Pero, sea entendida como colchón para amortiguar la caída de los desfavorecidos por los cambios económicos (como quieren los socialistas) o como valla para impedir la entrada de extranjeros “inadaptables” (como quiere la ultraderecha), la seguridad es el asunto estrella de estas elecciones. O, dicho en otras palabras, lo que mueve a los votantes es, sobre todo, el miedo al futuro.
Lección # 2: Vetar a la ultraderecha no funciona (abrazarla, tampoco)
Durante muchos años, los suecos, y en particular, sus cosmopolitas élites políticas y culturales, se han tomado el ascenso de la ultraderecha con relativa tranquilidad. Se han hecho, literalmente los suecos de una forma deliberada porque creían que, si se ignoraba a la ultraderecha, vetando su acceso a las coaliciones de gobierno a nivel local y nacional, y evitando discutir su tema por excelencia, la inmigración, desaparecerían.
Los suecos querían evitar la institucionalización de la extrema derecha que ha ocurrido en los países vecinos. En Dinamarca, Noruega o Finlandia, los partidos tradicionales decidieron normalizar a los partidos extremistas cuando empezaron a entrar en sus parlamentos. Creían que, si adoptaban algunos de los puntos de su agenda, los extremistas perderían su bandera. Además, si entraban en las instituciones y se manchaban con la acción de gobierno, perderían ese inmaculado encanto que tenían entre sus votantes. El resultado no fue el esperado, pues, al invitar a los ultranacionalistas, los partidos tradicionales los legitimaron. Y, lejos de desaparecer, estos partidos se han consolidado como actores fundamentales en la política de otros países nórdicos.
La excepción, hasta ahora, ha sido Suecia. Los políticos suecos querían evitar la legitimación de la ultraderecha y se opusieron a la entrada de los ultras en coaliciones de gobierno. Pero, vistos los resultados que ha cosechado la ultraderecha, tanto en 2014 como ahora, deslegitimar a los ultranacionalistas, como han hecho los suecos, tiene el mismo efecto que legitimarlos, como hacen en otros países nórdicos. Al final, hagan lo que hagan los demás, los ultras parecen destinados a cosechar alrededor del 15-20% de votos.
Mientras la ultraderecha se quedaba entorno al 5-10% de los sufragios, el objetivo de los partidos tradicionales suecos – que la ultraderecha no condicione el juego legislativo – era posible. Con el porcentaje de votos que han obtenido este domingo eso será más difícil.
La pelota está ahora en el tejado del partido conservador y del democristiano – que, además, no han cosechado unos buenos resultados y, por tanto, pueden sentirse más libres para reescribir el contrato implícito entre los miembros de la élite política de Estocolmo y consistente en apartar a los extremistas de las instituciones. Conservadores y democristianos deben elegir si mantienen la política de bloques – partidos de izquierda contra partidos de derecha (menos los ultras) – o bien rompen la baraja e intentan gobernar en solitario con el apoyo liberales y centristas, por un lado, y la ultraderecha por el otro. Y es que, los conservadores, tradicionalmente el partido más escorado a la derecha, ahora puede ser el pivote central de la política. Otro mensaje para el resto de Europa: los antiguamente más de derechas, son ahora fuerzas moderadas.
Lección #3. En un entorno multipartidista, lo inesperado vale por dos.
Con muchos partidos, pequeñas fluctuaciones en los meses anteriores a las elecciones pueden cambiarlo todo. Por ejemplo, en Suecia, un país de lluvia y frío, han sido electoralmente decisivos los dos fuegos que han agitado el país este verano. Por un lado, miles de árboles han ardido en los grandes bosques suecos en la oleada de incendios más terrible que se recuerda. Y, en consecuencia, el cambio climático se ha convertido en uno de los temas más debatidos de la campaña. Esto ha hecho rebrotar al Partido Verde, al que las encuestas situaban por debajo del umbral del 4% de voto y, por tanto, fuera del parlamento, antes del verano. Ahora entrarán en el parlamento, alterando la correlación de fuerzas entre los bloques y beneficiando a la izquierda. La reedición de una coalición de gobierno entre socialistas y verdes ya no es imposible.
Pero, por otro lado, docenas de coches han ardido en las grandes ciudades suecas en distintas acciones vandálicas, algunas ligadas al crimen organizado. En Gotemburgo, un centenar de coches fueron quemados en una sola noche. Y la extrema derecha de los Demócratas Suecos, que llevaba una relativamente mala racha en las encuestas después de haber sido catapultado por la crisis de refugiados de 2015, ha sabido extraer rendimiento político de estos disturbios. Los ultras han presentado la quema de coches mostrándolos como un ejemplo de la falta de integración de determinados inmigrantes. Con lo que levantar el veto a la ultraderecha tampoco es ya imposible, como parecía hace unos pocos meses.
En definitiva, las elecciones suecas muestran que, si bien hay corrientes internacionales importantes (populismo, globalización, preocupación por el cambio climático), la política nacional en entornos multipartidistas puede virar por eventos accidentales y tan imprevisibles como el fuego.