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“La base de un proceso constituyente tiene que ser el rechazo de la representación”

Michael Hardt cree que las acampadas también supusieron la transformación de los que se implicaron en ellas. Foto: Flickr de Rosalux-stiftung CC

Nuria Alabao

Michael Hardt es conocido como coautor –junto a Toni Negri– de obras como Imperio o Commonwealth referencias clave del pensamiento político actual. Su última obra, Declaración, ha sido escrita a pie de calle a partir de las movilizaciones que se dieron en el 2011 –Primavera Árabe, 15M, Occupy Wall Street– y que ellos conceptualizan como pertenecientes a un “ciclo común de protestas”.

El libro reflexiona sobre las prácticas que se generaron en las ocupaciones de las plazas y pretende ser una llamada a continuar la rebelión bajo otras formas. Esto implica preguntarse por las posibilidades de generar nuevas instituciones a partir de las revueltas acontecidas; capaces, tal vez, de impulsar procesos constituyentes de nuevo cuño.

Desde la filosofía política, Hardt ha tratado de articular su trabajo con los movimientos y las luchas sociales presentes. Como parte de esta labor, ha participado en un ciclo de debates en diversas ciudades españolas organizado por la Fundación de los Comunes en colaboración con el MACBA y el MNCARS.

Las revueltas de 2011 suceden en sitios alejados entre sí, con demandas distintas, también con expresiones de lucha diferentes. ¿Por qué deberíamos considerarlas como parte del mismo ciclo?

Aquí yo añadiría también las que se han producido este año como la del parque Gezi en Turquía. Para mí es importante verlas como parte del mismo ciclo por dos razones. La primera es que los activistas se han inspirado unos en otros. Por ejemplo, en Egipto quedó claro en enero de 2011: cuando tomaron la plaza habían visto lo que había pasado en Túnez, e incluso usaron varios de sus lemas. También es probable que no se hubiese dado un 15M de la forma en que se dio sin la toma de Tahrir.

La segunda y más importante, es que comparten las mismas prácticas y aspiraciones. Prácticas políticas como la acampada, por supuesto, y formas de organización que se dieron allí: trabajo en comisiones, asambleas generales, etc. Todos estos espacios eran lugares de fuerte experimentación en la cooperación y también laboratorios comunicativos fundamentales que generaban, por así decir, un terreno común. Un terreno común en las prácticas y en las aspiraciones, sobre todo en lo que respecta a la cuestión de la democracia. La democracia que nos ha sido dada no es lo que debe ser la democracia. Y así, a través de sus expresiones y también de un trabajo de la imaginación, trataban de resignificar la democracia.

La tercera es una perspectiva desde Estados Unidos, que tiene una cultura muy miope, una mirada de corto alcance. A raíz de que se produjera Occupy Wall Street, los medios y los ciudadanos empezaron a darse cuenta de lo que pasaba en otros lugares del mundo. De esta manera pudieron reconocer que Occupy Wall Street pertenece a un ciclo internacional de luchas del cual es una expresión más. Y esto constituye un antídoto contra la miopía estadounidense, pero también sirve para hacer visible el poder de contagio de estas experiencias e ideas. Sin embargo, hay que decir que, aunque estas luchas pertenecen al mismo ciclo, están profundamente enraizadas en cuestiones locales y nacionales.

Respecto a ese común que producen y comparten estas experiencias, ¿qué se dicen unas a otras?

No es que mantengan un diálogo sino que dicen: mira lo que están haciendo en tal lugar, nosotros podemos hacer algo así también. Es una forma de inspiración, y más importante aún, un trabajo de traducción. Por ejemplo, cómo podemos traducir la lucha contra una dictadura en una lucha contra la dictadura de los mercados. Es como si hubieran descubierto su propio Mubarak en Wall Street y eso es una forma de traducción.

La cuestión central para mí en este ciclo ha sido sin duda la de la democracia. De alguna manera, los movimientos de España han sido los más avanzados políticamente en su cuestionamiento de la representación y también preguntándose cómo actualizar la cuestión de la democracia. Para nosotros ha sido un aprendizaje porque era muy difícil hablar de democracia. En la escuela nos enseñaron que hay elecciones cada cuatro o seis años, financiadas por corporaciones y lideradas por candidatos que ni siquiera nos gustan. Esto es lo que nos habían dicho que significaba la democracia. Supone un gran éxito político ser capaces de cuestionarlo.

Para la izquierda desde hace décadas era muy difícil decir democracia porque el término había sido tan tergiversado que no significaba nada para nosotros. Mientras que todos los movimientos del 2011, aunque de distintas maneras, han operado como una crítica y un cuestionamiento. Y al mismo tiempo han encarnado, aunque sea por poco tiempo y en pequeña escala, un nuevo significado para la palabra democracia. Esto es central porque instaura un principio que puede ser ya la base de un proceso constituyente: el rechazo de la representación y las profundas consecuencias que implica.

Ahora se percibe cierta desaceleración en el momento destituyente que inauguran las luchas del 2011, por lo menos en España. Algunos incluso afirman que “no está pasando nada” o que “el 15M como promesa ha fracasado”. ¿Qué les respondería?

Para mí la cuestión no es que las acampadas se terminasen, hay muchas razones por las que lo hicieron y una muy importante es la represión. Pero en cualquier caso no estaban pensadas para perdurar. El reto es ver si han sido capaces de crear proyectos contagiosos basados en las aspiraciones y prácticas que se produjeron durante las acampadas. La pregunta más importante del momento es cómo crear procesos constituyentes que hagan perdurar estos deseos que se desplegaron durante las acampadas.

A menudo se nos plantea como si sólo tuviésemos dos elecciones: o hacemos algo bonito –alegre, democrático, horizontal e igualitario– pero poco efectivo y de corta duración, o generamos instituciones feas –jerárquicas, lideradas de forma tradicional, centralizadas– pero efectivas y duraderas. Yo rechazo la idea de que no podamos crear algo que sea hermoso y al mismo tiempo efectivo. Creo que hemos sido buenos organizando una plaza dos meses y quizá no tan buenos en transformar efectivamente la sociedad. Pero esta cuestión nos sirve para abordar la noción de proceso constituyente. Ni tener fe absoluta en la creación espontánea, ni devenir una institución a imagen y semejanza del Estado, sino crear un proyecto organizativo en movimiento constante, democrático, igualitario y participativo. Esta es la pregunta fundamental para los movimientos en estos momentos. Y creo que los conceptos y las prácticas de lo común son una buena base para pensar sobre ello y aquí podemos ver ya las prácticas de los movimientos en las plazas como prefiguradoras. Este podría ser el mejor modo de comprender el trabajo y los logros del ciclo de luchas de 2011.

En el libro tratan el tema de la producción de afectos en las plazas, ¿también se refiere a esto cuándo habla de la capacidad prefigurativa de las movilizaciones?

Una de las cosas que los campamentos y ocupaciones establecieron –y que es un hecho incontestable– es que hacer política no es sólo una cuestión de razón e intereses materiales, sino que es también una cuestión de construcción de afectos comunes y esto es central en cualquier acción transformadora. En este sentido, la alegría y la felicidad que envolvió a las acampadas y ocupaciones me parece extremadamente importante no sólo como un efecto secundario. Mi percepción de la Puerta del Sol, de Gezi Park o Zuccotti Park –y creo que es algo transversal a estas experiencias– es que todas ensayaron la creación de un nuevo repertorio de afectos. Parte del proceso de politización de mucha gente que no había tenido experiencias previas pasó por experimentar un entrenamiento en estos afectos, en aprender cómo relacionarnos de forma distinta entre nosotros.

Una de las cosas más hermosas de Gezi Park en Estambul es que creo que supuso la transformación de los que se implicaron. Por ejemplo, había mucha implicación de feministas y activistas de luchas LGTB –Lesbianas, Gays, Transexuales y Bisexuales– lo que conllevó una pedagogía política o pública para los participantes. También hubo foros en los que miembros de la izquierda nacionalista turca pudieron comprender lo que les sucedía a los kurdos con los que nunca habían coincidido. Incluso había declaraciones de gente que decía: “He visto lo que los medios dicen de nosotros ahora y ya no voy a creer nunca más lo que dicen de los movimientos kurdos”. Este es un ejemplo de cómo estas luchan enseñan a relacionarnos de forma distinta. Además, esto es algo que perdura después de las acampadas. Es más, quizás podríamos pensar la creación de afectos como una institución. Yo diría que es una riqueza social que todavía permanece latente y que puede ser reactivada en cualquier momento. Este es un buen punto de partida para pensar qué tipo de nuevas instituciones pueden garantizar la extensión de las experiencias de las acampadas a una escala mayor y duradera.

En el libro comentan que la información por sí sola no es suficiente para cambiar las cosas. Se sabe de la corrupción pero se sigue votando a los mismos partidos corruptos. ¿Cómo se tiene que articular la información para que sea verdaderamente transformadora?

La democracia representativa es lo contrario de la política del cara a cara. Una de las formas de poner en cuestión la democracia y todas las formas de representación creo que está vinculada con el hecho de estar juntos. En este sentido, una manera de contrarrestar los límites de la información –tanto mediática como la difundida por las redes sociales– es articular este tipo de verdades con una política de poner el cuerpo como, por ejemplo, cuando se para un desahucio. Hay un límite de la potencia democratizadora y política de la comunicación digital, o incluso de las ideas, que requiere una presencia y una participación corporal y tomar decisiones juntos. Esto está relacionado con lo que he dicho antes sobre la creación de afectos políticos. Somos capaces de crear nuevas verdades sólo cuando dejamos de ser individuos y nos constituimos a nosotros mismos en nuestras relaciones con los demás.

Esta forma de creación de verdades a partir de una política de poner el cuerpo parece hablarnos de una apuesta aparentemente distinta a lo que podría ser un proceso constituyente del que hablaba antes.

Una de las características de un proceso democrático como el que es necesario para una dinámica constituyente es la cuestión de la temporalidad lenta: el tiempo necesario para hacer un proceso verdaderamente participativo. Sin embargo, hay algunos problemas urgentes que deben ser enfrentados hoy: la gente no tiene casas, por ejemplo. No podemos esperar hasta resolver el problema de la democracia, tenemos que entrar en acción y no creo que esto vaya en contra de lo otro. Podemos organizar las respuestas necesarias que se precisan para solventar problemas urgentes mientras nos enfrentamos al problema de hacer una nueva democracia y nuevas relaciones sociales basadas en lo común. De hecho, podemos considerar estos contrapoderes como fundamento de esta misma dinámica, como parte de esta constituyente en movimiento.

En Declaración hablan de las “instituciones del común”. ¿Cuál sería la vinculación entre dinámica constituyente y comunes? ¿Cómo algunos bienes sociales –el agua, los bancos y la educación– podrían ser constitucionalizados como comunes?Declaración

La idea general de los comunes como propuesta es que nuestras elecciones respecto a la gestión de la riqueza social no están limitadas a la dicotomía Estado/propiedad privada. Hoy en día estas ideas están en quiebra. Hay opciones que no pasan por elegir entre neoliberalismo –el imperio de la propiedad privada– o el Estado que regula y burocratiza la gestión de lo público. Transformar nuestra riqueza social en un común implica un proceso diferente. Si tanto los bienes públicos como privados están definidos por el acceso limitado y el monopolio en la toma de decisiones, constitucionalizar, inventar las instituciones del común pasa por criticar la idea de propiedad.

Significa crear los medios para un acceso libre y abierto y también los mecanismos democráticos e incluso las instituciones de autogobierno necesarias para su gestión. Y estos principios pueden ser igualmente aplicados a la cultura y al agua, a la música y a los bancos. Entonces no sería tan difícil imaginar cómo sería hacer algo así con servicios públicos como el agua o la electricidad. Tendría que pasar por hacer que las decisiones sobre su producción y distribución, e incluso sobre los precios fuesen tomadas colectivamente.

En Berlín, por ejemplo, hace dos semanas hubo un referéndum para hacer de la energía un común. La electricidad en Berlín fue privatizada después de la reunificación, y ahora en vez de nacionalizarla y ponerla bajo el control del Estado, los activistas proponían una junta de ciudadanos que pudiera tomar las decisiones importantes. Por ejemplo sobre su producción: si producirla con plantas nucleares o con renovables o cómo conseguir el máximo acceso y al mismo tiempo que fuese sostenible. Esto me parece un ejemplo práctico y un ejemplo de lucha para trabajar fuera de las falsas dicotomías que nos permitan imaginar otras formas de democracia. Esto es algo esencial para nuestras vidas.

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