Este año voy a celebrar el día de las personas con discapacidad hablándoles de mi abuelo. Un sevillano de condición humilde y dotado de una extraordinaria visión y mucho talento. No. Él no era una persona con discapacidad, pero creyó siempre en sus capacidades.
Hoy hablamos de personas con discapacidad, como indica la ONU, pero Francisco Gaitán, que era mi abuelo, habría dicho minusválidos, que era la palabra políticamente correcta entonces, frente a algunas como “impedidos” o, incluso, “lisiados”, más asociadas a los efectos de la guerra. Para mí la palabra “minusválido” no tiene ninguna connotación negativa, porque en mi familia se decía mucho y siempre con la mayor naturalidad. En la familia no había entonces ninguna persona con discapacidad. Pero Francisco Gaitán (Sevilla 1914/2006), en cuyo taller reparaba y alquilaba bicicletas, observaba que todos los días, un joven “se arrastraba” desde un pueblo cercano a Sevilla. Por cuenta propia, él decidió construirle un triciclo con los materiales que tenía en su taller de bicicletas. Cuando el joven regresó a su pueblo con el triciclo, otras familias lo vieron y empezaron a demandarle soluciones de movilidad similares. Así es como empezó a fabricar sillas de ruedas y, más adelante, coches con motor para las personas con movilidad reducida desde mediados de los años treinta del siglo pasado.
Luego, Francisco Gaitán llegaba a casa de la fábrica, se ponía su batín y se sentaba en la mesa de camilla y hablaba. Contaba muchas cosas. Su mente no dejaba de idear soluciones. Yo era una niña. Me sentaba a su lado y le escuchaba mientras dibujaba o me tomaba la merienda. Él me hablaba, con admiración, de esas personas que no podían moverse como nosotros, pero que eran capaces como cualquiera con la solución adecuada. Me contaba que había llegado a la fábrica un chico que no podía mover los brazos ni las piernas y que le habían adaptado un coche para que pudiera moverlo con la boca. Mi abuelo no veía la tetraplejia. Ni siquiera decíamos esa palabra. Supongo que yo la conocí de mayor.
Yo crecí con esa visión. Mi abuelo veía lo que la persona sí podía hacer, que era mover una maneta con su boca y, con esa característica, le hacía el coche. Otra de esas tardes de invierno, al abrigo del brasero, en la mesa de camilla, mi abuelo me explicaba que había construido un coche de motor a una joven que podía mover una mano. En esos tiempos, no se hablaba de personas con discapacidad. El cojo era cojo. Tampoco de movilidad reducida. Todas esas palabras llegaron después. Para el resto, a lo mejor esas personas eran menos válidas, pero para Francisco Gaitán eran tan capaces como cualquiera. Trató incluso de emplearlas en su fábrica, Construcciones Gaitán SL, aunque la sociedad y las familias de la época aún no estaban preparadas para eso. En 1976 obtuvo la placa de oro de empresa del Ministerio de Trabajo por su labor al servicio de minusválidos físicos, Premio SEREM (lo que después fue el IMSERSO). Personas con minusvalía, con discapacidad, con movilidad reducida… Pongan ustedes el nombre que prefieran. Para mí, el término “minusválido” desprende dignidad, porque al pronunciarlo, aún hoy, oigo cómo lo decía mi abuelo, que no veía la carencia, sino la capacidad de la persona.
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