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CRÓNICA | 23 de noviembre de 1975

Franco estaba muerto pero muy mal enterrado

Gumersindo Lafuente

El curso 75-76 no fue tranquilo en la facultad de Derecho de la Universidad Complutense de Madrid. Tampoco España vivió sus momentos más gloriosos en el arranque de ese otoño del 75. El 27 de septiembre, ante el estupor mundial, se produjeron, en Madrid, Burgos y Barcelona, los últimos cinco fusilamientos de la dictadura franquista. No sirvieron de nada las súplicas de Pablo VI, mucho menos los reclamos de Olof Palme, primer ministro sueco, que tras los fusilamientos salió a la calle hucha en mano con un cartel colgado al cuello en el que se pedía por la libertad de España. Las reacciones de condena en toda Europa tuvieron su momento más simbólico en Lisboa, cuando una multitud incendió el palacio Palhavã, sede de la embajada de España en la capital lusa.

La dictadura y el dictador vivían sus últimos días y en la universidad las clases se alternaban con las asambleas. En las aulas, los estudiantes de primer curso de derecho escuchábamos a Luis Sánchez Agesta, catedrático de Derecho Político, procurador en Cortes y más tarde senador por designación real, justificar las leyes de la dictadura. En los pasillos y el hall de entrada, en las asambleas casi diarias, los mensajes eran muy diferentes. Los líderes de los variados movimientos comunistas de la universidad arengaban sobre la necesidad de terminar con la dictadura por la vía revolucionaria. Muy pronto ese turno de debates se interrumpió. A raíz de unos enfrentamientos con un grupo de Guerrilleros de Cristo Rey, la facultad fue tomada por la policía y durante unos meses, al menos allí dentro, ya no hubo lugar para la disidencia.

Los días y los sucesos iban muy deprisa. El 27 de septiembre, los fusilamientos. El 1 de octubre, la gran concentración en la Plaza de Oriente en la que Franco apareció por última vez en público, escoltado en el balcón del Palacio Real por su mujer, Carmen Polo y por los entonces príncipes de España, Juan Carlos y Sofía. Allí se habló de la conspiración masónica izquierdista, se cantó el Cara al Sol; la multitud, “llegada de todos los rincones de la patria”, vitoreó a Franco y cargó contra Europa. Todo iba tan rápido que pocos podían adivinar en ese momento que apenas mes y medio después el dictador volvería a ocupar las salas del Palacio Real, pero en esta ocasión ya sin vida, dentro de un féretro y para ser velado por su familia, sus herederos políticos y el pueblo de Madrid que hizo colas, entre la pasión, el miedo y la curiosidad, para darle el último adiós.

Miedo, incertidumbre y esperanza

Franco murió en la madrugada del 20 de noviembre, al menos oficialmente, ya que también hay disputa sobre la hora exacta del fallecimiento, y fue enterrado el domingo 23. Las crónicas de la época hablan de cientos de miles de madrileños despidiendo al dictador tras esperar largas colas para acceder a la capilla ardiente. También de una ciudad echada a la calle para arropar a la comitiva fúnebre que esa nublada y fría mañana de domingo de noviembre condujo el cadáver hasta el Valle de los Caídos. Gente había, sin duda, pero todas las cifras estaban convenientemente exageradas. En Madrid, en España, en la mayoría de los españoles lo que había sobre todo era miedo, incertidumbre y esperanza.

Un escuadrón de lanceros a caballo escoltaba al camión Pegaso del Ejército de Tierra que cargaba el féretro. Detrás iba, en un Rolls Royce negro descapotado, Juan Carlos I, ya rey: justo 24 horas antes había jurado en la Cortes lealtad a los principios del Movimiento Nacional para convertirse en el sucesor de Franco en la jefatura del Estado. En las fotos que encabezan este texto puede apreciarse que la carrera estaba cubierta, al menos en el tramo del paseo de Rosales y la subida por el paseo de Moret hasta el Arco de la Victoria, por soldados de reemplazo.

También se ve que no había tanta gente y que unos estudiantes como nosotros, con una cámara muy básica, pudimos acercarnos mucho hasta los protagonistas de la ceremonia. Tanto que, cuando identificamos a bordo de un Dodge Dart negro (similar al que voló con Carrero Blanco dentro en el atentado de ETA) a Augusto Pinochet, el golpista chileno al que reprochábamos con igual furia la muerte de Salvador Allende y el asesinato de Víctor Jara, pudimos acercarnos y, probablemente de una manera insensata, llamarle asesino a gritos varias veces. Nadie se inmutó, los soldados no movieron un músculo. Seguramente tenían aún más miedo que nosotros.

En Moncloa los lanceros fueron sustituidos por motoristas. El Rolls del rey cerró su capota y la comitiva enfiló la carretera de La Coruña para terminar la faena en el Valle. Y no se hizo bien. Esa es la verdad. La lápida de granito selló la tumba, pero España no enterró bien a Franco y al franquismo en 1975 y lleva camino de no hacerlo mejor 44 años después. La Transición nos trajo la democracia, sí, pero también un silencio selectivo sobre la Guerra Civil y la dictadura. Salvo para algunos pocos, no hubo reparación ni justicia y aún hoy seguimos peleando por dignificar la memoria de los que siguen olvidados en las fosas comunes. 

No, no se hizo bien. Ninguno de los matarifes y torturadores pagaron por sus delitos. Y aún más, la Iglesia española conserva intacto su poder, tanto que ni el Vaticano logra controlarla, ya lo estamos viendo estos días con la actitud del prior del Valle. Los herederos políticos del franquismo blanquearon sus biografías y se transformaron en demócratas y nadie se atrevió a pedirles más explicaciones. Y las familias que controlaban el poder económico, aprovecharon la bonanza de nuestra incorporación plena al mercado común europeo para multiplicar sus fortunas, logradas en muchos casos bajo las arbitrariedades de la dictadura.

Ahora, sin honores, el cadáver del dictador viajará de nuevo. Si todo va bien, el camión Pegaso será sustituido por un helicóptero Súper Puma del Ejército del Aire y no habrá lanceros ni reyes ni dictadores extranjeros. Pero aunque todo se hace desde la legalidad que otorga el Tribunal Supremo y la legitimidad de lo aprobado en el Congreso de los Diputados, no podemos olvidar que aún hoy hay muchos que se ponen de perfil cuando hablamos de la dictadura. Vox es puro franquismo, la nostalgia empaquetada en formato de partido político. El PP y Ciudadanos decidieron abstenerse en el Congreso en la votación que aprobó la exhumación. Pedro Sánchez prometió sacar a Franco del Valle y lo está cumpliendo, pero la cercanía de las elecciones y la falta de consenso sobre lo que se hará a partir de ahora con la basílica y la gran cruz de Cuelgamuros, nos puede dejar un panorama de desencanto como el que tuvieron que enfrentar los que pensaron que la Transición había logrado deshacer completamente el “todo atado y bien atado” del testamento político de Franco.

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