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Reportaje
Larik y Gloria: tocar los mapas y leer en Braille en piezas de LEGO para ser científicos y profesoras

Larik, un niño ciego de 13 años, estudia para ser físico.

Álvaro Medina

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Los abrigos están colgados en el perchero de la entrada, las mochilas abiertas junto a tres pupitres de colores y hay mucho que estudiar antes de poder irse de puente. Hoy toca repaso de geografía, aprender los ángulos y leer El Principito. Sentados, atentos, están Larik, Daniel y Silvia. A los mandos, María Ángeles, la profesora de los mayores. “A ver, búscame la India”, le dice a Dani, que tiene un globo terráqueo frente a él. La profe le coge las manos, gira el planeta y las coloca en otra posición: “Prueba por aquí”.

Dani tiene 10 años y es ciego. Estudia junto a sus compañeros en el Centro de Recursos Educativos de la ONCE, una escuela que trata de dar las herramientas técnicas, formativas y sociales a los niños no videntes con un único objetivo: darles autonomía y que se incorporen cuanto antes a la educación ordinaria. “¿Qué quieres ser de mayor?”, le pregunta María Ángeles. Dani duda y sigue toqueteando el globo con relieve: la India se nos está resistiendo. “'¡Abogado!”, se chiva Larik. “Nos lo dijo el primer día”. 

Larik, también ciego, tiene 13 años y repasa en el pupitre de al lado el viaje de Fernando de Magallanes. “Salió de Sevilla, mira”, dice colocando un puntero en el mapa, que emite una voz que narra la historia del explorador. “A ver, enséñanos de dónde eres”, le pide la profe. Larik trastea con la bola y localiza Rusia, tocando los montes Urales. “'¡Pero si nos has dicho que te gusta más España, hombre!”. Larik llegó de Rusia hace poco más de un año y ya habla perfectamente castellano, incluso con una pandemia de por medio. “Me gusta la cultura y el idioma. Aquí estoy mejor y en este colegio puedo desarrollar todas las habilidades que necesito, estoy muy contento”. Sabe perfectamente lo que quiere ser de mayor: científico. “¿Sabes que 'física' viene del griego y significa 'naturaleza'?”, dice sentado frente a su Perkins, una máquina de escribir con teclas que perforan un papel para escribir en Braille. María Ángeles le escucha desde el otro lado de la clase: “¡Pero si no te gustan las matemáticas!” “No me gustan, profe, pero me van a gustar, ya verás”. 

Silvia tiene 12 años y, al contrario que sus compañeros, tiene un resto visual. Un atril eleva su cuaderno, iluminado con un gran flexo para que pueda distinguir bien las letras. “Cada niño es distinto y nosotros nos adaptamos a él. No hacemos nada que no se haga en cualquier otro colegio: les enseñamos y les apoyamos. Estos niños son muy especiales. Son un ejemplo, cada día”. A María Ángeles se le rompe la voz. Coge aire. “Ellos con poco hacen mucho. No nos faltan recursos, lo que falta es sensibilización en la sociedad en general”.

Ellos con poco hacen mucho. No nos faltan recursos, lo que falta es sensibilización en la sociedad en general

Unas cuantas flechas dibujadas en el suelo marcan el camino a la clase de los más pequeños, custodiada por una puerta naranja. “A este centro llegan niños que tienen algún tipo de carencia más allá del currículo escolar. Muchos vienen con problemas de sobreprotección, a algunos les ha sobrevenido una ceguera tardía o tienen falta de autonomía. Nosotros les enseñamos a leer, escribir o competencias sociales. Algunos se sienten diferentes, pero nosotros buscamos darles todas las herramientas con la finalidad de incorporarles a un colegio ordinario con compañeros videntes. Aquí les enseñamos a ser autónomos en su vida diaria, ¡incluso a cocinar y planchar! El objetivo es que sean autónomos”, cuenta Nieves Barambia, directora escolar de este centro de la ONCE.

En el aula de segundo, tercero y cuarto de primaria toca jugar. Es sencillo: cada niño tiene una bandeja con piezas de LEGO. No son las clásicas. Sobre cada una de ellas, unos pequeños puntos en relieve indican una letra o número en Braille. Gloria, Erik y Joel, también ciegos, se preparan. “Blanca por dentro, verde por fuera, si quieres que te lo diga… espera”, dice la profe. “¡Ya!” Los niños se lanzan a por las fichas. Tocan cada una durante unos instantes y las desechan. Necesitamos una 'p', una 'e', una 'r' y una 'a'. Mientras, Meg, una pequeña labradora marrón, ejerce de juez pegada a su dueña, Noelia, una de las profesoras, también ciega, de estos niños. “Estas piezas tienen las letras en Braille y, también, escritas en tinta. Es ideal para que jueguen como uno más junto a sus compañeros videntes en colegios ordinarios. El objetivo es ese: una educación inclusiva”.

Erik tiene 9 años y lo del LEGO se le da muy bien: “A veces escribimos palabras y otras me pongo a fabricar un campo de fútbol”. Lo suyo es usar las manos: “De mayor quiero ser 'arreglador', creo que se me da bien. Ayer arreglé un juguete del colegio que no funcionaba y ya va perfecto”, dice sonriendo tras la mascarilla. Los LEGO que tiene Gloria en casa son los comunes, con los que ha construido castillos y puentes, pero estos, dice, le gustan más: “Con ellos también puedo escribir y leer”. Gloria se ríe cuando le preguntan de qué le gustaría trabajar: “Uy, todavía es muy pronto, pero quizás profesora. Me gustaría enseñar a otros niños”.

Joel no para. Tiene 11 años, es de Tarragona, y lleva desde el curso pasado en el centro de la ONCE de Madrid. “Empecé a estudiar Braille con 9 años, pero ya me manejo muy bien”. No le lleva más de un segundo leer cada ficha y, en apenas un minuto, ha escrito su nombre colocando las piezas en una plancha cuadriculada. Por las tardes juega al fútbol con sus compañeros del colegio. Utilizan un balón especial que emite un sonido distinguible que les permite localizarlo. “La verdad es que puedo jugar de todas las posiciones, se me dan bien todas”.

“Si un niño vidente lee un libro, un niño ciego también lo lee, pero en Braille: estudian igual. No son distintos. Son niños normales y, por eso, les tratamos y les exigimos como niños normales”, dice Maricarmen, otra de las profes, también con ceguera, que controla el concurso que se está disputando en clase. “En la sociedad van a vivir incluidos, por eso tenemos que ir hacia la inclusión. No podemos hacer guetos. Son uno más. Con herramientas distintas, pero son uno más”, concluye la directora.

Termina el juego, ya es mediodía y los niños se dirigen hacia su próxima clase mientras comentan las palabras que ha construido cada uno. El fin de semana está cerca y esta tarde a Joel le toca jugar al fútbol. A Larik, que todavía se le resisten un poco las matemáticas, le toca dar un repaso a los tipos de ángulos. María Ángeles, su profe, sonríe. Sabe que podrá hacer lo que quiera el día de mañana.

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