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The Guardian en español

OPINIÓN

La guerra de Italia contra los inmigrantes me hace temer por el futuro de mi país

El personal del buque Aquarius trata de calmar a los migrantes rescatados.

Roberto Saviano

Nunca había sentido esta necesidad de hablar. Nunca había sentido esta necesidad de explicar por qué no podemos permitir que sobreviva este nuevo Gobierno italiano. Incluso antes de comenzar a trabajar en serio, ya ha causado daños irreparables.

El drama del barco de rescate de inmigrantes Aquarius, al que la semana pasada le negaron permiso para atracar en puertos italianos, atrajo la atención de todos. Pero parece que para algunos, indiferentes hacia el destino de 629 personas a la deriva en el mar, era una oportunidad para enseñar a Europa una lección sobre cómo lidiar con los inmigrantes. Sin embargo, para otras personas es escandaloso utilizar 629 vidas como elemento de negociación. El problema es que todos hemos perdido la perspectiva general del asunto.

En el mundo actual, la noción de “tolerancia cero” en el Mediterráneo, según la cual no se permite a ningún inmigrante llegar a Europa, es otra cosa que propaganda criminal. Matteo Salvini, ministro de Interior italiano y líder de la Liga, afirma que quiere prevenir más tragedias en el mar y rescatar a las inmigrantes víctimas de los traficantes de personas de Libia y las organizaciones criminales italianas.

Durante el fin de semana, utilizó Facebook para insistir en este argumento. “Mientras el Aquarius navega hacia España”, escribió Salvini, “otros dos navíos operados por ONG han llegado a la costa de Libia para esperar sus cargamentos de personas mientras los traficantes los abandonan. Esta gente debe saber que Italia ya no quiere ser parte del negocio de la inmigración clandestina y que tendrán que buscar otros puertos hacia los que navegar”.

Pero una cosa es la propaganda y otra son los hechos.

Todos los predecesores de Salvini han intentado políticas de “tolerancia cero”, utilizando estrategias similares y terminando en fracasos idénticos, como arrestando inmigrantes en Libia. La única diferencia es que Salvini es más evidente en su bajeza y tiene aliados en el Gobierno que lo respaldan. Todos estos años, Italia –y Europa– ha enviado dinero a países inestables y financiado a traficantes y criminales sin lograr resolver nada. Mientras haya gente que quiera venir desde África a Europa, siempre habrá alguien dispuesto a traerlos a cambio de dinero.

Las puertas de Europa están oficialmente cerradas para los africanos. La única forma de entrar es clandestinamente, y las mafias de Libia están dispuestas a ofrecer la manera (a casi 100.000 africanos al año). Existe una demanda que satisfacer y no hay oferta legal. Los argumentos engañosos de Salvini y su aliado de coalición, el líder del Movimiento Cinco Estrellas Luigi Di Maio, no significan nada. Ellos tienen que comprender la ley más elemental del mercado: si existe demanda, habrá oferta, ya sea de forma legal o ilegal.

¿Podemos recibir a todos los africanos que quieran emigrar a Europa? No. Pero Italia no tiene derecho a decir: “Basta, ya es suficiente”. Muchas veces me preguntan cuál es la solución, como si una persona fuera capaz de resolver todo el problema. No existe una respuesta definitiva, pero sí hay pasos que se pueden dar.

Primero, Italia tiene que regularizar la situación de los inmigrantes ilegales que ya viven en el país. El exministro de Trabajo, Roberto Maroni, lo hizo en 2002: otorgó documentos a 700.000 inmigrantes que inmediatamente se convirtieron en 700.000 contribuyentes más para el país. Este Gobierno puede y debe hacer lo mismo.

Segundo, deberíamos trabajar en regular visas y dejar de financiar a las mafias de Libia para que sean carceleros a cargo de sórdidos campos de concentración. El dinero nos pesa en el bolsillo, pero sobre todo en la conciencia, aunque parece que la conciencia de muchos italianos está hibernando.

Tercero, debemos generar acuerdos con otros países europeos para que los permisos obtenidos en Italia sean válidos para transitar y trabajar en los otros países de la UE. Esto significa lograr realmente un avance político, en lugar de hablar sin llegar a nada.

A menos que se concreten estos pasos, es fácil predecir lo que sucederá en los próximos meses y años. Los inmigrantes a bordo del Aquarius estuvieron dos días en el mar antes de poder dirigirse hacia España. Pero los que estaban a bordo del barco de la guardia costera italiana, el Diciotti, pudieron atracar en Catania, Sicilia.

¿Entonces ahora tenemos inmigrantes de primera y segunda clase? A bordo del Aquarius había inmigrantes rescatados por operaciones de la guardia costera italiana. La próxima vez, ningún inmigrante querrá abandonar los supuestos barcos de rescate oficiales para ser llevado a los barcos de las ONG, a los que les pueden negar acceso a los puertos europeos por no se sabe cuántas horas o días.

Mientras tanto, en Italia se está desarrollando una guerra silenciosa entre los italianos y los inmigrantes que –ya sea legal o ilegalmente– viven y trabajan en el país, a menudo por muy poco dinero o viviendo en condiciones de esclavitud. Al enfocar nuestra atención en los inmigrantes que quieren venir, perdemos de vista los derechos de los que ya están aquí, derechos que debe tener todo ser humano, al margen de si tiene o no permiso de residencia.

La ola de odio que se ha desatado contra los africanos que ni siquiera han pisado el país se descarga en los inmigrantes que ya viven aquí. Socialmente, los italianos estamos retrocediendo, en medio del ascenso del nacionalismo que alienta el racismo contra los extranjeros.

El primer comunicado oficial del nuevo ministro de la Liga para la Familia y los Discapacitados fue una declaración en contra de las familias homosexuales y en contra del aborto. Las palabras de Lorenzo Fontana cayeron como una bomba en un país que esperó décadas que se aprobaran las uniones civiles y donde la objeción de conciencia en los hospitales todavía es una traición al referéndum que decidió la legalización del aborto en 1981.

La triste verdad es que este gobierno tiene muchos seguidores y es popular porque identifica bien sus objetivos: las categorías de personas sobre quienes descargar sus frustraciones, los enemigos a quienes atacar. Así son las cosas, guste o no a los italianos. Pero la gran cantidad de italianos que sufren y están enfurecidos no mejorarán su situación movilizándose contra los inmigrantes.

Por el contrario, en los países en los que se les garantizan derechos a todos, incluidas las minorías, toda la comunidad disfruta de los beneficios. Ha llevado décadas que las comunidades se integren, pero en muy poco tiempo todo puede colapsar como un castillo de arena, destruido por el nacionalismo que convierte a todo el mundo en enemigos.

Si Europa es incapaz de cumplir su misión de recibir e integrar a los inmigrantes, aquellos líderes europeos que no están a la altura de las circunstancias deberían cerrar la boca en lugar de caer en insultos calculados. Es el deber de Italia intentar cambiar para mejor y no caer en el peor de los nacionalismos. Hay vidas humanas en peligro.

Traducido por Lucía Balducci

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