Estuve viendo los resultados electorales con un grupo de amigos y colegas izquierdistas. También con Lauryn, mi nieta. Karen, mi hija, estaba en Ohio. Se había tomado tres días libres en el trabajo para apoyar a Hillary. Tuve que marcharme pronto, no podía soportarlo. De camino a casa, Lauryn no hacía más que preguntar en voz alta: “¿Cómo ha podido pasar esto?, ¿cómo ha podido pasar esto?”.
Cuando llegamos a casa, sonó el teléfono. Era Karen. Nos pusimos los dos. No paraba de decirle a Lauryn: “Lo siento mucho, lo siento mucho”. “Los demócratas no han ido a votar”. (Y yo que esperaba unas cifras de récord).
He aquí algunas reflexiones no del todo coherentes después de una noche prácticamente en vela:
1. ¿Por qué se equivocaron tanto las encuestas? No he oído a nadie hablar sobre el tema, pero sospecho que el factor miedo desempeñó un papel importante. Especialmente en las zonas rurales y los pueblos pequeños. Los seguidores de Trump son gente desagradable. Imagina lo que podría pasar si tu vecino descubriera que vas a votar a Hillary. Acoso, vandalismo, persecución a tus hijos en el colegio. Por supuesto, no te atreverías a poner un cartel de Hillary en tu jardín. No querrías que nadie sospechara que apoyas a un Clinton. Pero tampoco querrías que pensaran que no has votado. En una encuesta quizá no reconocerías que ibas a votar a Trump, pero le votarías. Y en la cabina no querrías admitir que estás asustado. Pensarías en una excusa para votar en contra de Hillary, aunque Trump no te vuelva loco. (Es un escenario clásico del fascismo: asustar a la gente para lograr su apoyo; contar historias de miedo y aterrorizarlos si discrepan).
No puedo evitar acordarme del Movimiento por los derechos civiles. La primera vez que participé en una acción política fue durante un verano que pasé en Birmingham, Alabama, enseñando matemáticas en Miles College, un colegio sólo para negros. Recuerdo perfectamente el miedo. Ser un estudiante blanco con acento del Norte te convertía en el enemigo. Y eso podía tener consecuencias. La mayoría de los blancos del Sur no eran racistas fanáticos, pero había suficientes como para aterrorizar al resto. Yo volvía al Norte después del verano; ellos no. Así que se engañaban a sí mismos para justificar su adhesión a un “modo de vida” que nosotros, “agitadores de fuera”, no comprendíamos.
2. Había muchas razones para rechazar a Clinton, aunque no fueron esas (o al menos no en su mayor parte) las que avivaron las llamas del trumpismo. La izquierda (no es mi caso, pero sí el de muchos de nosotros) también representó un papel con sus constantes diatribas. Desde luego, hay muchas cosas que criticar, como las hay para casi cualquier político de Washington (quitando a Bernie Sanders y Elizabeth Warren). Pero limitarse a decir que había que optar por “un mal menor” hizo mucho daño. ¿Para qué tomarse la molestia de ir a votar si los dos candidatos son tan malos?, ¿qué sentido tiene ayudar en su campaña, ir de puerta en puerta, exponerse? Un simple voto no influye. Quédate en casa. Nadie se va dar cuenta. (Obama también hizo cosas que no nos gustaron, pero en 2012 no hubo esa virulencia por parte de la izquierda. Además, Romney daba mucho menos miedo que Trump. ¿Qué puede explicar esa diferencia? Es difícil no pensar en un factor de género).
3. Lo verdaderamente lamentable es que Clinton, pese a sus muchos pecados del pasado, podría haber hecho mucho bien. Nos encontramos en un momento decisivo de la historia humana. Yo soñaba con otro FDR –una trayectoria ambigua en el momento de su elección, desde luego no un izquierdista, pero sí alguien que conocía el sistema y sabía cómo manejarlo–, elegido en un momento extraordinario que requería acciones extraordinarias. Así nació el New Deal, un formidable conjunto de proyectos desarrollados en poco tiempo, muchos de ellos inspirados por izquierdistas de su “grupo de intelectuales” (brain trust), y después la movilización masiva con motivo de la Segunda Guerra Mundial.
También ahora estamos en una encrucijada, sobre todo por la amenaza del cambio climático. Hace falta un esfuerzo gubernamental enorme para llevar a cabo los drásticos y urgentes cambios necesarios para evitar una catástrofe. Clinton podía haber respondido a ese reto. Como Roosevelt.
4. Lo más terrible de las elecciones es el impacto que van a tener sobre el cambio climático. ¿Nos sacará Trump del Acuerdo de París? (Insuficiente, por supuesto, pero al menos un paso, un paso importante). ¿Volverá a autorizar el oleoducto Keystone XL y dará luz verde a todos los demás proyectos infames que promueven los multimillonarios con intereses en los combustibles fósiles?, ¿revocará la Ley de Energía Limpia?, ¿mutilará a la Agencia de Protección Ambiental? ¿Podemos hacer algo para impedírselo? Ya veremos, pero hay que hacerlo.
5. En cuanto al resto de propuestas: el Muro, por supuesto, es una estupidez y no se construirá. Lo siento, pero México no va a pagar. Y por lo que respecta a muchas otras: tampoco parece probable que se lleven a cabo (excepto por las rebajas fiscales para los ricos). Y es una pena, porque algunas de ellas tienen sentido. Efectivamente, necesitamos grandes inversiones en infraestructura, que podrían generar muchos puestos de trabajo e importantes beneficios. También hace falta revisar esos terribles tratados comerciales. Me he opuesto enérgicamente a ellos: permiten que el capital se mueva libremente, enfrentando a los trabajadores entre sí para ver quién está dispuesto a trabajar por menos.
Las consecuencias han sido brutales y las políticas, demenciales. ¿Acaso no pueden los estadounidenses fabricar su propia ropa, sus zapatos, sus coches y el acero y la indumentaria de Trump aquí?, ¿es mejor hacerlos en otra parte, transportando materias primas y los productos acabados de un sitio a otro a través de los océanos con un coste medioambiental exorbitante?, ¿es deseable estar tan interconectados que una crisis económica en algún lugar remoto se extiende inmediatamente por todo el planeta?, ¿no deberían los países tratar de ser lo más autosuficientes posible, haciéndose más resistentes, sobre todo a la luz del creciente nivel de tormentas, inundaciones, sequías, etc., que sufrimos y seguiremos sufriendo en el futuro?
En cuanto a la política exterior, ¿para qué necesitamos todas las bases de la OTAN y otros centros militares?, ¿de verdad está Europa preocupada por una invasión rusa, japonesa o china? En absoluto, como veremos muy pronto si se les exige que paguen su parte. (¿Acaso nadie se ha dado cuenta de que los grandes países ya no se invaden entre sí? La última vez fue en 1939). El único beneficiario de los millones de dólares en impuestos que gastamos en mantener un ejército más grande que el de todo el resto del mundo es nuestro propio complejo militar-industrial.
Y por qué no tener una mejor relación con los rusos. Putin no es un tipo agradable, pero ¿acaso es peor que los príncipes saudíes a los que seguimos apoyando? (Una cifra espeluznante que leí hace poco: Arabia Saudí gasta más en “defensa” que cualquier otro país del mundo excepto dos: Estados Unidos y Rusia. Más incluso que China. ¿Y a quién le compran esos productos?, ¿he oído “complejo militar-industrial”?). ¿Una mejor relación con Rusia –con todo ese arsenal nuclear– no sería positiva?
Lo dejo aquí. Son ideas confusas. ¿Qué debemos hacer? No estoy seguro, pero debemos hacer algo.
Un extracto de una conferencia que di hace poco en un congreso:
Hace unas semanas, mi nieta, que acaba de cumplir dieciséis años, estaba leyendo mi último libro, publicado en 2011, y cuya dedicatoria a mis hijas y a mis nietos decía “para la siguiente generación, y la siguiente”.
“Pero abuelo”, me dijo, “no va a haber una siguiente generación. O quizá una más, después de la mía, puede que yo tenga hijos, pero…”, con un hilo de voz, “el calentamiento global…”.
Me impresionó. En realidad, no debería haberme sorprendido. Es una chica muy inteligente y atenta. Tuve que responderle: “No, no vamos a dejar que eso ocurra”.
No, no vamos a dejar que eso ocurra.
Chicago, noviembre de 2016
(Traducción de Javier Frutos Miranda)