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Los coronavirus

Brigadas de limpieza para el coronavirus. EFE

Rosa María Artal

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Sin darnos cuenta cómo, el coronavirus ha azotado a la humanidad con tal precisión y virulencia que se nos han derrumbado buena parte de nuestros esquemas. Apenas nos quedan los valores fundamentales que nos sustentan a cada uno de nosotros. Llenos de incertidumbres, sabemos que esta crisis será temporal pero no a cuántos y a quiénes se llevará en su camino. Cuál será su costo final en vidas y en quebrantos económicos. Más de medio millón de ERTEs han sido ya solicitados por las empresas. Se arbitran medidas que no pueden llegar a todo lo roto. Hasta sueños y proyectos sólidamente labrados están sufriendo este zarpazo.

Hay una oleada de solidaridad, sin embargo, en quienes son capaces de atesorarla. Profesionales que se multiplican para ayudar, personas dispuestas a contribuir como sea. Se estrechan lazos que creías perdidos. Se exacerban las emociones que tan pronto te llenan los ojos de lágrimas como te impulsan a luchar y hasta a sonreír con ingeniosos memes. Pasamos de la esperanza a la indignación. Del miedo a la confianza razonada. Termómetro a mano, hiper alertas a cualquier síntoma y al suspiro de alivio si es el caso. Mientras aguardamos, impotentes en realidad, a ver si no nos alcanza la garra del coronavirus, a los nuestros, a nosotros. Y algunos, muchos, ponemos todos los medios que nos indican para impedirlo.

Y todavía no se ve la luz al final. España suma este martes 514 fallecidos con coronavirus en un día y se acerca a los 40.000 casos. Espeluznantes las cifras de Madrid con una tasa de mortalidad del 12,4%, récord absoluto. Hoy mismo se ha sabido que la Comunidad de Madrid mantiene cerrada una UCI totalmente equipada en el Hospital Público Infanta Sofía. Al tiempo, 5.400 sanitarios se encuentran contagiados de coronavirus, 1.500 más que ayer, poniendo en peligro su salud y la respuesta del sistema a la enfermedad. Una sanidad esquilmada restó elementales sistemas de protección.

A estas alturas de la pandemia, el pasado debería borrarse, ya no cuenta cómo empezó, los medios que se cercenaron, hay que resolver el presente y prevenirse ante el pasado que quiere volver. Surgen infinitos capitanes a posteriori que sabían lo que ocurría al parecer y a nadie avisaron. Feroces críticos de lo que se hace y no se hace ante una pandemia que desarboló a los dirigentes de todo el mundo –en mayor o menor grado- salvo apenas a los de China y Corea del Sur, que tenían experiencias previas de errores y aciertos en circunstancias similares. En el caso español, muchas de las críticas aspiran al indisimulado deseo de tumbar al Gobierno español o, al menos, la coalición. La ferocidad y sesgo, manipulación incluso, con las que se sirven no dejan lugar a dudas.

Las redes están infectadas del virus del odio que propagan esa mezcla de indeseables y estúpidos que siempre actúan a favor del poder que solo piensa en sus beneficios. Desde luego, una gran parte de los ciudadanos no se pasan en Twitter todo el día experimentándolo, pero sus ecos les llegan por los púlpitos envenenados de algunos medios y, finalmente, en forma de bulos por WhatsAPP. Son nuestros enemigos, hemos de ser conscientes de esa realidad. Ahora ya no es una mera discusión dialéctica, los tuyos y los míos, los colores; en la práctica actúan a favor de los virus que arrasan la salud, la economía y la decencia.

Lo podemos comprobar cuando desde las ventanas se persigue a los que salen a curarnos a los hospitales. Porque es lo que han hecho algunos. El tan alabado aplauso ha sufrido alguna contaminación al pasar de agradecer la labor de los sanitarios a las 20.00 a dar una cacerolada a las 21.00 al Gobierno que, desde luego, intenta hacerlo lo mejor posible paliando los destrozos en la sanidad pública. Responsabilidad de quienes les incitan a hacer sonar las sartenes y pucheros, precisamente. Cualquiera diría que con esa protesta se quería rebajar el sonido de la lanzada contra el Jefe del Estado al conocerse las cuentas en paraísos fiscales de su predecesor y padre Juan Carlos de Borbón, de la que el propio Felipe VI figuraba como beneficiario y conocía desde un año atrás. Con ese entramado de millones supuestamente entregados por la monarquía saudí que acaban en manos de la examante y hoy encarnizada contrincante Corinna Larsen.

Vamos a ver algunas actuaciones notables de estos días para que cualquiera pueda sacar sus conclusiones. Igual son por casualidad. Arrecian las portadas y columnas, los programas de radio y tertulias sospechosamente críticos. Luis María Ansón atribuye las informaciones a una campaña para dañar al rey emérito de la que hubiera participado pues el diario británico The Telegraph y otros varios, además de unos pocos españoles. Daño, dice; no revelación. Para el empleado de El Mundo Javier Negre, la cacerolada es contra el Gobierno, ¡con la misma foto! El Español de Pedro J. Ramírez la adjudica a Pablo Iglesias, repitiendo foto también. Al vicepresidente Iglesias le atacan tanto “por su gestión” como por tener un papel secundario en ella. “Iglesias, se ahoga”, escribe Zarzalejos. Punto destacado a atacar con similares intenciones es la manifestación feminista del 8M atribuyéndole el origen del contagio, como si solo hubiera habido esa concentración. Ni mucho menos fue así, lean aquí.

Un grupo de medios resucita las tertulias y columnas condenatorias. “La pesadilla de Podemos”, en El País. “La deslealtad de Pablo Iglesias”, en El Confidencial. Los Telediarios de TVE dan como noticia la cacerolada con un rótulo que condena sin paliativos al Gobierno e iniciando el corte en montaje con un grito de “al Coletas”. Un montaje no es casual, jamás. No cabe mayor bochorno y más cuando habían ofrecido pocos días antes una recogida de firmas de change.org con 13.000 tan solo. Lo justo y lo operativo sería el cese de los responsables. El derecho a la información se precisa más que nunca.

Y es que a Pablo Casado le preocupa mucho que Pablo Iglesias forme parte de una comisión del CNI. Incluso ha presentado una denuncia ante el Constitucional a ver si logra impedirlo. El líder del PP está en alza en los medios de apoyo pese a su caótica oposición. Y Díaz Ayuso, convertida en la nueva Esperanza Aguirre para la derecha. ¿Por qué será? Al punto que los telediarios de TVE –no veo otros porque además es televisión pública- conectan con Casado, desplegando órdenes y propuestas, en mangas de camisa, como si fuera el gestor de la pandemia.

Remata Juan Luis Cebrián desde El País pidiendo ¡responsabilidades penales! ¡Denuncias! Como la derecha y extrema derecha. ¿En el mundo entero? ¿En este momento tal “formidable” ataque?

En el universo de la inmundicia más abyecta están los bulos. Vean lo ocurrido en Telecinco en el programa de Ana Rosa Quintana, y deduzcan para qué ha llevado a esa pobre víctima desconsolada, sin que nadie le respondiera y contara la verdad. Estas conductas son punibles, moralmente y en audiencia siquiera.

Los temas preferentes de Twitter se llenan de TT (lo más tuiteado) contra el Gobierno, llamando hasta asesinos a Pedro Sánchez, Pablo Iglesias o a todo el Ejecutivo. Pidiendo dimisiones a las que se supone la alternativa de la derecha de las privatizaciones y recortes. A quienes les ha gustado más combatir a los enfermos que a las enfermedades, a la miseria que a sus causas. A quien quiere arreglar el coronavirus con caridad, no albergando ni gota de ella en su cuerpo. Todo esto no es inocuo. Por lo que les digo, estas bombas acaban en onda expansiva hasta las terminales de los móviles. Porque esto sí son bombas, no la lucha contra la pandemia en el nuevo lenguaje. Ésta quiere salvar vidas.

Cualquiera diría que por algunas zonas recónditas a las que no tienen acceso el común de los mortales sueñan con otro gobierno, otra coalición que defienda mejor sus intereses. Y sobre todo evite meter las narices donde no convenga. No lo van a conseguir previsiblemente, pero no subestimen su capacidad destructora. Al menos la que ya añade con sus insidias angustia a la angustia.

Se nos encoge el alma con el Palacio de Hielo de Madrid convertido en morgue. Con los ancianos amontonados en muerte, descuido, soledad y abandono en “algunas” residencias, dicen, que en su mayoría competen a Comunidades Autónomas, privatizadas o no. Las UCIs del dolor, el miedo y la soledad. Vemos también a tantas personas luchando de verdad contra el virus, a pie de cama y contagio. A quienes se afanan por buscar y fabricar mascarillas o respiradores que faltan (más por especulación que por imprevisión punible). Aprovecharse de esta vulnerabilidad que experimentamos es de garrapatas.

Y seguimos saltando de la esperanza al llanto. Del agradecimiento al clamor por las injusticias y manipulaciones. Por constatar que hay personas con poder –el que sea- capaces de buscar sus intereses por encima de la muerte y el dolor de millones de personas. Y que hay gente tan imbécil que les secunda en contra de sí mismos. Y lo que es mucho peor, del conjunto de los ciudadanos. Su virus también nos daña a todos.

Hasta ahora solo atacaban la sanidad pública, la educación, los servicios, la equidad, la justicia, el derecho a la información, solo. Ahora van contra nuestra salud, contra nuestra vida. Coronavirus diversos que se entrelazan en ataque. Tenemos la razón y la cordura enfrente, los derechos. Esto será transitorio. En China, en Wuhan, el epicentro de la pandemia, ya han reemprendido la actividad. Millones de ciudadanos saldrán de todo esto sabiendo qué les importa más.

Las personas, las personas digo, estamos especialmente sensibles. Esta mañana una frase del artículo de Joaquim Bosch me quebró para todo el día: “En estos días extraños no podemos tocar a las personas que más amamos”. En ella viene la respuesta. Con suerte, los abrazos nos esperan a la vuelta de un tiempo y serán la suma de todos los perdidos. Por ellos resistimos. Eso las personas lo entienden.

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