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Rajoy... y al final fue despegado

Rajoy en el decisivo acto de la Comunidad Valenciana

Rosa María Artal

Rajoy se va. Ha dejado el acta de diputado. Ha estado con nosotros toda una vida. Cierto día, en el preludio de Eldiario.es, cuando solo funcionaba Zona Crítica, escribí sobre su estrategia: la del percebe. Tópico usado después con cierto éxito. Rajoy ha basado su vida en la constancia, en aferrarse a lo que consigue contra viento y marea. Su máxima, inspirada en otro gallego Camilo José Cela: “En este país, el que resiste, gana”, se convirtió en un mito. Que se niega a sí mismo, porque como diría también cualquier gallego, gana a veces y a veces no. A Rajoy le ha funcionado, hasta el día que ha entendido ganada la partida.

Hijo del que fuera presidente de la Audiencia Provincial de Pontevedra, el joven Mariano estudió Derecho como él y, ya desde el último año de carrera, preparó oposiciones a registrador de la propiedad. Las aprobó para convertirse a los 24 años en el titular de ese cargo más joven de España. Siempre se citó este hito en la derecha mediática como muestra de sus virtudes. Múltiples sospechas llegaron de otra banda. La derecha a veces tiene atajos en esto de los estudios y los títulos, como hemos podido ver.

Un viejo amigo, ingeniero, resaltaba que la de registrador no es una profesión para pensar y deducir sino para dejar constancia escrita de títulos. Exige perseverancia, no brillantez. De antiguo goza de privilegios impensables en el resto de Europa. España es el único país en el que cobran directamente al ciudadano que quiere inscribir algo. Fuera es un servicio público, gratuito, que llevan a cabo funcionarios.

Mariano Rajoy se ha dedicado a la política durante más de 35 años. Pero mientras pudo mantuvo su plaza de registrador en Santa Pola (Alicante). Otro profesional de Elche colaboraba con él, hacía el trabajo. Una larga vida política llegó después. En la que ha logrado cargos muy relevantes en los que no destacó. Casi por descartes, se ve aupado a candidato a la presidencia por el PP, tras ser designado por Aznar. Sufre dos derrotas electorales. Nadie apuesta por él. Salvo una Comunidad Valenciana que hoy sabemos, ya por sentencia judicial, que dopó el apoyo a su elección.

La revuelta marea de la crisis le da aire y lo catapulta a la Moncloa cuando las calles están llenas de protestas por lo que su partido representa. Y logra, además, la mayoría absoluta, a pesar de contar solo con los votos del 30,37% del electorado, por los azares de nuestra también peculiar ley electoral. Zapatero no la consiguió con un 32,18% en 2008, ni con el 31,89% del 2004 y más papeletas a su favor que el PP en 2011 en ambas ocasiones.

Durante años gozó de una sorprendente benevolencia de la prensa, en general, no solo consevadora. El señor de los hilillos, el de los lugares comunes, el gris gestor, despertaba una cierta compasión. Ya presidente, se subió en muchas ocasiones a una prepotencia inaudita que tampoco se le afeó.

Sin piedad alguna, fue mermando los pilares del Estado del Bienestar. Cree -y ejerce- en la superioridad de unas clases sobre otras, como cuando, joven, escribió sobre la bondad por la estirpe que da la cuna. Ha mentido como ningún otro dirigente, si descontamos a miembros destacados de su partido. Las hemerotecas están desbordadas de sus frases y promesas falsas, de sus guiños que anticipaban inexactitudes. Avivó el conflicto con Catalunya por su intransigencia y búsqueda de votos. Destrozó RTVE como nadie hizo antes, ni siquiera José María Aznar. El Rajoy resiste en su esplendor. Los medios han salido tocados. Los periodistas que se plegaron a tomar notas ante un plasma. Las instituciones se han visto seriamente resentidas. La involución y el recorte de libertades nos ha devuelto a negras noches del pasado.

Dice su gente del PP que ha sido el mejor presidente de la historia de España. Así la escriben.

La corrupción ha tumbado a Rajoy. Se ha podido comprobar la poderosa organización de la que forma parte el PP, el Sistema, el Régimen del 78. Precisa todo el entramado tal regeneración, que sería deseable una renovación más amplia, que Rajoy fuera ese punto de partida.

Es de valorar su acierto al reconocer que la batalla estaba perdida. Ojalá hubiera sido antes. Resistió. Ojalá se pueda recomponer el daño. En aquel artículo de 2012 concluí que, en muchos casos, los mariscadores terminan por hallar un resorte que desprenda al percebe de la roca a la que con tanto ahínco se sujeta contra todo pronóstico y toda lógica. El mar y la tierra son de todos, no solo del percebe. Pero Rajoy se va con la frente alta y entre continuos aplausos, de forma que casi no parece que la mayoría del Congreso le ha despedido. Fue despegado de la roca, y parece que se soltó para seguir nadando a su aire.

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