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Quién no confía en quién

Pedro Sánchez y Pablo Iglesias en La Moncloa. EFE

Rosa María Artal

Casi tres meses después de las elecciones generales seguimos sin nuevo gobierno y con este exasperante baile de declaraciones y cambios de opinión en las negociaciones. Aparentes. Cuando la voluntad es firme, las decisiones se adoptan de forma rápida, directa y clara. El patio público español es ya un gallinero de gritos, a favor y en contra de los contendientes. Eso parecen: adversarios, en lugar de dos partidos de izquierdas –dicen– dispuestos a unirse para trabajar por los ciudadanos. Los que les han votado y los que no.

La responsabilidad no es la misma. Quien debe formar gobierno es el PSOE, aunque, por supuesto, el asunto sea cosa de dos. Pero el barro ha inundado la plaza y no se ve con claridad. Pedro Sánchez irrumpe con un largo exabrupto en entrevista en la Cadena SER para anunciar que rompe con Pablo Iglesias. Y suelta la retahíla –que sabe inexacta– de cuando no le votó en 2016, de la mascarada que quiere rechazar su investidura o de que los malvados van a votar con la extrema derecha. Los mantras habituales. En las gradas del PSOE y del establishment mediático la afición ruge y corea. Luego, Antonio García Ferreras entrevista a Pablo Iglesias en La Sexta y, a tenor de las repercusiones parece que haya habido dos conversaciones distintas. Las pasiones están enfrentadas y a flor de piel.

Confianza, decíamos. “Se constata que se deciden cosas en despachos que corresponderían a los ciudadanos”, le dijo el mismo Pedro Sánchez al periodista Jordi Évole cuando contó las presiones recibidas en 2016 para que no gobernara con Podemos y sí con Ciudadanos, aun sumando con estos un número corto e insuficiente de escaños. “Responsables empresariales trabajaron para que hubiera un gobierno conservador”, añadió. Habló incluso de amenazas. ¿Qué Pedro Sánchez es el verdadero?

Abruma de vergüenza ajena leer que la corte de baronías y viejas y nuevas guardias del PSOE no confían ni en Pablo Iglesias ni en Unidas Podemos. Ellos que frieron a Sánchez. En la misma reunión decidieron por unanimidad un gobierno monocolor de Sánchez, con distintas participaciones de UP, lo que ha sido menos destacado. A la liviana memoria se une la desfachatez que se apoya –no sin razón– en el seguidismo acrítico de muchos de sus partidarios. Aunque ése sea un mal extendido y bastante irracional dado el tema que nos ocupa.

¿Quién no confía en quién en España? Escaso anda el crédito por las alturas. Escuchen a los ciudadanos. Puede que sea una de nuestras mayores tragedias, teniendo en cuenta un dato que se olvida: la confianza es un cristal y se rompe solo una vez, sin posible componenda. En cualquier aspecto de la vida y cualquier relación humana. La picaresca (dicen con orgullo), la trampa, la mentira, es seña de identidad de españoles sin escrúpulos. Y, desde la dignidad, no se traga. Ni debería desde la prudencia y la lógica. Nada más arriesgado y absurdo que depositar algo de valor en quien haya demostrado no ser fiable.

Hechos. 20 de Diciembre de 2015, elecciones generales convocadas por Mariano Rajoy a ver si cuela un triunfo entre los turrones de la despensa. Y no. Y, en vista de que ni intenta formar gobierno, se anima Pedro Sánchez y firma ese pacto con Ciudadanos, tan de derechas ayer como hoy.

24 de enero de 2016.La Razón avanza en portada que Felipe González va a tomar las riendas: “Reunirá a la vieja guardia antes del Comité Federal para frenar a Sánchez”. La ejecutiva también le niega el pan progresista como declaró José Antonio Pérez Tapias. El País atiza fuerte. Llegará a llamar a Sánchez en editorial de portada “insensato sin escrúpulos”. Su demoscopia sigue ensalzando a Rivera, el líder político mejor valorado. No como “otros”. En ese contexto echan las culpas a Iglesias y Podemos de no haber votado a Sánchez.

En junio de 2016, y tras una investidura de Rajoy fracasada por la firmeza de Sánchez, vamos de nuevo a elecciones. Demasiado para el cuerpo del PSOE. Llega el pavoroso septiembre. Cuatro días de asalto y derribo a Sánchez. Dimisiones para forzar su salida. Verónica Pérez, secretaria general del partido en Andalucía, se autoproclama “máxima autoridad del PSOE” ante la estupefacción de España entera. El País sigue en campaña y llega a decir que la salida de Pedro Sánchez será para salvar al PSOE. Es 1 de octubre de 2016. Y escribe: “se lanzó en tromba contra sus críticos, acusándoles —en la mejor tradición sectaria— de desviación ideológica y de trabajar para beneficiar al principal rival, el Partido Popular”. Siguen lloros, gritos, puñaladas de acero, Sánchez salta. Y se va a resucitar campo adelante. Y lo consigue.

El PSOE se dividió e hizo posible el gobierno de Rajoy. Después vendría la moción de censura que le sirvió en bandeja Pablo Iglesias y Unidas Podemos, con la colaboración de nacionalistas varios de los que, ahora, el presidente candidato abomina. Alguna vez podían recordar que esta decisión fue la que condujo al PSOE y a Sánchez a La Moncloa. La que le sirvió de campaña y trampolín de promoción. La tragedia es que quieran secar el agua bajo esa tabla. Y torciendo la verdad y exacerbando pasiones. Que también anda caldeado el ambiente en Unidas Podemos, sí, seguro.

Pedro Sánchez no es una marioneta, como comentan algunos. Lo demostró con un gesto tremendo al levantarse a hablar con el espontáneo que irrumpió gritando en el funeral de Rubalcaba. Y, antes, en esa trayectoria en la que no se dejó doblegar. Sabe lo que hace. Quienes lo ignoramos somos los ciudadanos. ¿A qué viene todo esto? Tres semanas casi ya. Salidas de tono. ¿Quién y por qué influye? Sin duda, la ideología del PSOE es muy difícil de definir. Socioliberal es la que mejor le cuadra. Se supone hay socialdemócratas bien intencionados pero contiene incluso ultraderecha en los Guerras y Leguinas furibundos y unos cuantos más. En todo este conjunto que incluye el contubernio con final de epopeya de 2016, el PSOE no es que sea precisamente de fiar.

A su lado, las ambiciones y los egos que han dañado Podemos parecen hasta infantiles. Patéticos disidentes del Frente Nacional de Judea que se prestan a ser usados por los adversarios de la izquierda a cambio de un plato de focos. Otorgándose una autoridad que no avalan sus escasos éxitos o sus contradicciones, además. Más serio el errejonismo que declara al poco edificante jefe de opinión de El Mundo que “hay claramente un espacio para otra fuerza progresista no sectaria”. Qué feliz hubiera sido el establishment con un vicepresidente así, si no le hubiera cegado la prisa. ¿Se arregla con nuevas elecciones ignorando el enfado de los votantes? Casado ve en el “efecto Errejón” una posibilidad de asaltar él La Moncloa.

¿Quién es fiable en España? En el PP, bien protegido por su prensa empotrada, la guerra de facciones ha venido alcanzando cotas insuperables. Porque aquí se escribe, para más dolor, sobre la plantilla de negocios y corrupciones. Feroces y soterradas luchas. Soraya Sáenz de Santamaría y Cospedal. Aguirre y Rajoy. Aznar y cualquier demócrata. Cada vez que cae uno de los prebostes, asoma la mano del fuego amigo. Cifuentes que aguantó las graves revelaciones de su máster fraudulento, cayó cuando “alguien” filtró a medios de la familia el robo de unas cremas guardado en vídeo previsoramente. Por no hablar de la mala salud de varios implicados o testigos de corrupción, que también es triste suerte. Tramas y cloacas del Estado impunes, en resumen. Con graves costos para la democracia.

Esta derecha española aguarda la indefinición de Pedro Sánchez para sentarse también en La Moncloa. Esta derecha, cada vez más reaccionaria, distribuida en tres sensibilidades –la clásica, la pija y la ultramontana– que tanto gusta a los poderes. La que ha dado alas a que gente como el arzobispo de Burgos, que se permite pedir a las víctimas de violación “defender la castidad” hasta la muerte.

El 28 de abril una mayoría de electores votó contra un gobierno presidido por Pablo Casado, con Albert Rivera de vicepresidente y Abascal, ministro del Interior. Con listas de progresistas a perseguir. Comparen los “contendientes” la escena a ver si reflexionan de una vez y no esperan a verla en televisión desde su casa. Revertir de esta forma lo que han dicho las urnas es imperdonable. Agostar por cansancio y asco la voluntad de acudir a las urnas, supone una grave irresponsabilidad a corto y largo plazo. Y olvidar a quiénes se deben los políticos honestos. Es intolerable, injustificable.

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