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Donde hay pájaros hay gobierno

'Dormideros (cada especie con el suyo').

Ruth Toledano

La artista Lidia Toga cuenta que dibuja compulsivamente desde los siete años y que siempre lo ha hecho de dentro a fuera. Ahora, sin embargo, está exponiendo en La Fábrica de Madrid una serie que, dice, ha supuesto un reto porque le ha obligado a pintar de fuera a dentro. Lo han conseguido aves y juncos. Y, antes de los pinceles y acuarelas, unos prismáticos. Con ellos al cuello, “como si estuviera en un capítulo del National Geographic”, ha recorrido la ribera del Manzanares desde el Puente de los Franceses a Matadero, y ha visto garcetas comunes y garzas reales, cormoranes y ánades, gaviotas y martinetes, por todas partes gallinetas. Entre las islas verdes de un cauce que ahora corre, Toga ha entrevisto o intuido barbos y gobios y hasta peces gato. Ha visto el fondo bajo el agua. Se ha oxigenado con olmos y con sauces. Se ha deleitado con la sencilla elegancia de las eneas.

El tramo que ha dibujado Lidia Toga, que va de la presa 3 a la 9, apestaba antes de la renaturalización del río. El agua estaba estancada, un muro contenía el impulso de mirar y le dabas la espalda, no había ni una hierba acuática, te acribillaban los mosquitos. Antes de su recuperación por Gallardón, el Manzanares no era un río y las madrileñas lo sentíamos así: como una carencia. Las más grandes y bellas ciudades del mundo se sentían orgullosas de su río, la nuestra no. Gallardón recuperó el Manzanares, pero el proyecto faraónico nos dejó arruinadas y no culminó con su recuperación medioambiental, de la que Ana Botella pasó olímpicamente porque estaba tomándose un relaxing cup of café con leche en la Plaza Mayor.

Para colmo, el Ayuntamiento de Carmena parecía que iba a ceder a las presiones de 40 remeros cuando embalsó de nuevo el tramo 9. Pero escuchó a ecologistas y vecinos. Volver a abrir las compuertas ha supuesto que hoy, frente a ese puñado de deportistas (a quienes se ha buscado alternativa paras sus prácticas), vuelen miles de pájaros sobre las aguas cristalinas y en movimiento del Manzanares, bajo las que bucean cientos de peces. Frente al alcalde del despilfarro y la espectacularidad, recuperar esa naturaleza ha sido tan sencillo, y tan barato, como dejar a la vida seguir su curso. “A la naturaleza, en cuanto se le levanta el pie de encima, se desarrolla y se abre camino a esta explosión de vida”, ha explicado Santiago Martín Barajas, de Ecologistas en Acción, organización que impulsó la renaturalización del Manzanares.

Devolver naturaleza a una ciudad es política. Es política cuando “una garceta se atusa las alas mientras la señora del 5ª se da una ducha”, como en las acuarelas de Lidia Toga. Es política cuando “la vida subacuática no la vemos pero está”. Es política tener cerca, “pensando en sus cosas”, a una garceta común, que para los antiguos griegos representaba “belleza, equilibrio y sabiduría, a ver si se nos pega algo”. Es política haber convertido el río Manzanares en un corredor ecológico. Yo quiero una alcaldesa, un equipo de gobierno municipal, para que haya pájaros anidando en mi ciudad, y no esos otros pájaros, que no merecen tal nombre, rapiñando los fondos públicos, convirtiendo las calles y plazas en plataformas de granito y desatando sus impulsos arboricidas. Yo quiero una concejala como Inés Sabanés, para que corra el río. Yo quiero una alcaldesa para que corra el río.

Ayer, mientras Manuela Carmena inauguraba la nueva Gran Vía madrileña, corría muy cerca el río. Mientras muchos se despedían en Gran Vía con alivio de un buen número de coches y estrenaban las nuevas aceras, los árboles y esos bancos de los de sentarse, corría muy cerca el río. Mientras la oposición de derechas, cargada de sinrazón, se oponía sin argumentos al resultado de las obras de la Gran Vía, corría muy cerca el río. Mientras la oposición de izquierdas criticaba, cargada de razones, que a fin de cuentas se mantenga un modelo mercantilista de ciudad, se gentrifique el centro y se olviden otras necesidades en barrios de la periferia, corría muy cerca el río. Mientras yo misma celebraba la restricción del tráfico y la llegada de los árboles, pero me agobiaba también la marea humana y me preguntaba a dónde nos conducirán esas anchas aceras sino a tiendas y marcas gracias a las que se casa a lo grande una zarina gallega, corría muy cerca el río.

Y pensé que si a ese río antes pestilente han vuelto los animales y las plantas, quizá las aves vuelvan a posarse en los árboles de la Gran Vía y acaso los pueblen con sus nidos. Pensé que si en el Manzanares ha estallado la vida en cuanto no se la ha ahogado, quizás un aire que no ahogue haga también que en la Gran Vía crezca de nuevo la hierba en los bordillos. Y Lidia Toga pueda pintarla en un futuro no muy lejano.

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