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Los partidos políticos y la guerra

Pedro Sánchez y Susana Díaz, en una imagen de archivo.

Imma Aguilar Nàcher

Qué poca estrategia hay en la política española. Esto se puede explicar porque desde hace décadas, en el marco del bipartidismo, los partidos sabían perfectamente quiénes eran sus enemigos. Solo dos partidos podían gobernar y el enemigo era el otro. No era necesario cultivar la estrategia ante tan sencillo panorama. Ahora se necesita estrategia cada día para situar con acierto con quién te la juegas.

La posibilidad de sumar mayorías con temas diversos y con partenaires distintos en cada ocasión obliga a esa visión estratégica que no se está empleando ni en las campañas electorales ni, por supuesto, en el Parlamento. Ciudadanos, por ejemplo, no tiene al enemigo en Podemos, a pesar de que le dé pie a una fácil polarización. El máximo rival de Ciudadanos es el Partido Popular que es con quien se producen las mayores transferencias de voto. En las últimas elecciones generales de junio, los estrategas del PP, algunos forjados en campañas de América Latina, lo vieron claro: enfrentaban con Podemos para hacer transferencias de voto con Ciudadanos. Esto es un mero ejemplo de la falta de experiencia en las técnicas de estrategia que sí están más presentes en los juegos políticos de otros países.

En los procesos internos de los partidos no hay mucha más estrategia, por lo que se puede observar. De todas las posibles opciones para enfrentar a un rival, han escogido el de la guerra, la confrontación, esa estrategia que no deja que crezca la hierba después de haberla pisado. Forzar las acciones y los mensajes para anular al rival en una elección interna de partido es un error y una torpeza mayúscula. En un momento de crisis de la organización, la militancia votará en clave de salvación, en un intento de estabilizar al enfermo. La candidatura que pretenda anular al rival mediante la propuesta “o yo o el fin” tendrá que asumir el dudoso honor de haber acabado con la historia de su partido. Los efectos colaterales de vencer son clave en la sostenibilidad de los partidos, hoy en una profunda crisis de credibilidad y utilidad.

Aprendamos de otros países donde es posible el trabajo en equipo, donde el vencedor acoge al vencido y éste se pliega a trabajar en el equipo que pilotará el futuro. Aprendamos de esos partidos en los que el soldado herido y derrotado vale para otra guerra. En definitiva, abandonemos la política de lo masculino, de la guerra a muerte, de los juegos de tronos y abracemos la estrategia, la teoría de los juegos, la colaboración, la política de la reflexión. Si no es así contemplaremos cómo un rival muere matando sin importar las consecuencias de su apuesta que solo consiste en ganar su guerra particular. Usemos las neuronas políticas y pensemos en la jugada posterior, en los efectos de las tácticas.

La primera consecuencia negativa de un proceso interno que se plantea como una guerra es que nadie se atreve a presentar “batalla”, nadie se atreve a salir al campo a “jugar” porque saben que si pierden mueren, lo cual reduce las posibilidades solo para aquellos que tienen el poder, de manera que nunca se renueva el partido, sino que se perpetúa en su peor escenario.

Ni PSOE ni Podemos están exhibiendo inteligencia política al plantear su avance en términos de guerra interna, en lugar de en términos de renovación. La guerra en vez del juego. La estrategia del enfrentamiento, la única que parecen conocer. Pero hay otras estrategias más inteligentes como:

La agregación, la que plantea la incorporación a la candidatura de otras posibles opciones o familias para sumar proyectos y equipos. Esta es la que hace crecer más a un partido, es inclusiva y evita la dispersión respecto al proyecto común.

La renovación en fases, planifica en momentos diferentes llegar al objetivo que se propone la candidatura, pero contemplando otros objetivos laterales que se consiguen en determinadas circunstancias. Por ejemplo, con un candidato temporal.

—El refuerzo de proyecto, la que subraya el contenido de la propuesta política por encima de las caras, dando a entender que incluso con cualquier cara en el cartel, el proyecto siempre se llevaría a cabo tal y como se propone.

Por tanto, frente a la estrategia de la guerra hay otras estrategias más planificadas y que atienden los movimientos posteriores. Son las estrategias inteligentes que permiten sumar y dejar que las opciones que salgan derrotadas sobrevivan y contribuyan. Además, como en toda guerra, siempre se puede salir huyendo o desertar, dejando a las tropas que actúen por su cuenta y donde los muertos son males menores, o incluso no hacer nada, apostando y esperando a que las balas no nos alcancen.

En la renovación de la élite de los partidos hay decisiones que se toman y que afectan al futuro. En manos de los dirigentes y en manos de los candidatos está escoger entre dar la espalda al futuro del partido y del país o darle prioridad a la sostenibilidad del proyecto; escoger entre su ambición personal o el servicio a intereses comunes y generales; escoger, en definitiva, quién ese el enemigo. Cuando tu peor enemigo lo tienes en casa, el rival político no tiene que hacer nada salvo contemplar la batalla cainita.

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