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El machismo nuestro de cada día

Ignacio Blanco

Nos levantamos cada mañana temprano, con las señales horarias del informativo anunciando otro atentado en un aeropuerto de Estambul, un hotel de Kinshasa o un mercado de Bagdad, en el que han muerto centenares de personas de toda condición a manos de unos pocos terroristas suicidas (hombres). Los comentaristas radiofónicos debaten sobre las causas de un fenómeno que hunde sus raíces en los abusos e injusticias perpetrados por gobernadores coloniales (hombres), dictadores sátrapas (hombres), invasores mentirosos (hombres) y fundamentalistas salvajes (hombres). Alguna vez el noticiario nos cuenta la historia de una niña siria o afgana obligada a dejar los estudios y a servir de esclava sexual en condiciones inhumanas. Suele ser justo antes de un anuncio de dietas milagrosas para quitarse esos kilitos de más y lucir un vientre plano en la operación bikini.

De camino al trabajo escuchamos las declaraciones de líderes políticos (hombres), analistas demoscópicos (hombres) y comentaristas de postín (hombres) sobre una investidura que no llega. Esporádicamente es entrevistada alguna mujer -la excepción que confirma la regla- de la que se destaca su ambición de poder y se cuestiona su “política de gestos”. A continuación llegan las noticias del deporte (masculino), que nos cuentan los últimos fichajes de futbolistas (hombres) y la previa de un partido histórico de nuestra selección (de hombres), que contará con el apoyo en la grada de Su Majestad el Rey (primogénito varón), “que no se lo ha querido perder”.

Ya en el curro, el comentario del día es el desmadre sexual en los Sanfermines. Algunos compañeros se deleitan ante el ordenador con las imágenes de guiris borrachas con las tetas al aire y rodeadas de una turba (de hombres) en celo. “Pues no parece que lo estén pasando nada mal”, dice uno. “Después que no se sorprendan si les pasa algo”, remacha otro. Ninguno de ellos repara en el titular de la noticia que ilustran las fotos: “Los agresores de una joven en Pamplona grabaron la violación”.

Al final de la jornada nos comunican que tenemos nueva jefa y empiezan los dimes y diretes en la oficina: será porque es hija de tal o mujer de cual. Lo dicen los mismos que nunca se preguntaron de quién era hijo o marido el anterior jefe (hombre), ni se preguntarán cuántos títulos tienen o cuántos idiomas hablan el uno y la otra. Los mismos que animarán a sus hijos a ser triunfadores y a sus hijas a estar formadas. Los mismos que dirán que el feminismo es igual que el machismo, pero al revés.

De vuelta a casa ponemos la televisión. En todas las cadenas se repite la combinación hombre chistoso - mujer despampanante, él con americana y traje, ella con vestido ceñido y corto. En un programa del corazón entrevistan a una joven pillada in fraganti con el torero de moda; entre gritos y alborozos los tertulianos la humillan con preguntas íntimas y juicios morales mientras ella sonríe agradecida. En una tertulia política nadie se atreve a defender al impresentable que el día anterior calificó de “puta” y “mal follada” a la lideresa de un partido de izquierdas, a la que también envió a limpiar casas o vender pescado. Menuda grosería, “eso no se le dice a una mujer” (ni se le diría nunca a un hombre). Seguidamente, durante la pausa publicitaria, los anunciantes tratan de vendernos colonias con lánguidas ninfas en expresión orgásmica, cremas anticelulíticas con culos prietos de adolescentes, y detergentes milagrosos con amas de casa preocupadas por las manchas de chocolate de la merienda de los niños.

Al día siguiente suena el despertador y en la radio dan la noticia de que otra mujer ha sido asesinada por su pareja. Y a continuación un grupo de expertos (hombres) analizan el dramático fracaso y plantean las posibles alternativas: la selección perdió ayer y se busca nuevo entrenador...

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