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Opinión - Vivir sobre un polvorín. Por Rosa María Artal
Sobre este blog

No nos gusta la palabra “discapacitado”. Preferimos retrón, que recuerda a retarded en inglés, o a “retroceder”. La elegimos para hacer énfasis en que nos importa más que nos den lo que nos deben que el nombre con el que nos llamen.

Las noticias sobre retrones no deberían hablar de enfermitos y de rampas, sino de la miseria y la reclusión. Nuria del Saz y Mariano Cuesta, dos retrones con suerte, intentaremos decir las cosas como son, con humor y vigilando los tabúes. Si quieres escribirnos: retronesyhombres@gmail.com

Mudanza

Cajas de libros (que yo no llevaré), por Chesi

Raúl Gay

Dicen que una mudanza es una fuente importante de ansiedad y estrés. Lo confirmo en parte. Lo bueno de ser retrón es que no llevas cajas de un lado a otro.

El grueso del trabajo de la casa se lo ha comido mi familia. Yo decido dónde colocar los 600 CD’s y una noche ya están ahí. Quiero unas perchas para la habitación y tengo 3 modelos para elegir. Necesito toallas y fuentes y de repente aparecen. Me recuerda a un texto de Saramago que leí en el libreto de un disco de Pedro Guerra dedicado a las mujeres. Venía a decir que su mujer cocinaba y él escribía; que su mujer revisaba y filtraba el correo y él escribía. Pues parecido.

Claro que a la retronez se suma el horario partido de mi trabajo (espero que el señor que lo inventó esté tomando café con Videla en el infierno), que, básicamente, impide tener tiempo libre. No digo montar una casa. Así que cada vez que me acerco al piso hay cosas nuevas.

Pero ya se acerca el día D y todavía faltan. Todo el mundo me dice que entras a una casa y tienes lo justo, que ya vas añadiendo cosas con el tiempo. Que son detalles lo que me falta. Pero esos detalles pueden ser bastante importantes.

Ahora mismo, en mi salón hay una puerta apoyada en unos caballetes que hace de mesa. Estoy esperando que llegue una mesa motorizada que sube y baja con un mando, muy útil para poder comer, leer o escribir a diferentes alturas (necesito una posición diferente para cada actividad). La mesa cuesta 1400 euros y tardará todavía un par de semanas en llegar. Así que intuyo que voy a leer poco durante ese tiempo. Me dedicaré a ver series y pelis atrasadas.

Tampoco creo que llegue a tiempo la silla que utilizo para ducharme. Ahí tengo parte de culpa por no haberme acercado antes a la ortopedia. Pero sólo puedo ir cuando tengo la mañana libre y hay cosas mejores que hacer que mirar sillas de baño en la ortopedia. Vuelvo a lo de Saramago: delego estos recados en mi familia. Supongo que llevaré la que tengo en mi actual (¿o ya antigua?) casa.

Seguro que cuando me instale descubro que faltan mil cosas. Aunque tengo una lista para comprar el sábado, el lunes repararé en que no apunté eso tan importante. Que lo pensé un instante y luego me lié con otras cosas.

Miro mi casa y pienso “si no hay nada”, pero luego recuerdo que no quiero que haya muchos trastos. Los libros que ya tengo se quedan en casa de mis padres; los que vaya comprando ya irán a la mía. Aunque tengo la firme intención de leer todo lo que pueda en Kindle. Falta la ropa, claro, pero eso para el mismo domingo. Hay que llenar la cocina y poco más.

En cualquier caso, espero escribir el próximo post desde mi salón y contar cómo han ido los primeros días de independencia.

Glup.

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No nos gusta la palabra “discapacitado”. Preferimos retrón, que recuerda a retarded en inglés, o a “retroceder”. La elegimos para hacer énfasis en que nos importa más que nos den lo que nos deben que el nombre con el que nos llamen.

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