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Davos, o la urgencia de una transición completa

Davos propugna "la fe ciega en la tecnología como elemento de emancipación de la humanidad hacia una vida mejor", señala Martínez.

Rosa Martínez Rodríguez

Diputada y coportavoz de EQUO —

Recién aterrizada en la política institucional, veo con optimismo la gran oportunidad de cambiar las cosas que tenemos por delante. Las propuestas de cambio y democratización del sistema político y la urgencia de asegurar los derechos de las personas representan los anhelos de cambio de una parte de la sociedad española. Sin embargo, hay que añadir y pelear la tercera pata del cambio: el modelo económico y productivo. Cualquier política social será meramente paliativa si no transformamos la causa última de la desigualdad: un sistema económico explotador de recursos y personas.

Sin embargo el Foro Económico Mundial, alias Davos, tiene sus propios planes. Este año la apuesta para dar solución a todos los desafíos globales es lo que llaman la cuarta revolución industrial: la automatización y digitalización de los procesos productivos que transformará nuestra sociedad y hará nuestras economías más eficientes y más productivas.

Davos trata de colocar en la agenda mediática, económica y política un concepto amable, vinculado al progreso. Si acercamos el zoom, la Industrialización 4.0 no es más que una aceleración de las tendencias que se vienen dando en las últimas décadas en el modelo productivo y el mercado de trabajo: la constante automatización de los procesos (con su correspondiente impacto en el empleo), una búsqueda casi obsesiva de la productividad (más producción con menos trabajo), la fe ciega en la tecnología como elemento de emancipación de la humanidad hacia una vida mejor, la nula atención al uso que nuestra economía hace de los recursos naturales (energía, agua o materias primas) y la violación constante de derechos humanos en nombre del beneficio económico.

Este relato, hegemónico e indiscutible, de lo que tiene que ser la economía lleva dominando la política durante décadas. Y es sin duda responsable directo de la desigualdad, la pobreza, el cambio climático y el deterioro de nuestras democracias. Por lo tanto, hablar de revolución no procede.  De ninguna manera, esta “nueva” forma de entender el modelo productivo transforma las bases sobre las que se asientan nuestras economías para hacerlas más justas socialmente y sostenibles:

Ni el bienestar ni los derechos de las personas son parte del proyecto.El objetivo sigue siendo generar beneficio económico (que seguirá estando concentrado en muy pocas manos) lo que lejos de reducir la desigualdad la agrandará.

Las fuentes de energía utilizadas para producir todas esas maravillas tecnológicas serán las mismas que en los últimos dos siglos: el carbón y el petróleo. Esto es ignorar la urgencia de actuar contra el cambio climático y obviar uno de los grandes desafíos del siglo XXI

No tiene en cuenta la sostenibilidad de los recursos y materias primas (energía, agua, minerales, tierras raras)necesarias para producir los aparatos que sustentarán la nueva economía: ¿Pagarán los de siempre los costes sociales y ambientales de la sobreexplotación?

Tampoco afronta ni contempla el reparto de trabajo productivo y reproductivo. Se sigue contando con que las mujeres nos ocupemos del trabajo de cuidados: cualquier transformación del modelo productivo tiene que plantear medidas de corresponsabilidad para un trabajo imprescindible en nuestra sociedad.

El desarrollo e investigación de las nuevas tecnologías seguirán en manos de quienes tienen capital para invertir y adquirir las competencias necesarias para manejarlas y trabajar con ellas. Esto dejará fuera a una gran parte del Planeta y un buen porcentaje de nuestra sociedad. La tecnología emancipadora será la que sea abierta y accesible, poniendo a las personas en el centro.

Por suerte, hay relatos y propuestas alternativas a este desarrollo económico hegemónico y que debemos tener presentes en el nuevo ciclo político que se ha abierto en España. Otra forma de organizar la economía, de producir y crear empleo es posible desde criterios sociales y ecológicos. Repensar y reorientar nuestro obsoleto modelo energético y productivo debe ser una prioridad. Poner en marcha una transición ecológica de la economía supondría además de crear miles de puestos de trabajo no deslocalizables (vinculados al territorio y a las personas), luchar contra el cambio climático, reducir la factura energética y avanzar el reparto del trabajo productivo y reproductivo. ¿Cómo se puede hacer?

Creando empleo sostenible: producción del 30% de energía con renovables, 200.000 empleos en 2020;  rehabilitando nuestras casas para reducir la factura energética (luz y calefacción), 150.000 empleos al año; aumentando un 30% transporte sostenible, 150.000 empleos.

Apostando por la economía de los cuidados y los servicios a las personas (educación, sanidad, dependencia). Los recortes no sólo han afectado a nuestros derechos y la calidad de los servicios públicos, sino que han afectado también al empleo.

Repartiendo la riqueza y el empleo, para reducir las desigualdades y asegurar una vida digna de ser vivida para todas las personas. Hay que abrir el debate sobre la renta mínima universal y sobre la renta máxima.

Las élites económicas internacionales nos dejan muy claras sus intenciones desde Davos. Pero desde el Congreso, las fuerzas del cambio trabajaremos en la línea contraria: por un modelo energético y productivo justo (que asegure los derechos y no deje a nadie atrás), sostenible (que respete los límites del planeta) y democrático (que no esté controlado por unos pocos).  Sabemos como hacerlo, sabemos que con estas propuestas podemos llevar a cabo una verdadera revolución económica, que haga de esta nueva transición, una transición completa. El nuevo tiempo político que se inicia en esta legislatura es la oportunidad perfecta para llevarla a cabo.

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