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Pero vamos a lo importante

Barbijaputa

El lunes hablábamos de cómo la violencia contra la mujer es institucional y estructural, basándonos en la noticia del acoso que una menor sufrió durante tres años. La justicia y la sanidad pasaron por alto el caso de la chica, consiguiendo que su situación no sólo no acabara sino que se prolongara en el tiempo. Con todo lo que eso conllevó para ella.

Hace unos días, se viralizó un vídeo donde una pareja practicaba sexo en el Metro de Barcelona. Yo, personalmente, no pude terminar de ver el vídeo; la pasividad de ella hacía que me resultara insoportable seguir mirando. Hoy, leyendo la carta de esta lectora de Píkara Magazine, veo que se enlaza una noticia de La Vanguardia, con los testimonios de los testigos que presenciaron la escena. Se dice lo siguiente: “La chica no estaba en un estado muy idóneo. Estaba consciente, pero cuando acabó no podía ni levantarse. El chico tuvo que ayudarla a vestirse. No sé si era una cosa muy voluntaria y deseada por ella”. Y sigue así: “Lo que sí deja entrever es que, al menos la chica, estaba en un estado de embriaguez considerable, y es que cuando se incorporó ‘le cayó una botella de vidrio de cerveza’”.

Y en la misma noticia. Ojo, la misma, su autor reflexiona: “A medida que pasan las horas, cada vez parece más claro que fue un acto voluntario de la pareja que lo protagonizó”. A pesar de que está citando textualmente lo que presenció un testigo -que pone en duda la voluntariedad de ella-, asegura que el acto fue voluntario por parte de la pareja.

Pero vayamos a lo importante, porque a pesar del vídeo y de los testigos, lo que prima no es si se trató de una violación, cómo está la chica o si ha denunciado a su presunto agresor. Lo importante, al parecer, es que se sigue buscando a ambos para multarlos.

Tanto los medios, como el Transports Metropolitans de Barcelona (TMB), lejos de preocuparse porque una chica completamente pasiva en un escena semejante estuviera siendo penetrada por un tipo (que “se giraba, chillaba y gesticulaba”) en público, publican el vídeo y juzgan por un lado, y persiguen por el otro a ambos por incívicos. Los Mossos no, pero porque nadie los ha denunciado; en el caso de que alguien los denuncie formalmente, la pareja podría haber incurrido hasta en un delito si hubiera habido un menor observando.

Que ella estuviera tan borracha como para no poder hablar y, por tanto, para dar su consentimiento, no hizo ni está haciendo saltar la alarma ni de la prensa, ni de los Mossos ni del TMB.

Pero pensemos por un momento en esa chica. Estaba tan borracha que no podía moverse y el tipo tuvo que ayudarla a vestirse después de la penetración. A la mañana siguiente, probablemente no estuvo muy segura de qué había pasado ni por qué. Entra en Internet y se ve a sí misma en todos los diarios digitales, siendo penetrada por un chico. Un chico con el que mantuvo relaciones sexuales mientras ella se encontraba en un estado de embriaguez que le impedía estar en plenas facultades para tomar decisiones por sí misma. En esas noticias, se entera de que la están buscando, por incívica, para multarla.

En pleno siglo XXI, en el primer mundo, tan civilizado siempre, nadie la busca para preguntarle si ha sido objeto de una violación, si se encuentra bien. La buscan porque es ella quien ha violado algo, en este caso las normas.

Esto no es más que otro ejemplo de la violencia estructural que puede sufrir una mujer.

Primero, probablemente, no han tenido en cuenta, antes de penetrarla, de en qué situación se encontraba ni si el consenso (en el caso de haberlo habido) ha sido legítimo. Después se la juzga socialmente en periódicos y redes sociales. Más tarde se la persigue para sancionarla.

¿Se sentirá esta chica capaz de salir a enfrentarse al revuelo mediático y explicar que estaba tan borracha como para no poder levantarse? ¿O se meterá en un agujero del que no querrá salir en mucho tiempo, humillada y cargada de culpa? No sé cuántas veces he leído en estos días el juicio paralelo de la sociedad del tipo: “¿Y para qué bebe tanto?”, “Tiene la misma culpa una que otro”, “El alcohol no es un eximente cuando se delinque”, etc. Por citar a los que no han usado insultos.

Imaginemos que ella mañana cuenta que sí, que aquel chico era su novio, que es una práctica habitual entre ellos, y que sí, que le gusta beber hasta perder la voluntad y entonces ser penetrada públicamente. Imaginemos que confirma que a ese consenso han llegado ambos libremente -suponiendo que un relato así pueda ser posible-. Dando todo esto por válido, el hecho de que testigos e instituciones no hayan hecho nada más que perseguirla para multarla, en vez de asegurarse de cómo se encuentra y de si quiere interponer alguna denuncia, sólo demuestra la pasividad de la sociedad ante las violaciones, aun sabiendo que la mayoría de ellas se producen sin violencia y por personas cercanas al entorno de la víctima. Y demuestra también, una vez más, que una mujer que sufre violencia en un momento dado, la sigue sufriendo más tarde y de forma estructural, desde muchos más frentes que el del agresor.

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