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La peor decisión de Maribel Vilaplana

Maribel Vilaplana
26 de noviembre de 2025 22:37 h

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Carlos Mazón ha sido un president singular. Un político singular. Un ser humano singular. Nunca nadie antes, de ningún partido, se atrevió a trolear tanto. Nunca nadie antes tuvo la osadía irracional de utilizar la mentira temeraria que te puede condenar en un futuro cercano y con un proceso judicial abierto con tanto desparpajo. Ya nada encaja, pero Mazón, que ha hecho del trilerismo virtud, insiste en que esa tarde del 29 de octubre estuvo pendiente de la tragedia. Al principio estaba en una “comida privada de trabajo” y a las cinco tomaba asiento en su despacho para ponerse al día con la emergencia. Un año después sabemos que no fue a su despacho en toda la tarde, más que para coger el coche oficial a las ocho y salir pitando hacia el Cecopi. Y que si llegó a las 20.28 no fue porque llovía y había densidad de tráfico, como aseguró en sede parlamentaria, sino porque pasó la tarde con Maribel Vilaplana. De principio a fin y tras haber ordenado retirarse a los escoltas.

Mazón lleva un año torciendo el tiempo para que el tiempo encaje en él, con la destacable colaboración de la periodista con la que comió. Ella no era la responsable de la emergencia y no se le puede achacar nada de lo que pasó el 29 de octubre. A lo sumo, una visión periodística atrofiada, que ni es delito ni es asunto público ni justifica un solo insulto en redes sociales, que se han convertido en un patíbulo emocional para quienes se ven arrastrados al escenario público. Es asqueroso. Vilaplana tampoco es una “ciudadana particular” o neutra en esta historia, a la que llegó involuntariamente y por una “maldita casualidad”, como ella misma dice. Una vez allí tenía que tomar una decisión relevante, y la decisión que tomó fue dar versiones que se acompasaban con el responsable principal. Luego las cambió, otra vez encajando de manera rítmica con las del president.

Vilaplana tuvo esa tarde la noticia más importante de su vida delante de sus ojos y fue una testigo esencial de la verdad. Decidió no contarla abiertamente a la sociedad, hacerlo parcialmente o con datos erróneos y recluirse tras unos intereses coincidentes, casualidad o no, con Carlos Mazón. El motivo por el que lo ha hecho es aún desconocido y puede ser humanamente comprensible, pero es difícil tener empatía si no se nos muestra el cuadro completo. Pudo salir y contarlo todo de principio a fin, de los entrantes al parking con su registro horario, lo que hubiera expuesto al president y seguramente, con el barro en las calles, le hubiera obligado a dimitir inmediatamente tras la tragedia. Era una decisión muy difícil, se entiende. Era tirar de una manta muy pesada, se comprende. Decidió no hacerlo. Ni es delito, ni justifica un solo ataque personal. Pero es opinable y relevante en una tragedia en la que ella ha sido la única que podía dar luz a las mentiras compulsivas de Mazón.

Es cuestionable que esta periodista, sabiendo desde el principio que el president no estaba en el despacho trabajando a las cinco ni llegó al Cecopi pasadas las siete puesto que estaba con ella, haya callado todo este tiempo. Vio mentiras en la tele y no dijo nada. Pero tampoco es delito ni justifica una crucifixión pública, aunque sí es legítimo cuestionarla por su papel en la continuidad de Mazón. O se puede considerar lógico que haya víctimas que se sientan engañadas también por ella. Decidió quitarse de en medio, lo que era ponerse del lado de Mazón consecuentemente, sin saber que el destino no se puede torcer y no desaparece por el hecho de que apagues la luz. Estuvo, está y estará en el medio de esta historia, aunque sea sin merecerlo o contra su voluntad.

En el baile común de versiones hubo varios hitos. Primero salieron a las cinco y algo, luego admitieron que una hora más tarde, luego se despidieron en la puerta, más tarde se despidieron en el parking. En todo ello han acompasado tiempos, de manera verbal y por escrito, y son versiones diferentes a lo largo de un año. Ahora se sabe que ella salió del parking a las 19.47, una hora después de salir de El Ventorro, un dato que sale a la luz por la instrucción judicial y que Vilaplana justificó ante la jueza a la vista de que iba a conocerse el tique: se quedó trabajando con el ordenador en el aparcamiento, le dijo a la magistrada. La foto fija hoy –que puede cambiar mañana– es que Mazón estuvo 37 minutos en blanco, sin coger llamadas de su consellera. En esa horquilla de tiempo, Maribel Vilaplana trabajaba en un aparcamiento. El periódico Levante publicó este lunes que Vilaplana le había acercado en coche al Palau.

Aunque se tenga un ánimo crédulo, estas dos personas hacen cosas que habitualmente no se hacen. Olvidarse de datos clave, cambiar de idea sobre las horas del reloj, cambiarse de ropa en un reservado en una comida de trabajo, trabajar en subterráneos, no poner la oreja en conversaciones ajenas de alto interés periodístico, llevar el móvil en la mochila durante un trayecto en un día importante o tener más cosas que decirse –durante otra hora más– después de cuatro horas de sobremesa en una comida de trabajo. Puede haber voluntad de creer, puede ser todo esto verdad, pero es difícil hacerlo a pies juntillas y sin preguntarse qué pasó realmente y si fue eso. Cuestionar versiones poco creíbles no es machismo ni escrache, es síntoma de pensamiento crítico. Sobre todo, si hay un proceso judicial con 229 fallecidos y ha habido tantos atajos y quiebros de versión en el camino.

Es él, y no ella , quien tiene que explicar qué hizo durante toda una tarde y durante esos 37 minutos en blanco que fueron esenciales para mandar el SMS. Si su acción u omisión empeoró la tragedia. Es ella, y no él, quien podía decidir qué camino tomar tras el día en el que la mala suerte le cambió la vida, una decisión por la que, inevitablemente y no necesariamente por machismo, se expone al juicio público.

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